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Manual para destruir la educación pública
E

n la continuación del texto que glosamos hace 15 días, Esther Sanginés se pregunta: ¿puede acabarse la educación pública? Y responde: Probablemente no de manera directa, sí con el descuido y el abandono, sí con maestros mucho más ocupados en cumplir con demandas burocráticas que con su función de enseñar, sí con la frustración de quienes no obtienen en la escuela el impulso para superarse, remontar marcadores, plantearse nuevos retos.

¿De qué escuela hablamos?, ¿cuál era la idea que tenían los liberales de la Reforma, los Constituyentes de 1917, los maestros socialistas de los años 30? Una educación crisol de una sociedad plural, una escuela pública que llegue a todos los rincones, con maestros cuya vocación los lleve a formarse en el conocimiento científico, en la profundidad que dan las humanidades y en los saberes que se han generado en los distintos pueblos. Una escuela pública que vea en cada niño una posibilidad, que remonte las diferencias que se generan por la desigualdad económica, que fomente el crecimiento del espíritu, la igualdad en la diversidad.

Sólo que una escuela pública con esas características es un peligro para el sistema mundial y sus beneficiarios: el centenar de millonarios que concentran 83 por ciento de la riqueza de América Latina, y unos cuantos miles de ricos y políticos que administran ese modelo (lo del centenar de millonarios no es retórica: https://cutt.ly/1bNmn2d).

Por ello, dice Jorge Lora Cam, durante 28 años se ha atacado frontalmente a la educación pública y a sus fundamentos, con leyes a modo de las grandes corporaciones que buscan hacer de la educación una mercancía. Simplemente en materia de lenguaje, se utilizan palabras confusas y ambivalentes como calidad, excelencia educativa, evaluar o evaluación con un mero sentido productivista, competencias y medición de las mismas. Se han impuesto conceptos como servicios educativos, capital humano o recursos humanos, que obviamente se corresponden con un mercado donde existen bienes y servicios, es decir, productos intercambiables.

Para que funcione el modelo neoliberal se requiere un robusto sector privado en la educación, que los modelos públicos compitan entre sí (la falsa autonomía de muchas universidades públicas es la muestra) y que existan sistemas de evaluación estandarizados para que se puedan hacer rankings que ayuden a los clientes. El objetivo de esta educación es dotar a las personas de capital humano, supone que son todas portadoras de un capital en renta: conocimientos, contactos y habilidades. Ese capital les dará una ganancia mayor cuanto más hayan invertido en él, y esa inversión es la educación. Porque si la sociedad será un gran mercado, el papel de la educación es que las personas puedan competir en él con las artes de la empresa. El sistema educativo que logre eso de la mejor manera será un sistema de empresas, una educación segmentada, de emprendedores, gerentes y trabajadores precarios.

Para Lora Cam, las reformas educativas neoliberales se montan en una di­ná­mica de desposesión y acumulación: la desposesión de derechos, de saberes, de pensamiento y la acumulación de capital, y la concentración del poder de las minorías empresariales. El neoliberalismo implica un proceso de mayor enajenación social donde aparecen nuevas formas de obediencia, nunca abandonadas del todo por la colonialidad del poder; existe una madeja de sujeción colonial que la educación neoliberal impone veladamente (https://cutt.ly/rbNm8lk y https://cutt.ly/5bNQweE).

¿Cómo se fue imponiendo el nuevo modelo educativo? En la anterior entrega mencionamos las leyes de 1992 y 1993. Añadamos, regresando a la glosa de los textos de Esther Sanginés, que éstas se impusieron cuando la estructura del sindicato de maestros (SNTE) estaba controlado por quien fungía como cacique en ese tiempo, Elba Esther Gordillo, aliada primero del PRI, luego del PAN y siempre con las trasnacionales que decidían cómo debía ser la educación para convertirla en mercancía. Ya con la legislación en su favor todo parecía más fácil. Así, los operadores del neoliberalismo trabajaron en cuatro procesos simultáneos: a) la ofensiva permanente contra el movimiento magisterial; b) el abandono del mantenimiento de las escuelas y de la construcción de nuevos planteles públicos; c) el estímulo a la educación privada mediante becas y deducción de impuestos, y d) trasladar a empresas privadas la formación de maestros.

El primer punto reviste particular importancia: de 1949 a 2013, impuestos por el gobierno federal y sostenidos mediante corrupción, chantajes, amenazas y represión directa, controlaron al SNTE tres sucesivos caciques: Jesús Robles Martínez, Carlos Jonguitud Barrios y Gordillo. Sin embargo, han sido los maestros los únicos que han logrado impedir la imposición total y definitiva de ese modelo neoliberal.

Twitter: @Sangines_Pedro