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(Obituario) // Adiós Conchita, la diosa rubia del toreo

¡N

O, MIL VECES no! ¡No puede ser! Cuando el teléfono sonó a las 3 ó 4 horas de la madrugada, a finales del mes de febrero de 2009 y escuché la voz entrecortada de mi hermano Fernando, comprendí que no sería para nada bueno.

Fue de horror. ¿Qué pasa?

Acaba de fallecer Conchita Cintrón. ¡No!

Me dijo: comprendo lo mucho la vas a llorar, pero acaba de suceder.

Conchita, la gran amiga de Chucho Solórzano, de mi padre, don Abraham; de don Alfonso de Icaza, de “ Don Difi”, de tantos grandes toreros y señores ganaderos de aquellos, no por Dios, estaba ya con ellos.

Aquella hermosa mujer, tan llena de vida, con aquella cautivadora sonrisa, la de la pluma sensacional, la de las mil y una anécdotas, la maravilla del toreo a caballo y a pie y, sobre todo, la de la sensibilidad de las grandes almas dotadas, ¡no, por favor!

Y sí, tristemente, con los ojos anegados, tuve que investigar, de rendirle ese tributo y, queriendo que no, a escribirle tras de haberme referido a ella en varios anteriores capítulos y ahora ¡esto!

¡Ay, Conchita! Sea por Dios.

Conchita Cintrón, nació en Antofagasta, Chile, el 9 de agosto de 1922.

Su padre de origen puertorriqueño y su madre estadunidense; desde siempre se le consideró peruana, ya que desde muy pequeña sus padres fueron a vivir a Lima.

Siendo ya una hermosa jovencita, se sintió desde entonces atraída por los caballos, y ese gusto la llevó a tomar algunas clases y ahí conoció a Ruy da Cámara, que llegó a ser su profesor, nacido en Portugal, gran caballista, hombre por demás educado y de origen noble y, a poco, aquellas clases se complementaron con el toreo a pie y, obviamente, con el rejoneo.

Corría el año 1936 y entonces, como Ruy le viera condiciones para destacare en el llamado arte de Marialva, la llevó a debutar, ese mismo año, en la plaza de Acho.

Por ahí andaban las cosas y en Lima toreaba lo que se podía y un buen día se exhibió en algunos cines de Perú la famosa película Ora Ponciano con Chucho Solórzano en el papel principal y tanta fama adquirió que se le contrató para torear y en una de tantas fue invitado a un tentadero y fue ahí que se maravilló con los quehaceres de Conchita, por lo que le dijo a Ruy oiga, estos son marrajos los que está toreando Conchita, así que les arreglaré un contrato para México y pueda ella torear ganado de casta

Y fue así que Conchita llegó a México, bendita tierra nuestra, dónde se le llegó a querer de tal manera que fue bautizada como La Diosa Rubia del Toreo y que ella llegó a conocer hasta sus más profundas raíces.

Y así nos describió: Días de sol. Charros vestidos de cuero. Lagos azules y volcanes coronados de nieve. Campos de verde esplendor y desiertos de ardientes arenas. Sabroso aroma de naranjo en flor.

Tardes de toros y peleas de gallos. Días de manso mar y palmeras tropicales.

No puedo ya más.

Se nos fue el 17 de febrero de 2009 (86 años)

La emoción me embarga y debo solicitar, encarecidamente, a la señora directora de La Jornada su venia para poder continuar en breves días.

Que así sea.

¡Conchita!

(AAB)