Número 173 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Saharahuis

Sabor amargo de la lucha por existir: la dignidad del pueblo saharauí

Camino al Aaiun, septiembre de 2006. Indira Iasel Sánchez
Indira Iasel Sánchez Bernal Tecnológico de Monterrey

Hace ya 46 años, un 27 de febrero se proclamaba la independencia de la República Árabe Saharauí Democrática (RASD) en Bir Lehlu; para entonces ya se había suscitado el diferendo territorial por el llamado Sáhara Occidental entre Marruecos y Mauritania. España, quien había sido la potencia colonizadora del territorio, firmaba de manera secreta los Acuerdos Tripartitos de Madrid (1975), a través de los cuales se autorizaban las reivindicaciones territoriales marroquíes y mauritanas sobre el Sáhara. La marcha verde, promovida por el Rey Hassan II en 1975, creaba los primeros asentamientos marroquíes en la región y en 1976 el territorio saharauí era ocupado tanto por el gobierno mauritano como por el gobierno marroquí, teniendo como resultante el éxodo forzado de saharauíes hacia Argelia, en donde familias fragmentadas y perseguidas siguieron defendiendo el sueño independentista.

El año de 1975 es crucial, porque simultáneamente a la consolidación del nacionalismo árabe y a la construcción estatal de países como Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, se profundizaba un proceso colonial geopolítico que, si bien ya no era gestado directamente por España, se intermediaba a través de los intereses de Marruecos y Mauritania; y en donde los recursos naturales como fosfatos, minerales y uno de los bancos pesqueros más importantes a nivel mundial, se convirtieron en fuentes de expolio y despojo ilegal internacional.

En consecuencia, un día después de que España se retirara del territorio, el Frente POLISARIO (Frente Popular para la Liberación de Saguiat el Hamra y Río de Oro), representante oficial del pueblo saharauí, enfrentó la invasión marroquí y mauritana (Mauritania habría de reconocer a la RASD en 1979). El conflicto violento no habría de cesar hasta 1991, con la mediación de la Organización de Naciones Unidas y el establecimiento de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sáhara Occidental (MINURSO), en donde se prometía que se habría de consultar la voz de los y las saharauíes para decidir si deseaban la anexión a Marruecos o la independencia.

Estamos en 2022 y el referéndum continúa siendo una promesa volátil. Los procesos de negociación han fracasado: el Plan de Paz (1991), los Acuerdos de Houston (1997), la Tercera Vía (2001) y el Plan de Autonomía Consensuada (2007), específicamente porque los intereses de ambas partes se contraponen y porque el gobierno marroquí no reconoce otra opción más que la anexión “autonómica” del Sáhara.

En plena época pandémica, en noviembre de 2020, se rompió el cese al fuego, debido al uso ilegal por parte de Marruecos, del paso entre el Sáhara Occidental y Mauritania ubicado en Guerguerat. Un cansancio invade a los y las saharauíes por el silencio que ronda a sus demandas y existe un hartazgo por el ineficiente trabajo de los funcionarios de la MINURSO y de las Naciones Unidas, por sus miradas cómplices ante las violaciones de derechos humanos y la constante explotación ilegal de los recursos naturales de la región. Por otro lado, los países involucrados como Francia, España y Estados Unidos continúan realizando un doble juego discrecional que les permite la injerencia indirecta en la región a la vez que desempeñan el papel de pacificadores democráticos.

Otra historia aparece con las reivindicaciones territoriales marroquíes sobre el Sáhara Occidental, porque éstas se desprenden de los difíciles procesos de consolidaciones estatales poscoloniales. ¿Recuerda Usted los proyectos de la Gran Armenia o de la Gran Serbia?, Marruecos también promovió el proyecto del Gran Maghreb, diseñado por el Sr. Allal Al Fassi, quien pretendía que la extensión territorial de Marruecos llegase hasta el río Senegal, como una estrategia para robustecerse como un Estado moderno y desarrollado. Paradójicamente, el gobierno marroquí era anticolonial, pero reproducía la matriz de poder colonial europea y su inherente colonialismo interno.

No olvidemos que Marruecos también fue un territorio colonizado por España y por Francia, que al surgir a la independencia se enfrentó a muchos problemas internos de unificación: el movimiento poblacional del Rif, el debate entre ser una monarquía o una república, mantenerse como un país laico o islámico, ser un país democrático o continuar bajo la sombra de un pluripartidismo autoritario; problemas que llevaron al estado de excepción vivido entre 1965 y 1970, decretado por el Rey Hassan II y a los llamados años de plomo, en donde las encarcelaciones, las torturas y las limitaciones a la libertad de expresión eran la moneda corriente. En ese contexto político tan inestable, las reivindicaciones territoriales sobre el Sáhara se convirtieron en una bocanada de aire para el reino marroquí, en una válvula de escape que por primera vez unía a los marroquíes ante una empresa colectiva: la recuperación del Sáhara Occidental. La unificación poblacional en torno al Sáhara legitimó de tal manera al régimen, que permitió el diseño y celebración de las primeras elecciones legislativas en 1977, siempre manejadas de manera descendente.

La frase “Allah, la Nación y el Rey”, que verá Usted escrita en árabe en la foto, se convirtió en el elemento de sustentación del reino marroquí.

El Rey Muhammed VI ha dado continuidad a las políticas reivindicativas sobre el Sáhara Occidental, siguiendo la herencia política de su padre; fue quien propuso la regionalización del Sáhara Occidental y quien sigue generando control y dominio sobre las personas y expropiación de los recursos del Sáhara ocupado.

Por otra parte, en materia de política exterior, en diciembre del año 2020, el Rey Muhammed VI restableció relaciones con el Estado de Israel a cambio del reconocimiento del gobierno estadounidense encabezado por el expresidente Donald Trump, de la soberanía de Marruecos sobre el Sáhara. Sumado a lo anterior, Argelia rompió relaciones con el reino marroquí por sus acciones sobre el Sáhara Occidental en agosto del 2021, y en abril de ese mismo año, se inscribió en una disputa diplomática con España por la atención médica brindada a Brahim Gali a causa de la Covid-19.

Las reivindicaciones sobre el Sáhara han servido como un catalizador de los problemas internos de Marruecos, que no son pocos: altos niveles de desempleo, protestas sociales en la zona del Rif, despojos territoriales en función de profundos procesos de gentrificación, violaciones a los derechos humanos y persecución de la prensa independiente. Asimismo, Marruecos se ha anexado un territorio rico en recursos naturales, lo cual ha permitido desarrollar un mayor prestigio político ante países occidentales poderosos; todo ello en detrimento de las aspiraciones de la población saharauí.

Ciertamente, la población saharauí es heterogénea y hay diversas opiniones en torno a la situación del Sáhara, pero ¿cómo podemos conocerlas si dichas voces son silenciadas o tergiversadas?

En Tindouf, hay un pueblo que resiste, mujeres que llevan en sus cuerpos cicatrices de refugio, generaciones de jóvenes que no conocen su tierra y una niñez con un futuro cercenado; pero un movimiento de lucha ha permanecido de pie a lo largo de varias décadas.

En este mundo, en donde los intereses geopolíticos pesan más que las necesidades poblacionales, en donde el ethos capitalista y las prácticas coloniales y colonizantes trasgreden los límites de la dignidad de los pueblos y en donde los medios de pacificación de Organismos Internacionales responden a intereses específicos gubernamentales, cabe preguntarse si no es momento de repensar y descolonizar las formas en que los intereses estatales se despliegan; ¿por qué no privilegiar la vida antes que los recursos, la subsistencia antes que la lógica del capital o a las personas antes que las fronteras?

La seguridad nacional de Marruecos no puede ser una justificación para oprimir a un pueblo y asfixiarlo en el desierto. Resulta entonces imperante la descolonización del Sáhara Occidental. Tal como afirmaba Patrice Lumumba “sin dignidad no hay libertad, sin justicia no hay dignidad y sin independencia no hay personas libres”. •