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La extinción del PRI
V

arios elementos explican la crisis permanente del PRI que se inició en 1986 con la formación de la Corriente Democrática y que culminó en julio de 2016 con la llegada a la Presidencia del CEN de Enrique Ochoa Reza, personaje que públicamente había negado su pertenencia a este partido y al cual Enrique Jackson (qepd), tuvo que crearle la credencial 003, expedida en junio de 1991 por el comité estatal del Distrito Federal, para demostrar que contaba con más de 10 años de pertenencia al partido.

La decisión del presidente Enrique Peña Nieto de poner a Ochoa Reza en el CEN fue arbitraria, actuó como el dueño del partido. Este arribo permitió que el grupo neoliberal en el poder gritara a los cuatro vientos que uno de los suyos por fin, después de una larga lucha de 36 años, llegaba a manejar al PRI. Ochoa aseveró, en larga entrevista que publicó un medio nacional, haber sido el redactor principal de las dos reformas estructurales más polémicas y de mayor alcance neoliberal: la educativa y la energética. Se sabía de su papel en la reforma energética, siendo premiado con la dirección general de la CFE, pero se pensaba que el inteligente Aurelio Nuño Mayer había sido el autor de la reforma educativa. Enrique Ochoa se encargó de desmentir esa versión.

La llegada de Ochoa Reza al CEN del PRI selló la victoria del grupo que encabezó Miguel de la Madrid. Le continuó Carlos Salinas de Gortari, con vaivenes como la nominación de Luis Donaldo Colosio –a quien asesinaron, no vamos a especular quién ni por qué–; ese hecho le dio entrada al más neoliberal de los neoliberales, Ernesto Zedillo Ponce de León, quien, a cambio de espejitos, contó con la aprobación de los partidos de izquierda y de derecha para construir el andamiaje jurídico que garantizaba la permanencia del modelo neoliberal por los siglos de los siglos.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación era y sigue teniendo una proporción muy grande de magistrados neoliberales. El IFE, hoy INE, en su creación en 1997, fue repartido en tercios y no hubo uno solo que representara los intereses del PRI. El tribunal electoral se formó de la misma manera y proporción, sólo que eran siete y las cuotas fueron tres para el presidente, dos para el PAN y dos para el PRD. De esta forma, quedaba claro que desde 1994-1996, el PRI estaba destinado a perder la elección presidencial por una decisión y una conformación de los mecanismos judiciales elaborados por un presidente no priísta que había llegado nominado por el mismo tricolor.

Son conocidas las decisiones que tomó Zedillo para debilitar al PRI en forma constante y permanente. Sólo recordemos una: nombró a siete presidentes del CEN. La razón de ello fue clara, en ese PRI de 1994 a 2000 aún prevalecía como ideología dominante el nacionalismo revolucionario y fueron los propios priístas quienes impidieron que el candidato a la Presidencia fuera alguien ajeno a ellos. Lograron poner candados para impedir que llegara otro Zedillo. En 1997 por primera ocasión en la historia, el PRI no tuvo mayoría legislativa y las reformas constitucionales se complicaron. Fueron los priístas mayoritariamente, asociados con el PRD, quienes impidieron que se privatizara el sector eléctrico. Nunca le entregaron el PRI a Zedillo, hubo batallas formidables para impedirlo.

Zedillo a quien muchos reconocen su impulso democrático, puso en marcha una elección interna para nominar al candidato del PRI. Una pantomima porque uno de ellos era el candidato oficial, Francisco Labastida, quien ganó la elección sin problema, sólo que su adversario, Roberto Madrazo, obtuvo una copiosa votación de 3 millones de votos, por siete de Labastida. El desenlace ya se sabe. En la contienda presidencial ganó el panista, un ranchero ignorante que contó con todo el apoyo del gobierno a través de Televisa. Fue el primer telecandidato. Fox cumplió su papel y compromiso. El modelo neoliberal siguió intacto, poco se profundizó al respecto. No supo cómo hacerlo avanzar. Mientras, el PRI, ya encabezado por Madrazo, con una postura antineoliberal en ese tiempo, más apegado al nacionalismo, usó la presidencia del CEN para proclamarse candidato a la Presidencia de la República. Personalmente se encargó de denostar a su principal oponente interno en un programa de televisión nocturno que se transmitía en el Canal de las Estrellas. Cuando el PRI tenía todas las probabilidades reales de regresar al poder, la división interna se profundizó y permitió que, en 2006, el tiro, para estar a la moda con los términos, se diera entre Felipe Calderón y AMLO. Los primeros en abandonar el barco priísta fueron los abiertamente neoliberales, encabezados por su indiscutible líder Luis Téllez. Ellos lo hicieron desde la campaña. Pero en el desenlace, también los nacionalistas apoyaron a Calderón. Sin embargo, el panista tampoco logró hacer el avance que demandaban los neoliberales. Una y otra vez el PRI en el Senado se negó a emprender una reforma energética.

La solución tenía que venir desde dentro del PRI y por ello los neoliberales alimentaron una candidatura gris, sin pena ni gloria, para impulsar el regreso del PRI a la Presidencia, porque ellos sí saben gobernar y lo firman y lo cumplen. En ese equipo estaba el discípulo más avanzado de Luis Téllez y de Pedro Aspe, Luis Videgaray, quien rápidamente se hizo indispensable para Peña y se apoderó del manejo de los recursos financieros e hizo y dispuso del gobierno del Edomex. Diseñó una estrategia de la mano de Televisa para empoderar a su candidato. Para ello contó con la presidenta en turno del CEN, Beatriz Paredes, quien entregó a personajes allegados a ese grupo el manejo de la candidatura de los nuevos gobernadores, jóvenes que le darían nuevo rostro al PRI. Ya sabemos cómo operaron y el rotundo fracaso que significó. No hubo oposición real para la nominación ni para su elección. Un PRI unido por el acuerdo de regresar al poder dio batalla y ganó la elección en el 2012.

*Analista político