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Virar para mejorar
S

in rozar todavía los campos de lucha y confrontación, la economía mexicana surca sin rumbo. En aguas turbulentas, la nave de nuestra producción y reproducción material y social está al amparo de los vientos, sin intervención central alguna, salvo la que se refiere a la abstención del Estado de actuar frente del ciclo económico.

Las consecuencias sociales del pandemónium a que nos llevó la explosión del Covid-19 están a la vista y consignados en el informe sobre el índice de rezago social 2020 presentado el 26 de abril por el Coneval: Chiapas se mantiene como la entidad más rezagada junto con los municipios de Batopilas, en Chihuahua; Mezquital, en Durango, y Del Nayar, en Nayarit. Pero no sólo es el rezago reiterado; en términos de ingreso y ocupación nadie se salva: el empleo es cada vez más precario y peor pagado.

Escenario nada halagüeño si lo que se busca es una recuperación que no sólo dure, sino que lleve al país a mejores rumbos en su evolución económica y social. El daño ha sido mayor porque ha afectado al corazón de toda economía moderna y de mercado, como finalmente ha logrado ser la mexicana. A pesar, ciertamente, de sus muchas limitaciones e insuficiencias en redistribución social y potencialidades reproductoras.

Se ha insistido en que las exportaciones y la inversión foránea son vectores primordiales de la recuperación y el crecimiento sostenido. Sin duda, el comercio exterior mexicano es significativo, hasta aleccionador sobre las posibilidades que la apertura ofrece si se acompaña de políticas o si tiene lugar en una coyuntura externa propicia. En nuestro caso, lo segundo jugó a nuestro favor, aunque pronto la irrupción de China nos debió alertar sobre la fragilidad de la circunstancia, pero no fue así.

Con todo y nuestra asociación con el mercado más grande del mundo, no se hizo política, menos política industrial y empezamos a transitar por aguas globales con cargo a nuestra disposición de factores, sin buscar intervenciones ni asociaciones con alguna de las fuerzas que la globalización de mercado había desatado.

Con todo, las exportaciones atribuibles al TLCAN y la apertura crecieron sostenida y rápidamente, para volverse vectores mayores de cambio social, geográfico y humano, en especial en las regiones ligadas a la producción para la exportación en código Nafta. Para bien y para mal, el cambio en el centro-norte y norte de México ha sido mayúsculo.

Esta dinámica ha sido incapaz de jalar al resto del aparato productivo, y a las regiones distantes del espacio del libre comercio. Dependiente de un mercado interno grande, pero pobre en crecimiento e ingresos laborales, este México ha impuesto inercias y determinado los magros, mediocres dicen algunos, resultados del cambio estructural iniciado a fines del siglo.

Si es verdad que por los frutos los conoceremos, hay que asumir que esa época ya dio de sí y que, como lo proclaman ahora muchos empresarios vinculados con la industria, es la hora de la política para la producción y el empleo modernos; de la política industrial. No se trata de un giro excéntrico. Ha sido interiorizado por no pocos gobiernos del mundo avanzado; a su modo, es la visión de Biden en Estados Unidos, pero también de la UE y que el ministro Draghi busca volver estrategia de desarrollo para su maltrecha Italia.

No se trata de un vuelco, sino de una operación política. Supone ambiciosos revisionismos en la estructura interna de los Estados, así como de sus relaciones con la sociedad: fuerzas productivas y de inversión; del trabajo organizado y, desde luego, de la ciencia que reclama su lugar en la constelación de factores que deben conformarse para impulsar el giro.

Hablamos de una mutación cultural y estratégica, estructural y global. Nada más y nada menos.

Sin Tercera Guerra a la vista, la pandemia nos ha colocado en una coyuntura límite, en la que se conjugan tendencias y opciones que la definen como existencial porque en ella nos puede ir la vida. Con el cambio climático y sus impactos devastadores; con la ola mundial de la migración con presencia inmediata en nuestro territorio; con el desbordamiento de la cuestión social acelerado por la pandemia y el shock económico, no es exagerado insistir: es hora de corregir y cambiar, de organizar una mudanza sostenida en las políticas y su orientación, sobre todo en la política de, con y a través del Estado para enfilar hacia composiciones productivas y coaliciones político-sociales que sostengan una democracia que requiere acuerdos, concertaciones y convergencias que, sin soslayar la dureza de lo inmediato, permitan el avance cotidiano con la mirada puesta en el largo plazo.

Mudarse por mejorar, dijo el clásico. Es la hora.