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Nosotros ya no somos los mismos

Con Catón, una larga amistad // Anécdotas de párvulos en Saltillo // Preguntas que quedarán sin respuesta // La partida de su consorte

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▲ La compañera de vida del columnista y cronista, María de la Luz Peña, falleció el 6 de junio. En la gráfica, Catón al presentar uno de sus libros en 2009.Foto Cuartoscuro
A

hora sí que, sin faltar un ápice a la verdad (ápice, ápice, creo que así se dice), no puedo dejar de reconocer que jamás, durante unos 75 años, tuve motivo para fruncir el ceño con motivo de una acción (u omisión) catonesca en relación a mi persona. Ahora, de golpe, ésta se presentó hace apenas unos días. Me explicaré. Cada semana recibo en mi correo electrónico una serie de mensajes: solidarios, afectuosos algunos y otros, ni para qué negarlo, inconformes y aun rechazantes. A la mayoría, según mi espacio, los contesto directamente y cuando considero que los asuntos que tratan y las razones que plantean deben ser conocidos, los incluyo en mi pedacito de columneta. Son voces que merecen ser escuchadas por los problemas que los aquejan y por las propuestas que, al respecto, con conocimiento de causa plantean. Pero resulta que esta vez fui confinado al rol de mero informante por presumir siete décadas de conocencia armandesca (Catón vio la luz primera saltillense mucho tiempo después). En razón de ese tiempo bien acreditado, Wikipedia me consulta cada vez que ella es interrogada sobre la dupla AFA/Catón. Ejemplos (la semana pasada): ¿En verdad Catón y AFA son la misma persona, es tan viejo como usted, es bien parecido (¿a quién?), es riquísimo, es comunista o todo lo contrario, quién le escribe sus geniales chistes, en qué partido político milita, cuál religión profesa, qué talla viste y calza, quiénes son sus tres autores favoritos, su música predilecta y sus intérpretes…? La cauda de interrogantes es infinita y, si pudiera contestarla, publicaría un libro cuya inmensa demanda me permitiría regalías suficientes no sólo para operarme las rodillas, sino también para pagar por adelantado la entrega semanal por el próximo sexenio de chicharrón prensado, chorizo de cerdo, empanadas y molletes de pulque, varias docenas de cajeta de perón y membrillo, kilos de dulces de higo, nuez, piñón y leche quemada, docenas y docenas de tamales, tortillas y gorditas de harina y, por supuesto, garrafones y garrafones de ese caldo excepcional, maravilloso denominado 3V de Casa Madero. A cambio, les comparto dos momentos vividos con AFA hace algunos sexenios (unidad de tiempo muy en boga en la actualidad): Éramos unos auténticos niños que cursábamos los primeros años de la educación elemental. Los juegos y bromas (también los catorrazos correspondían a esa edad). De pronto estaba rodeado de un grupo beligerante que aventó al centro a un chico esmirriado y enclenque, tan temeroso como yo, que con una voz temblorosa, que se negaba a salir de la infantil garganta me dijo: Oye, Ortiz, ¿es cierto que tu mamá es una res? Las carcajadas se entremezclan con gritos: Es cierto, ¿tu mamá es una res, una res? Ese niño se acercó a este niño y, con más pucheros que los míos, me alcanzó a decir: “Perdóname Ortiz, estoy muy triste por lo que hice. Me acaban de hacer esto con Salim y sé cómo te sientes. La pregunta es si tu mamá es una respetable señora…”

La campana sonó por tercera vez y entramos al salón; cuando nos acomodamos cada uno en su asiento, mi berrinche, susto y agravio se habían transformado en la infantil emoción de que había conseguido un amigo para toda vida. Esto no puedo asegurarlo, pero de lo que sí no hay duda, es que ese día nació una relación humana que se ha extendido más allá de los 80 años (sí, es que hoy es 25-06-23).

Innecesaria aclaración: ¿por qué el presente relato de estos tan antiguos aconteceres? Pues porque no sé decir pésames ni condolencias, porque no me sé las palabras idóneas, ni menos pronunciarlas. Entre más las siento, menos las hilvano ni tampoco, guturalmente, logro hacerlas entendibles. El 10 de junio, durante la comida le platiqué a la familia anécdotas sobre AFA y Catón, que mucho festejaron. Luego les comuniqué el deceso de María de la Luz y les leí el primer renglón del conmovedor y cristiano escrito en el que Armando hacía pública su desdicha: No sabía quién era ella, pero desde que la vi por primera vez supe que ella era.

La comida acabó con ojos húmedos y una no frecuente paz interior.

Twitter: @ortiztejeda