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Francia: esperanza de cambio
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a primera vuelta de las elecciones legislativas celebrada ayer en Francia se saldó con un empate entre la lista ¡Juntos! del presidente Emmanuel Macron y la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), coalición izquierdista encabezada por el ex candidato presidencial Jean-Luc Mélenchon, las cuales obtuvieron 25.75 y 25.66 por ciento, respectivamente. En tercer lugar se ubica la ultraderecha del Reagrupamiento Nacional (RN) con un 18.68 por ciento. Las previsiones apuntan a que el partido del mandatario se imponga en la segunda vuelta del domingo 19 y que se alce con entre 275 y 310 diputados, un retroceso significativo frente a 348 asambleístas que obtuvo en 2017. Por su parte, las izquierdas obtendrían entre 180 y 210 escaños (frente a los apenas 58 ganados hace un lustro), la derecha tradicional de los republicanos mantendría entre 33 y 80 escaños y la ultraderecha de 10 a 45.

Para las fuerzas de izquierda, que concurrieron a estos comicios unidas por primera vez en un cuarto de siglo, se plantean dos objetivos de cara al balotaje. El primer y más deseable escenario es alzarse con la victoria para dar paso a lo que en el sistema político francés se conoce como cohabitación: el nombramiento de un primer ministro –en este caso, Mélenchon– de signo político distinto al del Ejecutivo y con la capacidad de impedirle fijar la política de la nación. De no lograrse esta meta, a las agrupaciones progresistas les bastaría con evitar que ¡Juntos! obtenga la mayoría absoluta de 289 diputados en la Asamblea Nacional y así complicar que Macron lleve adelante su ambicioso programa de reformas de corte neoliberal. Cabe recordar que durante su primer periodo presidencial Macron tuvo que frenar parcialmente su agenda debido, primero, a la masiva insurrección social que provocó y después a la interrupción de la cotidianidad a causa de la pandemia de covid-19.

Más allá de lo que dispongan los ciudadanos franceses al acudir a las urnas el próximo domingo, los resultados preliminares resultan esperanzadores tanto por mostrar un regreso de la izquierda tras décadas de divisiones, pérdida de rumbo y desempeño electoral mediocre, como por la contención de una ultraderecha cada vez más fortalecida y amenazante. En este sentido, no puede perderse de vista que el RN, dirigido por Marine Le Pen y antes por su padre Jean-Marie, ha convencido a una porción creciente de los votantes en cada elección desde 2002: apenas en abril, cuando Macron logró relegirse, el RN alcanzó su votación histórica más alta con 41 por ciento de los votos y redujo el apoyo al centrista de 66 por ciento de hace cinco años a 58 por ciento.

Junto a esta normalización de la presencia de una extrema derecha xenófoba en el primer plano del panorama político nacional, la democracia francesa se encuentra en crisis por el crecimiento imparable del abstencionismo, que no es sino una manifestación del desencanto con la clase política y de una pérdida de confianza en que las instituciones puedan ofrecer respuestas a los problemas que enfrentan los ciudadanos de a pie. De este modo, no es sorprendente que la desafección por las urnas sea menor en quienes apoyan la continuidad del statu quo, y en cambio cunda entre quienes perciben la necesidad de transformar el modelo social y económico vigente, un sector que se ve continuamente defraudado por el respaldo de los políticos profesionales a un sistema que sólo beneficia a las elites.

Sólo queda desear que el buen desempeño de las izquierdas en la primera vuelta legislativa se repita en el balotaje, y que la nueva conformación parlamentaria permita revitalizar la vida política francesa en un sentido democrático y solidario.