Número 164 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Vacunas: entre la esperanza y el negocio

Sinaloa

Pueblo Yoreme. “Ojalá me vacunaran luego pa ir a la fiesta”

Iris Villalpando

Ha pasado más de un año desde que di una serie de talleres, junto a otro compañero, para la creación audiovisual en comunidades indígenas del norte de Sinaloa. En uno de ellos, un joven propuso trabajar sobre una enfermedad lejana que se acercaba amenazante desde el oriente; se notaba preocupado por informar. Nosotros, como facilitadores y concentrados en el objetivo del programa, le sugerimos que priorizara documentar los temas propios de la comunidad. Lo de la pandemia lo veíamos tan lejano; al final, atendió la recomendación. Esa fue la primera vez que escuché sobre el COVID-19 fuera de los medios nacionales de comunicación.

Este año, antes de Cuaresma, visité a la abuela Febro, que vive en la comunidad de Jahuara II, en El Fuerte:

Yo: Ya viene miércoles de ceniza (otra vez). ¡Que rápido está pasando todo!

Abuela Febro: (Distraída del tiempo) Ah ¿Sí? ¿Cuánto falta?

Yo: Ya este miércoles es de ceniza y el viernes que viene, en menos de una semana, es el primer conti (palabra en Yoremnokki que refiere a uno de los procesos rituales de nuestro pueblo Yoreme o mayo).

Abuela Febro: ¿Ya?! Ve a la junta a ver qué dicen, van a hacer o no van a hacer. Ojalá me vacunaran luego pa ir a la fiesta.

En Jahuara II se celebró la Cuaresma como cada año. Uno de los acuerdos para llevar a cabo las celebraciones fue que solo asistieran las personas ejecutantes de los rituales, es decir, personas con cargos como Judíos, Marías, Pilato, Capitán, grupo de fiesteros, además de respetar las medidas sanitarias. La Febro, al final de la cuaresma, solo contaba con la primera dosis de la vacuna para COVID-19. Es por eso que ella había depositado sus esperanzas en mí, como videasta de la comunidad, para ver, aunque sea por la pantalla, la fiesta de la Semana Mayor. Desafortunadamente, yo también me resguardé en casa y no me fue posible realizar un video de la celebración. La segunda dosis de la vacuna la tuvo hasta el pasado 19 de abril y por lo tanto aún no se cumplía el periodo de tiempo para alcanzar inmunidad antes de la fiesta. Puedo asegurar que ella ansiaba presenciar los rituales de Semana Santa que desde pequeña acostumbra y a los que, por ningún motivo, salvo la muerte o la enfermedad, los Yoremes desisten de acudir, según lo que dice la costumbre. Ya pasaron dos años así, ya le parece mucho a la Febro.

Los impactos de la pandemia han afectado en lo cultural y en lo religioso, en las actividades económicas, en el trabajo del campo. En los cultivos de arándano y chile, antes de la pandemia, aceptaban a menores de edad y adultos mayores. Los patrones ya no lo permiten, debido a la vigilancia de Derechos Humanos en sus tierras o en las carreteras que van hacia las empacadoras. Se vigila que en los camiones se trasladen jornaleros mayores de edad y que no sean población de riesgo; 20 personas por camión como máximo, por lo que los encargados optan por llevar un vehículo extra para completar los trabajadores del día; aunque una vez allá comparten lonche y conviven sin distancia. Ha habido trabajo limpiando los cultivos de trigo, en los canales de riego y la milpa y fue ahí donde otros encontraron un lugar donde no existía la vigilancia de Derechos Humanos. La gente necesitaba un ingreso económico para sobrevivir, así fuese menor de edad o persona en riesgo. Hubo quien antes no requería emplearse en el campo como jornaleros, pero con la pandemia, no queda otra opción. Las despensas para los indígenas fueron bienvenidas, así fuera poco el contenido. Los apoyos para los adultos mayores se iban en los gastos de gas y luz; las becas para los estudiantes ya no se destinaban al traslado o los uniformes. Se empezaron a utilizar en alimento o servicio de internet. Pero en el campo siempre había algo que hacer: pepenar maíz para las tortillas, para los animales, traer leña de los montes, salir al mar, a los canales, a los diques, a vender o a compartir con los menos favorecidos el producto de su trabajo. La pandemia estaba cambiando todo eso.

Ya ha terminado la aplicación de la segunda dosis de la vacuna contra COVID-19 en la población mayor de 60 años; se habla de otra etapa que iniciará con los mayores de 50 años, pero la enfermedad sigue en la comunidad, llevándose vidas poco a poco. Se han vacunado aproximadamente 900 personas en la Sindicatura de Jahuara II, incluyendo comunidades a su alrededor. Unas 800 acudieron a la aplicación de la segunda dosis. Los 100 restantes fueron citados al siguiente día en la cabecera municipal de El Fuerte, a donde acudieron con sus limitados recursos y capacidades físicas, saliendo de sus hogares por la madrugada para alcanzar buen turno.

Vacunación de La Febro Clara Buitimea

Las campañas electorales siguen su agenda, convocando, transportando personas a sus mítines, a la vieja usanza: población de riesgo, indígenas, campesinos, niños. En muchos casos no se siguen las reglas sanitarias. He sabido de una pareja de adultos mayores que no asistió por la segunda dosis debido a que fue llevada a un acto de campaña el día que se les había citado para que recibieran la vacuna.

Una vez que supe que mi abuela ya había sido vacunada, le he llamado:

Yo: Ya te pusieron la vacuna, ahora sí vas a andar a gusto.

Abuela Febro: Todavía tengo que cuidarme 15 días y siempre que salga debo llevar cubrebocas. Aquí sigue la enfermedad en el pueblo.

Ella sabe que aun somos vulnerables, pero ahora que ha sido vacunada, seguramente no querrá perderse las festividades del pueblo Yoreme.