Opinión
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Estados Unidos vs. Billie Holiday
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casi medio siglo de haberse llevado a la pantalla la autobiografía de la cantante afroamericana Billie Holiday en El ocaso de una estrella ( Lady Sings the Blues, Sidney J, Furie, 1972), interpretada por Diana Ross, ahora un realizador de origen también afroamericano, Lee Daniels ( Preciosa, 2009), militante defensor de los derechos de la comunidad LGTB, ofrece un giro novedoso a la imagen doliente y melodramática de la cantante negra socialmente oprimida. En Estados Unidos vs. Billie Holiday (2021), basada en el libro Chasing the Scream, the First and Last Days of the War on Drugs, de Johann Hari, con guion de Suzan Lori-Parks, Daniels ha elegido como asunto recurrente el impacto que tuvo en la carrera de la cantante su polémica interpretación de Strange Fruit (fruta extraña), una canción que denunciaba de modo poético y explosivo el odio racista en el sur estadunidense, en especial el linchamiento físico a personas afroamericanas. Como detalle significativo cabe señalar que dicha melodía fue escrita en 1937 por Abel Meeropol, un poeta judio estadunidense, militante de izquierda, conocido también por haber adoptado a los dos hijos de Ethel y Julius Rosenberg, luego de su ejecución capital en 1953 bajo acusaciones de espionaje contra Estados Unidos.

El énfasis que coloca el cineasta en el aspecto político de la persecución sufrida por Billie Holiday por parte del poder judicial estadunidense, no sólo explica el título de la cinta, sino la manera en que una simple canción adquiere naturaleza subversiva cuando la FBI le atribuye el poder de movilizar a la comunidad afroamericana y alentar disturbios sociales. La acción se sitúa en 1957 como un triste epílogo a la cacería de brujas del macartismo iniciada pocos años antes. Aunque la película de Daniels no está exenta de algunas de las fallas presentes ya en El ocaso de una estrella, en particular una visión maniquea, al borde de la caricatura, de los villanos perseguidores racistas, o alusiones muy vagas, por ello gratuitas, a personajes como la actriz Tallulah Bankhead o el cineasta Orson Welles, parejas ocasionales de la cantante, lo cierto es que el interés lo sostiene, en todo momento, la espléndida caracterización que hace la debutante Andra Day de Billie Holyday, personaje difícil del que reproduce con aplicación extrema la apariencia física, los gestos y las modulaciones vocales, interpretando ella misma las canciones de la película en su calidad de compositora y cantante profesional.

Una decisión acertada del guion ha sido evitar la tentación de ampliar el abanico biográfico de la cantante y concentrar la acción en un sólo año con el fin de recrear mejor el ambiente opresivo de un macartismo todavía muy vivo. La cinta muestra así a una Billie Holyday en el momento culminante de su carrera artística, cuando pese a su celebridad sigue padeciendo, como cualquier otro afroamericano, la discriminación racial y la prohibición de utilizar espacios públicos reservados a los blancos, una situación que también evoca otra cinta reciente, La madre del blues ( Ma Rainey’s Black Bottom, Wolfe, 2020). Resulta también elocuente la paradoja de una cantante estruendosamente celebrada en Carnegie Hall por un público mayoritariamente blanco, y al mismo tiempo vilipendiada, de forma sistemática, por una política de segregación racial intensamente activa. Son de igual modo ilustrativas las artimañas empleadas por la FBI para destruir mediáticamente al personaje, utilizando su adicción a las drogas duras como pretexto para una persecución sin tregua y para la censura total de la difusión de Strange Fruit, la canción socialmente perturbadora.

En un plano paralelo, la cinta describe, de modo muy gráfico, esa otra adicción de Holiday al chantajista poder que con brutalidad ejerce sobre ella su socio artístico y pareja sentimental Lester Young (Tyler James Williams), y de modo más inquietante aún, el juego de turbia seducción que mantiene la cantante con su perseguidor judicial, el agente afroamericano Jimmy Fletcher (Trevante Rhodes), quien vive en el continuo dilema de tener que hostigar o proteger a la artista que le fascina. Lee Daniels y su guionista transitan con fortuna desigual desde el primer registro de una dura injusticia social al de una exploración muy sugerente de las relaciones íntimas de Billie Hollyday con sus parejas sentimentales, y su sujeción voluntaria al dominio masculino, situación que resume con picardía la canción No es asunto de nadie ( Ain’t Nobody’s Business), con un toque hoy políticamente incorrecto que en su momento fue simplemente provocador.

Un interesante estreno de la plataforma Amazon Prime Video.