"La Jornada del Campo"
Número 169 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Batallas por la energía

Transición energética justa y sustentable en la perspectiva del post-crecimiento

Luca Ferrari Centro de Geociencias, UNAM, Omar Masera Cerutti Instituto de Investigación en Ecosistemas y Sustentabilidad, UNAM Coordinadores del Programa Nacional Estratégico sobre Energía y Cambio Climático del CONACYT

Es urgente que México emprenda una transición energética ya que, tanto como país como a nivel global, enfrentamos una serie de grandes desafíos. El primero es el declive geológico de la producción de hidrocarburos, que todavía representan el 83% de toda la energía que consumimos en nuestro país. Desde el descubrimiento de los campos supergigantes de la Sonda de Campeche en la década de los setentas hemos confiado a un recurso no renovable como el petróleo el desarrollo de la economía y el financiamiento de una parte significativa del presupuesto federal. Sin embargo, en 2004 tocamos el cénit de la producción de petróleo y en 2009 la del gas natural. Desde entonces hemos tenido una caída casi constante por lo que en la actualidad producimos solo la mitad del petróleo que extraíamos en 2004 y el 64% del gas de 2009. No obstante el notable incremento del presupuesto que ha tenido PEMEX en esta administración, la producción de crudo no ha podido incrementarse. Esta situación no va a cambiar significativamente a futuro y la razón es sencilla: siempre se encuentran y se explotan primero los recursos mejores. Al agotarse los campos supergigantes de Cantarell, Ku, Maloob y Zaap nos quedan campos cada vez más pequeños, a mayor profundidad, con petróleo más difícil de extraer, lo que implica un mayor costo de extracción y una menor tasa de retorno energético. Una mejor administración de los recursos y la lucha contra la corrupción, si bien imprescindibles, no van a cambiar la realidad geológica de los yacimientos mexicanos.

Un segundo desafío es la alta dependencia hacia Estados Unidos, que afecta la seguridad y la soberanía energética. Debido a las políticas de las últimas tres décadas, importamos del vecino del norte entre el 60 y 70% de la gasolina, el diesel y el gas natural que consumimos. Si bien exportamos más de la mitad del petróleo que extraemos, desde 2015 somos importadores netos de energía: importamos más energía en productos refinados y gas natural de la que exportamos en petróleo crudo. Aunque esta administración ha invertido cantidades importantes en las refinerías existentes, seguimos produciendo la misma cantidad que en 2018 (ca. 220 mil barriles diarios). Aún sumando lo que proporcionaría la nueva refinería de Dos Bocas y la de Deer Park (280 mil bd) no podríamos llegar a satisfacer la demanda de gasolina previa a la pandemia (750 mil bd). El caso del gas natural es aún más preocupante ya que representa el 60% del combustible con que generamos la electricidad y no hay un plan para sustituirlo; por el contrario, se planea construir más centrales de ciclo combinado que consumirán gas natural importado masivamente de Texas, donde se produce con fracking.

En tercer lugar, el impacto ambiental que conlleva la producción de energía es bien conocido y la situación es cada vez más crítica tanto a nivel local como global. El uso masivo de los combustibles fósiles ha provocado el cambio climático más abrupto de la historia de la Tierra y las posibilidades de actuar para mitigar sus efectos son cada vez más escasas. Además, el cambio climático representa sólo un aspecto de la crisis ambiental más amplia que experimentamos, que se manifiesta también en la destrucción de especies y ecosistemas, la deforestación y la contaminación de agua, aire y suelo. Desde el punto de vista social, la invasión de territorios rurales asociada a megaproyectos de energías (fósiles y renovables), así como el uso de agua y la extracción de materias primas que requieren, han provocado decenas de conflictos socio-ambientales en todo el país. Y tal vez uno de los aspectos más preocupantes de este modelo es que el crecimiento del consumo energético no se ha traducido en una mejora de las condiciones de vida de buena parte de la población. De hecho, existe una gran inequidad en el consumo de energía, donde el decil más rico de la población consume 7 veces más que el decil más pobre, y 50 millones de mexicanos viven en pobreza energética.

Frente a este panorama, la transición energética se ha planteado desde dos grandes perspectivas. Convencionalmente se presenta como un problema meramente tecnológico: el cambio de energías fósiles a renovables para mitigar emisiones y el despliegue de tecnologías de captura de carbono para ayudarnos a absorber el dióxido de carbono remanente, manteniendo los patrones de consumo y estilos de vida esencialmente intocados. Sin embargo, como lo demuestran cada vez más estudios, esto es inviable desde el punto de vista técnico, ambiental y económico. Si bien los combustibles fósiles son fuentes no renovables con un grave impacto ambiental, también son concentradas, versátiles y controlables. Es sobre estas fuentes de energía que se construyó la civilización industrial moderna, donde una parte de la población mundial disfruta de un acceso constante a la electricidad, las comunicaciones y al suministro de agua, alimentos y combustibles. Esta economía globalizada y altamente intensiva en energía no puede sostenerse con fuentes renovables por una variedad de razones. Las fuentes controlables con alto factor de planta, como la geotermia y la hidroeléctrica, se desarrollaron desde hace un siglo y tienen un potencial de crecimiento limitado. En cambio, fuentes con mayor potencial de crecimiento, como la eólica y la solar, presentan problemas importantes: 1) intermitencias y baja concentración, que se traduce en bajo factor de planta y la necesidad de ocupar grandes superficies; 2) la necesidad de compensar la intermitencia resulta en un aumento indirecto de los costos; 3) su fabricación requiere el uso de energía fósil, materias primas y minerales que difícilmente se pueden reciclar, que van a generar un incremento de la minería y cuyas reservas son totalmente insuficientes para la tarea de sustituir los combustibles fósiles. De hecho, la transición energética de corte tecnológico que propone el establishment no sólo es inviable para toda la población del planeta, sino que implica seguir con un sistema extractivista con impactos socio-ambientales insostenibles. Además, no resuelve la enorme desigualdad en cuanto al acceso y al consumo de energía que caracteriza nuestra sociedad.

Una segunda vía, que cada vez convoca a un mayor número de actores sociales -desde la academia, al activismo, pasando por gobiernos municipales, organizaciones de base y de pueblos originarios- sostiene que la transición energética debe plantearse como parte medular de un cambio profundo y sistémico de la actual civilización industrial consumista hacia una sociedad más democrática, equitativa y sustentable, que no tenga como objetivo último el consumo creciente de bienes y el crecimiento económico, sino que tenga otros imaginarios, en los que el “progreso” resulte de lograr el bienestar de toda la población respetando los límites biofísicos del planeta. Se necesita entonces abandonar la globalización dominada por unas cuantas corporaciones, para impulsar economías de escala regional con equidad de género, donde se consuma lo que se produce localmente y se revitalice al sector rural; impulsar el transporte público y la reducción de los traslados rediseñando las ciudades; promover una agricultura no dependiente de combustibles fósiles basada en la agroecología y la permacultura; terminar con la obsolescencia programada y producir bienes duraderos que permitan el mayor reciclaje posible; asegurar el acceso a servicios energéticos para resolver las necesidades básicas a toda la población -comenzando por los grupos más marginados- y definidas de acuerdo a los contextos socio-culturales locales; democratizar la producción de energía, de manera que los proyectos energéticos se basen en la diversidad de fuentes renovables locales -biomasa, solar, eólica, geotérmica, hidráulica- y generen opciones de ingreso y empleo de calidad a nivel local; y que se utilice la energía de la manera más eficiente posible. Una sociedad con menor consumo de energía y materiales y una mayor equidad conlleva también estilos de vida más simples, mucha menos preocupación por el lujo, la opulencia y las posesiones materiales, y mucha más atención a las fuentes no materiales de satisfacción con la vida. •