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La lucha de clases existe; en la fotografía se ve de forma muy clara: Rodrigo Moya

En entrevista con La Jornada habla de su libro más reciente, Célebres y anónimos, editado por la UNAM y Vestalia

Foto
La pesca milagrosa. Opopeo, Michoacán, 1971. Fotografía que forma parte de Célebres y anónimos (UNAM/Vestalia).Foto Rodrigo Moya
 
Periódico La Jornada
Sábado 22 de mayo de 2021, p. 2

El fotógrafo Rodrigo Moya afirma: Creo en la lucha de clases todavía. Es un cliché muy viejo y, aparentemente, fuera de moda, pero sí existe. Basa su aseveración en la diferencia de los comportamientos de los estamentos sociales que en la fotografía se ve de forma muy clara.

En entrevista, sobre su libro más reciente, Célebres y anónimos, coeditado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Vestalia, Moya menciona que en la foto, intuitivamente, sin tener mucha conciencia de ello, me atraían los personajes humildes, el pueblo, los vendedores, los borrachitos. Me interesaban con gusto y los fotografiaba.

El volumen cuenta con imágenes de personalidades de la cultura, como el escritor Gabriel García Márquez, los pintores David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera, el ilustrador Eduardo del Río Rius, el poeta León Felipe, el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo y el compositor y cantante Óscar Chávez, así como capturas de anónimos niños pobres, mujeres campesinas, practicantes de distintos oficios y guerrilleros, entre otras muestras de la variedad del trabajo fotográfico.

La imagen invadió todo

El fotodocumentalista nacido en Medellín, Colombia, en 1934, destaca que “las clases se comportan distinto frente a la cámara, a la ventanilla del banco o frente a todo. Cada clase se representa a sí misma de maneras distintas a las otras. Me interesó mucho esto. Nunca traté de hacer fotos de migrantes, de la pobreza o de la condición baja.

Primero aseguraba una o dos fotos con rapidez y después a veces establecía contacto. Las personas del pueblo en aquel entonces eran mucho más reacias a la cámara. Ahora la imagen invadió todo con tal fuerza que ahora todos quieren salir a cuadro.

Moya refiere que desde hace tiempo quería hacer este libro de retratos. Para él, uno no retrata a la gente, la gente lo retrata a uno y lo mira. Hay quienes, por su personalidad, su rareza o sus actitudes llaman la atención, entonces te vas sobre ellos en una fracción de segundo para tratar de captar a ese sujeto o sujeta, en ese momento, en esa actitud.

El retrato, sostiene, “tiene mucho de circunstancial, excepto los de personas famosas, que hay una previa cita, cierta pompa, y uno espera hacer un buen retrato; es decir, hay una condición preparada. Yo hacía retratos de María Félix, de Emilio El Indio Fernández o de Dolores del Río.

Son fotos hechas pensando en el reportaje, en la función de fotoperiodista, no de hacer un retrato sublime. La mejor es la fotografía mientras el sujeto actúa y yo doy vueltas alrededor de él y trato de captar sus gestos esenciales. Así logré buenas fotos.

Explica que el famoso, el célebre o el rico siempre tiene una conciencia de cámara muy borrosa, no como la gente más sencilla o humilde. Sabe que lo están retratando en una publicación, entonces se viste adecuadamente, te atiende, y raramente actúa con espontaneidad, lo cual me parece ventajoso.

En cambio, “en la foto de reportaje, de calle es a la velocidad del obturador, debe ser muy rápida la reacción y evitar justamente esa pose distinta que tiene la clase social más baja.

Busco siempre una mirada directa sobre todo en la foto callejera. En los reportajes, de pronto aparece un personaje en una marcha y, al margen de lo que estén haciendo colectivamente, ese sujeto me llama la atención porque es representativo de algo. Está anclado en mi conciencia desde quien sabe cuándo y quien sabe cómo.

Moya, quien fue reportero gráfico de 1955 a 1968, prefiere la foto en la que todavía no hay una conciencia de la cámara y el personaje es tal cual, como Jerónimo, incluido en el libro con un relato de cómo le tomó la foto.

Menciona que le sorprendió la edición de Célebres y anónimos porque el artista y diseñador Alejandro Magallanes trastoca los elementos “para fortuna. Para mí fue una sorpresa ver colores entre las páginas, una tipografía enorme. Adquiere para mí una originalidad muy grande. Difiere de todo, y eso ayuda incluso a destacar la imagen fotográfica, que es el centro de un libro de este calibre.

Es uno de los que me ha gustado en el tiempo que llevo de editar libros de foto. La impresión es limitada por los recursos; sin embargo, el libro-objeto es equiparable a otros de sus títulos más espectaculares. Es un poco juguetón; trastoca muchas normas editoriales y ese es su valor, señala Moya.

Recuerda que dejó de hacer foto documental cuando empezó a hacer la revista mensual Técnica Pesquera, que fundó y editó durante 20 años. Entonces “fotografiaba barcos, acciones de pesca y ese mundo. Me interesaban mucho los personajes del pescador, el marinero, el trabajador de cubierta, el maquinista. Tenían mucha personalidad.

Era más fácil, porque la gente de mar es más indiferente a la cámara, por una parte, lo cual es ventajoso; por otra, más segura de sí misma, tiene trabajo y lo está efectuando, y le gusta ser fotografiada, pero no lo va a entender, menciona Rodrigo Moya.