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La punta del iceberg
E

l 6 de enero pasado se conmemoró el aniversario del asalto al Capitolio, cuando una turba intentó evitar que Joe Biden fuera declarado presidente, en una sesión solemne del Congreso de Estados Unidos. La gravedad de ese hecho fue motivo para que se integrara una comisión legislativa que investigara la que se consideró una intentona de golpe de Estado, hecho insólito en ese país. Vale resaltar algunas observaciones al respecto.

En primer lugar, sorprende que la bancada republicana en el Congreso se haya opuesto a que se integrara dicha comisión y, acto seguido, obstruya sus investigaciones sistemáticamente. Cabe pensar que tal negativa encierra el propósito de evitar que en la investigación aparezcan uno o más de los mismos legisladores como instigadores de la revuelta, incluido el propio ex presidente Trump. Lo que pudiera ser aún más alarmante es la intención de mantener el apoyo a las decenas de grupos que en forma soterrada han mantenido una actitud desafiante a cualquier intento por hacer de la democracia una vía que supere las desigualdades y la discriminación.

En el fondo, tal vez esto último es la punta de un iceberg , en cuya base hay algo que trasciende lo sucedido el 6 de enero. La evidencia de que en el país vecino existe un submundo dispuesto a subvertir la democracia como tal, por diversos medios, uno de ellos desconociendo los resultados del voto de 150 millones de ciudadanos.

Un indicio de este propósito está a la vista en varios estados de la cada vez más precaria Unión Americana. En una decena de legislaturas estatales, cuya mayoría pertenece al Partido Republicano, han aprobado leyes para coartar el sufragio de miles de ciudadanos mediante diversas formas. De seguir por ese camino, no pasará mucho tiempo para que regresen los días en los que el voto se concedía únicamente a un grupo privilegiado de ciudadanos.

Se esperaba que el presidente Biden reclamara en forma más enérgica la labor de zapa que su antecesor ha realizado, y continúa haciendo sin el menor rubor, en contra de los procesos y mecanismos que garantizan la democracia. Por fin, la semana pasada rompió con su silencio mediante un discurso en el que no dejó duda sobre sus intenciones de evitar que tal atrocidad continúe dándose: En los momentos en que una horda atacaba el Capitolio, el ex presidente (Trump), sentado tranquilamente en su oficina, contemplaba por televisión la forma en que la policía arriesgaba su vida tratando de detener el asalto a la sede del Congreso, sin la menor intención de detener a quienes él había azuzado.

El discurso, al menos retóricamente, fue un punto de inflexión por parte del presidente, quien había evitado enfrentar directamente con Trump, según un comentario de la periodista Katie Rogers, del NewYork Times.

Biden preguntó: ¿Estamos dispuestos a aceptar la violencia política como norma, y además que revoquen la voluntad de millones en las elecciones los funcionarios de uno u otro partido político?. Y agregó: en lugar de mejores ideas para ganar el voto, el ex presidente y quienes lo apoyan inventan la forma de suprimir el voto y revertir el resultado de las elecciones; no nos equivoquemos, estamos en un punto de inflexión en la historia.

Para concluir, dio una señal de lo que anunciará esta semana en Atlanta sobre su intención de luchar para que se apruebe una profunda reforma que garantice el acceso a las urnas a todos los estadunidenses, y de esa manera frustrar la intentona en varios estados por coartar los derechos políticos de millones de ciudadanos.

Vista a distancia, la odisea del 6 de septiembre de 2021 fue un hito que podría ser trascendente, si en efecto el presidente Biden está dispuesto a luchar por que la democracia estadunidense, con todas y sus imperfecciones, tenga una vía civilizada para dirimir los conflictos en una sociedad cada vez más diversa y compleja, o de lo contrario dar carta blanca a quienes pretenden socavarla.