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No seamos el muro
L

os ojos de Francisca, una mujer del pueblo me’phaa originaria de la comunidad La Soledad, en Malinaltepec, Guerrero, reflejaban el dolor y tristeza que dejó la muerte de su hermano Salvador. Aún no encuentra las palabras que puede consolar a su cuñada y a su pequeño sobrino, de apenas 12 años, que están en el pueblo. ¡Salvador no vino a este país a morir! ¡Salvador vino para buscar un mejor futuro para él y su familia!, donde el hambre no fuera una constante todos los días. Salvador forma parte de los más de 38.5 millones de mexicanos que viven en Estados Unidos para buscar aquel tan anhelado mejor futuro, que no encuentran en sus comunidades.

Salvador es el tercer repartidor de comida indígena de La Montaña, Guerrero, que muere en Nueva York, en un trágico accidente. El primero fue Victorio Hilario, originario de San Juan de las Nieves, municipio de Malinaltepec, a quien atropellaron intensionalmente en septiembre de 2020; Francisco Villalba Vitinio, oriundo de Xalpatláhuac, en marzo de este año fue brutalmente asesinado en Harlem, mientras descansaba en su bicicleta.

Salvador, un deliverysta de la gran manzana, se suma a esta lista llena de dolor y sueños rotos, al fallecer en un accidente en su motocicleta, perdiendo la vida casi al instante en Manhattan, en el corazón del imperio.

El Colectivo, conformado por repartidores de varias nacionalidades para defender los derechos laborales de los deliverystas en Nueva York, contabilizó en este año más de 20 muertes de repartidores. Lo más preocupante es que la justicia para Salvador, Victorio y Francisco tardará; dentro de las razones está que forman parte de un grupo socialmente discriminado y marginado en este país, que sólo les considera como mano de obra barata.

Del otro lado de la frontera, apenas tres días antes, vimos con horror los cuerpos apilados de 57 personas migrantes y a lo lejos un tráiler volteado, en la carretera de Chiapa de Corzo, en Chiapas.

Estos accidentes se deben, en parte, a que durante los años recientes se han endurecidos las políticas migratorias, invisibilizando a las personas de Centro y Sudamérica que cruzan por México sin documentos. Obligándoles a esconderse en la clandestinidad, arriesgando su vida y la de sus familias.

Los migrantes que fallecieron en el accidente no vinieron a México para morir. Sólo perseguían el sueño americano. Huían de la pobreza y la violencia de sus naciones de origen, donde las políticas extractivas del norte global los han dejado en una mayor desigualdad y pobreza.

Este trágico accidente cobró vidas de personas indígenas del pueblo Quiché, un pueblo que por años se ha mantenido en resistencia por la defensa de su territorio. Decidieron migrar huyendo de la violencia en la que viven. Los grandes capitales se quieren adueñar de sus territorios y bienes naturales, a costa de sus vidas.

Estas historias, a pesar de desarrollarse en latitudes diferentes, tiene en común que el dolor y el enojo es el mismo. El modelo económico neoliberal obliga a que hombres y mujeres abandonen sus hogares ante la incertidumbre del futuro. La precarización de los medios de vida y el aumento generalizado de la violencia en la región sumergen a nuestros países en la desesperación y provocan que las familias migren como única opción de sobrevivencia.

México necesita poner el ejemplo, tender la mano a sus hermanos y hermanas del sur. Lograr que las personas migrantes que pasan por nuestro país accedan a la justicia, que no se vean obligadas a vivir en la oscuridad.

El programa Quédate en México es el claro ejemplo de que la agenda migratoria de nuestra nación ha sido impuesta por su vecino del norte.

El pueblo latinoamericano se tiene que hermanar, nuestra historia, nuestra lengua y nuestras tradiciones son semejantes. No podemos continuar siendo ese muro que Donald Trump, ex presidente de Estados Unidos, mencionaba en todos sus discursos. Repitiendo sin cesar que las y los mexicanos éramos malos hombres y que queríamos dañar a su país.

Las y los migrantes somos el corazón de la economía, los que día a día nos levantamos a trabajar, haciendo jornadas extenuantes de más de 12 horas. El dinero que mandamos representan un porcentaje alto del producto interno bruto de nuestras naciones. Somos el sostén de muchas familias de la región, que migramos por no contar con oportunidades en nuestros propios países. Somos una cultura binacional que traemos nuestras tradiciones a un país extraño, que constantemente nos recalca que no somos bienvenidos y bienvenidas.

Somos el presente y el futuro de grandes naciones que con nuestro trabajo se mueven todos los días. Los sueños rotos y la ilusión de una mejor vida seguirán esperando llegar a los lugares donde se encuentran los más pobres, los olvidados. Los pueblos Quiché y me’phaa, hoy lloran por la pérdida de sus hermanos. A pesar de la distancia, el sentir es el mismo. Necesitamos que nuestro grito de justicia se escuche en todos los rincones del mundo #NoSeamosElMuro.

* Integrante del Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan