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La verdad verdadera
E

n muchas ocasiones hemos escrito en estas páginas sobre la Catedral Metropolitana, uno de los sitios más fascinantes de la Ciudad de México. Independientemente del significado religioso, pocos lugares tienen una historia tan rica, arquitectura excepcional y tal cantidad de obras de arte notables que la convierten en un venero inagotable de maravillas.

Hemos dicho que en los casi 300 años que duró su construcción trabajaron los mejores arquitectos, artistas, canteros, doradores, retablistas, carpinteros y demás especialistas, lo que la hace única.

Desde su nacimiento tuvo problemas en su estructura debido, fundamentalmente, a que se levantó sobre vestigios de construcciones de Tenochtitlan y en suelo fangoso.

De la primera Catedral erigida a los pocos años de consumada la Conquista en parte del terreno que ocupa la actual, tenemos pocas noticias.

En 1573 se comenzó la nueva iglesia mayor, con el impulso de Felipe II, quien quería que fuera tan suntuosa como la de Sevilla, lo que presentó muchas dificultades; el virrey Luis de Velasco le explicó que los cimientos tendrían que levantarse sobre agua y que para desalojarla tendrían que gastarse sumas considerables. Añadía su preocupación por los temblores, tan dañosos para los edificios de mampostería y para los que tuvieran grande altura.

Logró que en lugar de siete tuviera cinco naves y, por lo demás se impuso el capricho del soberano y se inició la magna obra con fondos de la Corona, de los indios que tuviese el Arzobispado y de los vecinos y encomenderos dueños de pueblos.

La consolidación de los cimientos duró 40 años y transcurrieron casi 250 más para su conclusión. Sin embargo, siempre tuvo problemas de estabilidad por los hundimientos diferenciales que al paso de los siglos se hicieron tan severos que la pusieron en riesgo de desplomarse.

En los años 90 del siglo pasado, un grupo de especialistas encabezados por el arquitecto Sergio Zaldívar realizaron una obra magna –inédita– que logró salvarla. Requirió de un exhaustivo proceso de estudio e investigación que dio lugar a la aplicación y realización del proyecto de rectificación geométrica –subexcavación–, que al cabo de 10 años devolvió la estabilidad al conjunto catedralicio.

Sin embargo, para que la estabilidad se mantuviera era indispensable mantener en funcionamiento el sistema de supervisión que en su momento donó a México el gobierno italiano y que no opera desde hace años.

Hace unas semanas, el vocero de la Arquidiócesis de México expresó que tras el concierto público que se realizó el pasado 8 de octubre en el Zócalo la Catedral sufrió daños de consideración debido a la excesiva sonoridad. Agregó que se cayeron distintas partes de cantera. Hay que señalar que todo el monumento, pero particularmente las torres, padecieron afectaciones por los temblores de septiembre de 2017 y 2019.

Manifestó la preocupación de la Iglesia católica porque próximamente se van a realizar tres conciertos más y solicitó que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) valorara la situación.

Días más tarde, arquitectos del INAH notificaron que la sonoridad de los eventos no acentuarán los daños que dejó el sismo de septiembre pasado.

Especialistas que colaboraron en el proyecto de salvamento de hace 34 años afirman que, independientemente de los conciertos, desde hace varios años la aceleración del diferencial entre las torres oriente y poniente es cada día más visible. Se preguntan ¿por qué inyectar grietas y resanar aplanados sin antes intervenir el suelo, que es donde se origina la falla de toda la fábrica?

¿Cuál es la verdad verdadera? No lo sabemos. Lo que sí afirmamos es que la Catedral Metropolitana es uno de los edificios emblemáticos más importantes del país, desde el punto de vista histórico, artístico y religioso. Es imperativo realizar un análisis serio y profundo y proporcionar el presupuesto que sea necesario para garantizar su estabilidad y permanencia.

Mientras tanto, vamos a la esquina del Zócalo y 5 de mayo 61, a la terraza del Hotel Central que tiene una vista espectacular, precisamente de las torres de la Catedral y la gran plaza.

Ademas de la cartas de desayunos y comidas con sabrosa oferta de comida mexicana, tiene unos menús de degustación con 10 propuestas suculentas. Una breve muestra del de primavera: entre otros, tamal de civet de conejo, lubina con mole de sandía, lechón, mole de olla y tres ricos postres.