"La Jornada del Campo"
Número 186 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Cuenca Atoyac-Zahuapan. Entre la devastación y la esperanza

Recordar el agua para luchar por la vida

Paola Velasco Santos Instituto de Investigaciones Antropológicas, UNAM

Los pasados 1 y 2 de febrero se celebraron el Día Nacional del Axolote y el Día Mundial de los Humedales, respectivamente. Ambas fechas están relacionadas, ya que la conservación y restauración de humedales es primordial para la sobrevivencia de especies como el axolote, mientras que la protección y atención puesta en este anfibio carismático contribuye a la preservación de su hábitat. Ambas fechas nos obligan a recordar que en el Valle de Nativitas, al suroeste de Tlaxcala, hace no mucho tiempo hubo dos tipos de humedales, uno lacustre y una ciénaga; hogar de ajolotes, acociles, tules y garzas. La ciénaga estaba flanqueada por dos ríos de agua cristalina y, así como en Xochimilco, el maíz, frijol y calabaza, entre otros cultivos, se levantaban en tierra firme y sobre chinampas.

El agua, pues, regía la vida y los ritmos de todos los habitantes del valle, sin embargo, hoy sólo quedan los ríos Atoyac y Zahuapan, dos flujos de agua que transportan sustancias que atentan contra la vida. En los siguientes párrafos pretendo hacer un recuento de ese paisaje, no para lamentar lo perdido sino para hacer de la memoria una herramienta poderosa para luchar por la vida.

El valle de Nativitas se ubica en la parte noroeste del valle Puebla-Tlaxcala, sus planicies, ubicadas entre los ríos Atoyac y Zahuapan, son una zona privilegiada de descarga de flujos de agua subterránea que provienen de zonas con mayor elevación. La ciénaga abarcaba una superficie de 325 km2 y comprendía casi la totalidad de los hoy municipios de Tepetitla de Lardizábal, Nativitas, Tepeyanco, Tetlatlahuca, Tlaxcala, Zacatelco y parte de Ixtacuixtla, Panotla y Xicohtzinco; mientras que la parte lacustre medía alrededor de 560 hectáreas (5.6 km2), de las cuales, la Laguna del Rosario abarcaba 250, extendiéndose por el municipio de Santa Ana Nopalucan y las localidades de Santa Inés Tecuexcomac y San Vicente Xiloxochitla. Toda la zona era rica en recursos alimenticios y materias primas para las actividades de la vida diaria provenientes de dos ecosistemas distintos, el lacustre y el monte. Esta multiplicidad de opciones de subsistencia hizo atractiva estas planicies y cerros desde tiempos anteriores a la ocupación de Cacaxtla y Xochitécatl. Grupos nómadas utilizaban de manera periódica los manantiales para proveerse de pescados y animales acuáticos como el pez blanco, acociles, tortugas, ranas y ajolotes; de animales de caza como las garzas, patos y gallaretas; y de vegetación y materia prima como el tule y otras plantas para fabricar cestos, petates y utensilios diversos. Igualmente, las liebres, conejos, comadrejas y otros animales de monte eran presas de caza.

Trescientos años antes de nuestra era, los grupos sedentarios, que se habían establecido en la zona un siglo antes, habían desarrollado canales que se alimentaban de las aguas de ríos, lagunas y manantiales. Poco tiempo después llegaron a utilizar el cultivo de humedad como las chinampas (en lagos y lagunas) y los camellones (franjas rectangulares de tierra drenada para cultivar en las orillas de los ríos, ciénagas, pantanos o lagunas. Estas tierras eran distribuidas de forma paralela a los canales por donde podía correr el agua.), que les permitió tener una producción más intensiva. La boyante producción agrícola, así como el inicio de una modificación más activa del medio ambiente, dieron pie para el florecimiento de estas sociedades.

El agua era la fuente de la fertilidad de la tierra y permitió la fundación de ciudades prehispánicas prósperas, y posteriormente de enclaves españoles, congregaciones indias y haciendas cerealeras que producían principalmente trigo. Los ríos fueron clave en el desarrollo de estas haciendas para la agricultura y la ganadería, y posteriormente como motor de las industrias textiles. Sin embargo, para el siglo XIX las lagunas y humedales fueron vistas por los hacendados como obstáculos para la ampliación de sus cultivos, por lo que, bajo el amparo del proyecto modernizador de Porfirio Díaz, que convirtió a las zonas lacustres del centro de México en un enemigo a combatir, comenzó su proceso de desecación en 1869, culminando en 1970.

Los habitantes de la región mayores de 40 años recuerdan que ambos ríos, así como las acequias, canales y azolcos (canales que corren junto al río para captar agua excedente.) como el Totolac, servían como lugares de esparcimiento, recreación y convivencia familiar. Rememoran un río cristalino donde muchos aprendieron a nadar, donde mientras trabajaban de boyeros (pastores),se zambullían con sus amigos en los canales de riego, y donde las familias podían ir a pasar un día al campo a divertirse junto al río y a pescar con chiquehuites (cesto tejido de carrizo) carpas y acociles para comer. Era cosa común de propios y extraños, pasar el sábado de gloria en las riberas de los ríos. Anteriormente las comunidades estaban delineadas por zanjas y canales de agua cristalina, así como por ameyales o manantiales naturales de donde brotaba agua pura para beber. En muchas zanjas, crecían berros que se consumían en las casas, junto con otras hierbas y quelites como las verdolagas, los quintoniles, que brotaban en las milpas por la humedad natural del suelo. La desecación de la ciénaga, pero sobre todo la contaminación de las fuentes de agua remanentes, terminó con la posibilidad de consumir la variedad de nutrientes que ofrecían la flora y fauna lacustre.

De manera inequívoca, la historia socio-cultural, económica, política y religiosa del Valle de Nativitas está urdida por el agua en todas sus formas y flujos. Es por ello que, ante la actual devastación de la trama de la vida, en la que está inmiscuida sociedad y naturaleza, es indispensable no perder la memoria. •

 Ilustración de Ingrid LucioIlustración de Ingrid Lucio