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¿La fiesta en paz?

Colonialismo taurino externo e interno // Agüitas, ¿compite, obedece o imita?

E

l coloniaje cultural estadunidense que hace décadas padece México en medios de comunicación como radio, televisión y cine, lejos de disminuir, aumenta, convirtiendo a los despreocupados concesionarios de estos medios en alegres difusores del idioma, música, producciones, series, modas y el muy dudoso gusto de la nación vecina. Lo peor no es que estas influencias sigan permitidas, sino que la población ya se acostumbró a esos contenidos y legiones de jóvenes mal hablan español pero canturrean en inglés. ¿Por gusto? No, por la repetición inmisericorde de melodías en esos medios.

Como la Carta de la Organización de las Naciones Unidas proscribe el colonialismo, apareció entonces un colonialismo encubierto que se impone no por la fuerza de las armas, sino por la penetración cultural, el dominio tecnológico, la implantación de pautas de consumo, estilos de vida e instrumentación de políticas proteccionistas, entre otros métodos, cuya etapa más sofisticada ha sido el gran cuento llamado globalización, estratagema de los países desarrollados para manipular la economía, el comercio, los mercados y los medios de comunicación del planeta, a merced del pensamiento único o aquello que los que se sueñan dueños de la verdad consideran política, económica y culturalmente correcto. El rezago de amplios sectores de la sociedad obedece, pues, a los criterios de reducidos sectores de fuera y de dentro de cada país, pues al igual que el colonialismo externo, el colonialismo interno ejerce injustas relaciones e impone sus criterios desde el centro dominante hacia las periferias del propio país.

Se explica así que, a nivel nacional e internacional, ningún taurino, agrupación o defensoría oficiosa de la fiesta de los toros pugne por una sana regionalización de ésta, un estímulo oportuno de aquellos diestros que prometen, y un intercambio equitativo entre las regiones de sus exponentes más destacados. Por ello, las añejas relaciones asimétricas –desiguales, inequitativas, arbitrarias e ineficaces– entre los llamados países taurinos del orbe, que desde siempre, salvo reveladoras y ocasionales rupturas de relaciones, ejercen y aceptan un eficaz colonialismo taurino por parte de España y un ineficaz colonialismo interno por parte de las élites que dicen promover la fiesta de los toros en sus respectivos países.

Para tapar el ojo a este creciente coloniaje taurino, la empresa de Las Ventas incluyó en la Feria de San Isidro 2022 a dos matadores mexicanos –Joselito Adame y Leo Valadez, en carteles infames– y a dos novilleros –Arturo Gilio e Isaac Fonseca–, lo que contrasta penosamente con el trato ventajoso y reverencial que aquí las empresas brindan a las figuras importadas. ¿Complejos? ¿Acuerdos previos? Desde luego, nuestra añeja falta de toreros de exportación, debido precisamente a ese nefasto coloniaje taurino interno de duopolios y monopolios del centro y la débil dinámica de la fiesta en los estados.

Si Madrid toleró que se colara un monero estremecedor como el mallorquín Domingo Zapata para rayar el lamentable cartel de la feria de San Isidro con el pretexto de hacer cosas innovadoras, ni tarda ni perezosa la empresa de Aguascalientes solicitó al mismo y cotizado artista realizar el cartel de la Feria de San Marcos de este año. Y le salió de lujo: torpemente resueltos, un toro y un torero, el toro con elefantiasis o un elefante con cuernos y una figura grotesca con un sombrero aplastado.

Dice poco y promete menos, pero como diría el soso ripioso: con tan pobre invitación dejemos la emoción para mejor ocasión.