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Vivir
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▲ Fotograma de la nueva versión de la cinta Vivir, del sudafricano Oliver Hermanus.
E

l modelo parecía insuperable, pero el resultado es muy satisfactorio. Desde hace años el realizador sudafricano Oliver Hermanus ( Beauty, 2011), acariciaba la idea de llevar a la pantalla una nueva versión de Vivir ( Ikiru, 1952), la conmovedora cinta de Akira Kurosawa sobre un burócrata sexagenario a quien se le diagnóstica un cáncer gástrico terminal y que, con seis meses por vivir, decide darle un nuevo y último sentido a su existencia. Para acometer ese desafío, el cineasta recurrió al talento narrativo del novelista japonés-británico Kazuo Ishiguro ( Lo que queda del día, 1989) para adaptar esta historia, inspirada en el relato de Tolstoi La muerte de Iván Illych (1886), y escribir un guion ambientado en el Londres de la posguerra, en 1953. El papel protagónico del anciano Kanji Watanabe, interpretado en la cinta japonesa por un formidable Takashi Shimura, lo asume ahora, de modo muy sobrio, el comediante inglés Bill Nighy como un señor Williams de quien jamás conoceremos el primer nombre. Un personaje gris, casi anónimo, que en una escena inicial aparece perdido entre una multitud de hombres uniformemente vestidos que a diario se dirigen al trabajo.

Son pocos los detalles que han variado en esta versión tal vez demasiado fiel al original. De nueva cuenta, el burócrata rutinario, siempre crispado y con emociones insondables, descubre a partir del duro diagnóstico médico que su vida y sus largos años de trabajo en una oficina de obras públicas, no registran muchos momentos memorables. Su vida afectiva, bastante estéril, se reduce a compartir su hogar con un hermano y una cuñada que pacientemente esperan deshacerse de él algún día. No se le conocen tampoco intensidades sentimentales de ningún tipo. Lo suyo ha sido siempre cumplir metódicamente con sus responsabilidades laborales, evadiendo cualquier otro compromiso social, asesorando, a regañadientes, a un joven empleado recién llegado que será un posible relevo al llegar una jubilación ya inminente. En las dos versiones de Vivir, el anciano enfermo decide romper con todas sus rutinas y hacerse cargo del proyecto, antes desdeñado o burocráticamente obstruido, de construir un jardín de juegos infantil en un terreno expuesto a la especulación inmobiliaria. Este último propósito habrá de resarcir por tantos años de indolencia y olvido de sí en la vida de Williams.

El novelista Kazuo Ishiguro ha conservado también e incluso ampliado la propuesta original de no centrarse únicamente en los últimos días del personaje, sino también en los efectos que su desaparición tiene sobre sus allegados, en particular en sus colegas de trabajo, quienes cobran una súbita conciencia de lo que es una existencia marcada por el tedio y la rutina, sin lograr por ello materializar un cambio verdadero en sus existencias. La burocracia aparece así como un engranaje devorador e indestructible en esta cinta que paulatinamente va ensombreciendo un aparente discurso aleccionador y optimista. Huelga decir que el realizador Oliver Hermanus no alcanza los niveles de lirismo y la carga emocional del clásico japonés que ya de sí era ex-cepcional en la filmografía del propio Kurosawa. Cabe destacar, sin embargo, la estupenda actuación de Bill Nighy quien con todo su talante flemático ha conseguido extraer toques de emoción genuina en este personaje crepuscular finalmente capaz, para sorpresa suya, de alcanzar un inusitado brillo moral poco antes de extinguirse.

Se exhibe en salas de Cinemex y Cinépolis.