Número 164 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
 
Fragmento de la portada del libro “La peste” de Albert Camus.

EditorialNo seamos santos, seamos médicos

“Por el momento hay unos enfermos a los que hay que curar. Después ellos reflexionarán y yo también. Pero lo más urgente es curarlos”. Bernard Rieux, médico. Albert Camus. La peste

Las enfermedades mortales, sobre todo las pandemias infecciosas como la Covid-19, que contagian, enferman y matan a millones en tiempos cortos, ponen en crisis a la sociedad, rebasando su capacidad inmediata de respuesta, pero también exhibiendo injusticias y contrahechuras por las que el mal y sus secuelas socioeconómicas son mayores de lo que podrían ser y se distribuyen de manera ofensivamente desigual. La toma de conciencia que propician convoca a la acción transformadora de un orden cuyas malformaciones la enfermedad ha puesto en evidencia. Las pandemias son revulsivos sociales globales.

Pero los padecimientos y más cuando se salen de cauce, son ante todo desafíos médicos: lo primero es atender y curar a los enfermos. Decía Hipócrates hace casi tres milenios que su compromiso era “tener los ojos puestos en la recuperación del paciente, en la medida de mis fuerzas y de mi juicio, para evitarle todo daño y todo mal”. Y así es; la dimensión clínica y epidemiológica del manejo de una pandemia va antes y no debe suplantarla la necesaria crítica social. En primera instancia al doliente hay que curarlo no ilustrarlo sobre la injusticia que conlleva su mal. Prioridad de curar que es ante todo un asunto ético.

“En su mayor parte los afectados por la epidemia eran sensibles a lo que trastornaba sus costumbres o dañaba sus intereses. Estaban malhumorados o irritados y estos no son sentimientos útiles para oponerse a la peste. La primera reacción fue, por ejemplo, criticar la organización. Críticas a las que la prensa se hacía eco”.

Albert Camus, quien escribe esto en La peste, novela sobre una epidemia que asola la ciudad de Omán a mediados de los cuarenta del pasado siglo, es un crítico severo del orden social. Pero la parábola que despliega no es de arranque política sino ética pues el reto inmediato es el dolor humano, no la injusticia que tras él subyace. Dolor desafiante que nos convoca a curar no solo en el sentido de sanar sino en el más amplio de cuidar. Y en las epidemias el emblema de esta responsabilidad son los trabajadores de la salud y paradigmáticamente el que cura, el médico. Por eso el personaje central de La peste es el doctor Bernard Rieux.

Pero si la irritación malhumorada y la crítica irresponsable no son “sentimientos útiles para oponerse a la peste” ¿cuáles son los sentimientos útiles? La solidaridad, responde sin titubeos Camus. Pero una solidaridad práctica, activa, curativa… una solidaridad que trate de sanar al paciente o cuando menos de reducir su dolor. De modo que la epidemia es para empezar un desafío clínico y epidemiológico.

Sostiene Camus que “la peste no está hecha a la medida del hombre”, y por eso al principio las personas “piensan que la plaga es irreal, un mal sueño que tiene que pasar… Pero no siempre pasa”. Ante el negacionismo, la irritación, la crítica malhumorada e impotente Bernard responde como médico: “Este vértigo no se sostenía ante la razón… La palabra peste había sido pronunciada. Pero, ¡y qué!, podía detenerse. Lo que había que hacer era tomar las medidas convenientes. Enseguida la peste se detendría… En caso contrario se sabría qué era y se la vencería después… Lo esencial era hacer bien el oficio… A partir de ese momento la peste fue nuestro único asunto”.

Cuando en medio de una pandemia las voces más reiteradas en las redes y amplificadas por los medios son las de quienes a veces de buena fe, otras para lucir su sapiencia y otras más para sacar raja política cuestionan con mucha ira y poco rigor las medidas tomadas por el gobierno y el trabajo de los equipos de salud. Cuando, como dice Camus, a quienes se escucha es a los que “critican la organización”, demandando a veces “una atenuación de las medidas adoptadas”, y otras una “intensificación de las mismas”. Cuando la iracundia política suplanta el compromiso ético, es bueno escuchar al médico Bernard: “Toda la cuestión estaba en impedir que el mayor número posible de personas muriese. Para eso no había más que un medio: combatir la peste”. No combatir las injusticias, no cuestionar al mal gobierno, no denunciar al sistema… combatir la peste, combatir la peste, combatir la peste…

Ya los estoy oyendo: “Te escudas en la emergencia sanitaria para soslayar la crítica al sistema. El manejo de la pandemia es un problema político no puramente médico…”. Y sí, es político. Pero la política tiene un fundamento ético y aprovechar la irritabilidad que causa la pandemia para reiterar convocatorias al cambio social -casi siempre regresivo- y repetir discursos airados pero huecos, es ver en el combate a la enfermedad una oportunidad y no un desafío, un medio y no un fin…

Aprovechar la emergencia sanitaria para desgastar y tratar de tumbar gobiernos es hacer política instrumental; deleznable realpolitik en que la enfermedad y sus secuelas son vistas como una afortunada circunstancia, como una coyuntura propicia. Es obsceno utilizar el sufrimiento para suscitar o intensificar la cólera social que en esta lógica sería el medio idóneo para alcanzar fines superiores. Pero en el momento del sufrimiento el fin superior es atenuar el sufrimiento; atenuarlo ya, aquí y ahora, “Después ellos reflexionarán y yo también”, dice Bernard.

Que quede claro: tratar de aliviar a quienes sufren no sustituye la lucha por cambiar un sistema que causa sufrimiento, al contrario, le da pertinencia. Lo que legitima el activismo social no es tanto la robustez de sus argumentos como el compromiso ético con el ofendido, con el humillado, con el sufriente. Y esta convicción es la que Camus encuentra en Bernard, quién tras de presenciar impotente la muerte de un niño se rebela contra los cuestionamientos airados pero huecos de los señores de la abstracción: “Se escandalizan en abstracto porque no han mirado nunca cara a cara la agonía de un inocente”.

Partir del dolor y no de una abstracción ideológica o política; ésta es la clave. No que las abstracciones sean prescindibles, sino que son derivadas: el punto de partida es el dolor y el punto de llegada es el dolor. En el lenguaje clínico la epidemia aparece como concepto y el combate a la enfermedad también juega con abstracciones y con cifras: mortalidad, letalidad, paciente, recuperación, salud… Pero el médico nunca olvida que se trata de personas y entonces hay tensión. “Sí, en la desgracia hay una parte de abstracción. Pero cuando la abstracción se pone a matarlo a uno, es preciso que uno se ocupe de la abstracción -sostiene Bernard cuestionado por el periodista Rambert-. Y para luchar contra la abstracción es preciso parecérsele un poco”. Sin embargo, el médico mantiene su anclaje ético: lo que tenemos es “una lucha sorda entre la abstracción de la peste y la felicidad de cada hombre”.

Hay en La peste otros personajes y otras posturas frente a la enfermedad. Tarrou es un hombre moralmente abismado, pero también un activista comprometido que colabora con Bernard en el combate a la epidemia: “Tengo un plan de organización para formar unas agrupaciones sanitarias de voluntarios. Autoríceme usted a ocuparme de ello y dejemos a un lado la organización oficial”.

Sin embargo, para Tarrou, hijo de un juez, la enfermedad es signo del mal que impregna la sociedad y que todos llevamos dentro: “Llegué a la convicción de que la sociedad en que vivimos reposa sobre la pena de muerte… En este mundo no podemos hacer un movimiento sin exponernos a matar… He llegado al convencimiento de que todos vivimos en la peste… Cada uno lleva en sí mismo la peste”. Interiorización del mal que, más allá de su activismo por la salud, lo ubica no como médico sino como moralista.

Bernat y Tarrou hablan sobre las implicaciones teológicas, éticas y filosóficas de la batalla que libran:

“-Puesto que el orden del mundo está regido por la muerte, es mejor para Dios que no crea uno en él y que luche con todas sus fuerzas contra la muerte, sin levantar los ojos al cielo donde él está ausente -reflexiona Bernard.

-Sin embargo, sus victorias serán siempre provisionales- observa Tarrou.

-Siempre. Ya lo sé. Pero esta no es razón para dejar de luchar.

-Me imagino lo que ha de ser esta peste para usted.

-Si, una interminable derrota.

¿Qué le está ensenando a usted todo esto?

-La miseria…”

Tarrou contrae la enfermedad y es finalmente derrotado por la peste. Sin embargo, lucha hasta el final contra la muerte; contra la muerte física que nos acosa en la epidemia y contra la muerte moral que llevamos dentro. Tarrou hubiera querido ser un santo para redimir a los sufrientes de sus males físicos y metafísicos… por desgracia no hay santos. ¿Y qué hacer si no hay santos? Camus-Bernard saca su conclusión: “No pudiendo ser santos, los hombres de todos modos se niegan a admitir las plagas y se esfuerzan por ser médicos”.

Santos imposibles o médicos eficaces, este es el dilema. Y Bernard, es la figura alegórica que emplea Camus para personificar la ética que el mismo preconiza; una ética de la cura y del cuidado que vale para los médicos y vale para todos. Partir del dolor y no de la abstracción, buen consejo para quienes acostumbran a juzgar las transformaciones sociales por su mayor o menor correspondencia con fórmulas “políticamente correctas” y no por su capacidad de atenuar el sufrimiento. No seamos santos, seamos médicos. •