El gobierno de Jalisco en el sexenio 2012-2018, comienza a llamar a este estado “El Gigante Agroalimentario de México”, bajo la premisa que esta entidad aporta en promedio el 11% del Producto Interno Bruto Nacional en el sector primario, el más alto del país, liderando la producción de los principales alimentos básicos, “por sus recursos naturales y el vigor de su gente dedicada a las tareas agroalimentarias” (https://sader.jalisco.gob.mx/sites/sader.jalisco.gob.mx/files/jalisco_gigante_agroalimentario_2017.pdf). El triunfalismo de esta estrategia, que ha sido a la vez política pública y eslogan publicitario, al mostrarnos productos agrícolas flamantes e historias de éxito productivo de algunos cuantos agricultores privilegiados, esconde todas las relaciones que se tejen en el territorio jalisciense, sobre todo las de desigualdad y exclusión que afectan particularmente a las nuevas generaciones rurales.
De manera creciente surgen, desde distintas voces y contextos, experiencias que cuestionan la productividad agrícola desenfrenada, los casos más conocidos actualmente son el aguacate y el agave, pero también están los berries y el maíz. Respecto a este último, en 2012 surgió la experiencia del Colectivo de Jóvenes Unidos por el Medio Ambiente de Palos Altos (Juxmapa), que a través de la acción comunitaria comenzaron a cuestionar los efectos del monocultivo de maíz en sus vidas cotidianas.
La zona de Ixtlahuacán del Río y Cuquío tiene un pequeño valle, en la microcuenca del río Achichilco, que tras la revolución verde se fue convirtiendo en un conjunto de parcelas todas llenas de maíz hibrido, cultivado con maquinaria y con insumos químicos y petróleo, que fue desplazando la milpa campesina por un modelo de monocultivo maicero. Estas parcelas, en la última década, están resintiendo los efectos de un modelo de desarrollo que dista mucho de la sustentabilidad. Con suelos cada vez más deteriorados y dependientes de insumos, un desequilibrio ecosistémico que provoca plagas más voraces, el cambio climático que alterna sequías con lluvias torrenciales, la explosión de la crisis amenaza a los cultivos y a sus productores, quienes están enredados en un círculo vicioso, en el que siguen aplicando el mismo modelo, aunque cada vez funcione menos.
Las y los jóvenes del colectivo comenzamos a cuestionarnos qué implicaba en nuestras vidas cotidianas esta forma de producir: al relacionar el coraje o los malos tratos de padres frustrados por no alcanzar a cumplir el mandato patriarcal de mantener económicamente a sus hijos, cosa que se vuelve más difícil año tras año; al observar el deterioro concreto de la diversidad de plantas a nuestro alrededor; al reconstruir la historia alimentaria de la región y ver que cada vez comemos menos de lo que la tierra en la que vivimos produce; al entender que ambientalmente se está generando una crisis sanitaria que todavía no alcanzamos a comprender y nombrar, pero que implica enfermedades que parecen estar relacionadas o con los agroquímicos o con los nuevos consumos y hábitos alimenticios derivados de la agroindustria.
Nos comenzamos a reconocer enredados en un grave problema multidimensional, que pareciera no importarle a las generaciones mayores, pues se quejan de las juventudes y sus reacciones ante tal problema, pero poco se aporta al diálogo y al reconocimiento de la situación compleja que atravesamos. Sin embargo, reconocemos que es un problema estructural impulsado por las políticas agroalimentarias mundiales, que toman una forma particular en Jalisco.
Falta entonces una comprensión integral de lo que implica el mandato de producir para seguir siendo el “Gigante Agroalimentario”, para ello, en el andar del Colectivo Juxmapa nos fuimos vinculando con la Red en Defensa del Maíz y la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y ahí conocimos a otras juventudes, que enfrentan situaciones similares a las de este contexto maicero, y así fuimos relacionando casos que de primera vista parecieran desligados:
La alta presencia de agroquímicos en la sangre y orina de niños y niñas en comunidades de la ribera de Chapala (productora de berries), donde hay alta incidencia de enfermedades renales. Situación similar a la que enfrentan en la comunidad de “El Mentidero” en Autlán (productores de caña), donde sus estudiantes de telesecundaria también presentaron residuos de agrotóxicos en sus cuerpos. La historia de jóvenes en el sur de Jalisco, que trabajan en los invernaderos de empresas transnacionales, donde están expuestos a altas temperaturas, que soportan a veces con el consumo de drogas que les venden cerca de sus trabajos. Jóvenes cerca de nuestras comunidades que trabajan en el agave, expuestos también a tóxicos, y cuando resultan enfermos después de algunos años, las empresas les abandonan a su suerte. La muerte de una niña por el mal manejo de fumigantes para almacenar el maíz en Cuquío. En ese espejo de otras niñeces y juventudes de otros territorios nos miramos; así, nos preocuparon las fumigaciones aéreas que se dieron en 2017 y 2018 en Palos Altos, con avionetas que rociaron múltiples agrotóxicos a pocos metros de las escuelas primaria y telesecundaria, y que en posteriores años, siguen rociando con drones. Ahora, a la amenaza del monocultivo de maíz, vemos que se suma el boom del agave, que está provocando que cientos de hectáreas cambien su producción. El Gigante Agroalimentario no alimenta; el tequila, el aguacate y los berries no son parte de nuestra dieta cotidiana, sin embargo, atraviesan nuestras vidas. •