Opinión
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Desaparecidos en el desierto
O

mar Reyes López es un joven de 20 años originario de Actopan, Hidalgo. Se fue a Ciudad Juárez para cruzar la frontera y unirse a un tío en Estados Unidos. Contactó a un coyote, quien lo iba a pasar por un paraje llamado Lomas de Arena, en el municipio de Guadalupe, Chihuahua. Con él se dirigió hacia allá, pero se perdió desde el 2 de noviembre. La última noticia que se tuvo de él fue por una llamada a su tío el 10 del mismo mes. Estaba cansado y extraviado en el desierto. Desde entonces no se sabe de él. Su familia interpuso un amparo para que el Estado ponga todos los medios para buscarlo, han intervenido el Grupo Beta y la Fiscalía General del Estado, pero nada.

Igual sucede con Julio César Atayde Gallegos: salió de Durango, lo iban a pasar los coyotes por Ojinaga, luego se comunicó con su esposa y le dijo que no iban a poder cruzar por ese sitio y se irían por otra ruta. No se ha vuelto a comunicar.

Por desgracia no son los únicos casos. Tan sólo al Centro de Derechos Humanos de las Mujeres (Cedehm), de la ciudad de Chihuahua, se le han denunciado y documentado las desapariciones de 30 personas. Todos jóvenes, la gran mayoría mexicanos, de esta entidad, pero también de Hidalgo, Durango y otros estados. De este número forman parte 13 jóvenes desaparecidos desde el 25 de septiembre.

La narrativa de la familia de los jóvenes desaparecidos es la misma: se contactan con coyotes y les pagan para pasarlos a Texas. Les prometen cruzarlos por Lomas de Arena, municipio de Guadalupe. Allá se llega por tres rutas: de Ciudad Juárez, por carretera hasta Porvenir y de ahí en terracería paralela al Bravo, río abajo durante dos horas. De Ojinaga por terracería, también paralela al Bravo, río arriba, durante cuatro horas. O de Coyame del Sotol, cabecera municipal, rumbo al noreste, de cuatro a seis horas por pura brecha.

La mayoría de los jóvenes desaparecidos han hecho una última llamada por celular supuestamente antes de internarse en aquella inmensidad, deshabitada, inhóspita, tan grande como el estado de México, diciendo que ya están en camino a Lomas de Arena y que van a perder la señal de celular. Después, silencio total.

Hasta ahora, gracias a las gestiones de las familias de los desaparecidos en el desierto y del Cedehm se ha logrado que la fiscalía del estado emprenda la búsqueda en el territorio señalado. Así se localizó a 53 migrantes centroamericanos, no retenidos, sino instalados cerca de Lomas de Arena esperando la señal del coyote para cruzar el Bravo. Pero de los jóvenes mexicanos, ni sus luces.

La hipótesis de la fiscalía es que los migrantes son víctimas de una disputa entre cárteles por el cobro de derecho de piso. Al parecer se trata de un territorio disputado por el cártel de Sinaloa, que controla la zona del Valle de Juárez, y el cártel de Juárez, que controla Ojinaga y sus alrededores.

El hecho es que, de nuevo, la gente que busca salir de una situación desesperada en sus lugares de origen y busca el famoso sueño americano se ha convertido en otro objeto de lucro para las organizaciones criminales y, como en el caso de los migrantes centroamericanos, en el de los migrantes mexicanos, las autoridades han sido rebasadas.

Así lo declaran las familias de las víctimas, señalando que las capacidades de la fiscalía del estado ya llegaron a su límite. Por eso, un grupo de familias y el Cedehm demandaron al presidente López Obrador, durante la instalación de la Comisión de la Verdad en Chihuahua, que el gobierno federal intervenga ya. Se dirigieron también al secretario de la Defensa Nacional, general Cresencio Sandoval y al subsecretario de Derechos Humanos de Gobernación, Alejandro Encinas, para pedirles que apoyen en la búsqueda de los desaparecidos mediante la Guardia Nacional y el Ejército; que se realicen las labores necesarias de inteligencia, de vigilancia y de ubicación de las personas y de las redes criminales que trafican con ellas; que se brinde apoyo con helicópteros para cubrir en su totalidad la vasta extensión de ese desierto.

Es necesario visibilizarlo: los migrantes no sólo sufren al ingresar a México en accidentes como el del tráiler de la muerte, sino hasta la otra punta del país, en la frontera con Estados Unidos. La explotación, el maltrato y hasta la muerte son el destino de muchos. No sólo extranjeros, también mexicanos. Convertidos en descartables por la sociedad que les expulsa, se convierten luego en objeto de lucro y carne de disputa por criminales. De ello seguiremos escribiendo. Ojalá que el Presidente y su equipo escuchen estas voces en el desierto.