Número 161 Suplemento Informativo de La Jornada Directora General: Carmen Lira Saade Director Fundador: Carlos Payán Velver
Lactancia materna y partería
Powon y su Chai. María M. Caire

Nutrir desde el origen de la humanidad

María M. Caire Narradora de historias

Chelimo es del clan de los Jabalíes, tiene siete hijos, cuatro mujeres y tres hombres. Powon es el último. Se llama así porque su nombre significa que nació después de dos días de trabajo de parto; tiene un año y ya está dando sus primeros pasos.

Desde una montaña del condado de West Pokot, Kenia, sentados en un tronco casi a ras de la tierra, está Chelimo con todos sus hijos e hijas. Es una tarde de viento cálido y las milpas de los diferentes clanes de la tribu Pokot se alcanzan a ver desde donde estoy sentada con ella, tomando el chai –bebida muy caliente de leche de cabra, agua y té de hojas, y mucha azúcar–, que se bebe en cualquier hogar.

Entre sorbo y sorbo de chai, Chelimo me cuenta que cuando nace un niño o una niña se le da un poco de agua, porque los Pokot creen que el agua tiene espíritu y el recién nacido debe conectarse con ese espíritu. Antes de amamantar, las mujeres se lavan con agua los pechos de arriba hacia abajo, me dice a señas, y mueve sus manos tocándose los pechos, los codos y el final de las manos, siempre con movimientos hacia afuera para limpiar todo... El agua limpia.

Si es niño, la mamá lo pone en el pecho del lado derecho, y si es niña en el izquierdo.

—¿Por qué el izquierdo? –le pregunté.

—Porque ahí están los latidos del corazón. Ese lado es más suave, como las mujeres somos. Las niñas están más cerca de su mamá, por eso les toca el pecho izquierdo –respondió.

—¿Y qué hacen si nacen gemelos y son dos niños? –interrogué.

Ella soltó unas carcajadas al ver mi expresión.

—A un niño le ponen el nombre de una niña, mientras la mamá le da pecho por un tiempo, para que así pueda tener el pecho izquierdo y se alimente bien –me explica entre risas.

Después de un silencio amenizado por la caída de hojas, Chelimo vuelve a contarme: “Al recién nacido sólo lo toca su madre y se le tapa para que nadie lo vea por unos días; lo cubrimos por los malos ojos. También cubrimos nuestros pechos cuando está el calostro, y así pasan unos días hasta que sucede la transformación a la leche”.

Cuando esto ocurre, la mujer se va a la boma (la casa de las vacas), toma el estiércol, hace un círculo con él y ahí exprime su leche, se ordeña a sí misma para aliviar el dolor y dar fluidez a la leche. Ya que la mujer se siente aliviada y no le duele, tapa el círculo con tierra y se va.

Mientras inicia la lactancia, otras mujeres la acompañan, transmitiéndole en cuentos consejos de cómo criar. Los cuentos que escuchó de niña de boca de su madre, de su otra madre de su abuela y de sus otras abuelas. Historias que se cuentan desde el origen de la humanidad.

—Cuando un bebé nace –sigue relatando Chelimo–, quitas las cenizas del fuego de la casa, limpias la leña quemada y sacas el carbón; luego rascas la tierra debajo de las cenizas, tomas una poca, la mezclas con agua y la pones dentro de la boca del recién nacido, para conectar al nuevo ser con la familia, con los ancestros, con el espíritu de la tierra, con todo lo que vive. De ahí preparamos nuestra comida, de ahí comemos y de ahí viene la familia para estar junta y compartir. Esa tierra es la primera comida solida que se le da al bebé.

—A Powon ya le queda poco tiempo de lactar, porque míralo, ya camina. Si ya es capaz de sostener su taza de peltre para tomar su chai, entonces se le quita la leche –me dijo.

En las montañas del territorio Pokot, el mundo no va girando: a la Madre Tierra se le va caminando paso a paso. Las mujeres y hombres la hacen girar a cada paso. Relatándose a sí mismos. Por eso a unos les toca el pecho izquierdo y a otras el pecho derecho.

En West Pokot el tiempo no existe, en su lugar está el movimiento. Nadie sabe cuándo nació, eso no parece ser importante; pero sí conocen la forma en que ocurrió, porque su nombre corresponde al espacio y al momento en el que sucedió su nacimiento: el clima, la lluvia, después de meter las chivas al corral, mientras era época de sembrar, cuando las mujeres estaban lavando en el río. Los nombres son infinitas combinaciones de espacios y momentos que se van contando de mujer en mujer, de niño en niño, de viejo en viejo, desde los ancestros.

Es el caso del hijo de Beatri, del clan de las Abejas, quien se llama Rotich porque nació en el mes de la siembra. A ella la conocí embarazada, luego la vi con el recién nacido y tres meses después volví a encontrarlos. El bebé estaba grande, con una sonrisa enorme, creciendo como maíz regado por las lluvias. Beatri me dijo: la lluvia que hace crecer a Rotich es mi leche, mi masiwa. Esa lluvia, esa leche hace crecer todo. Lactar es un acto lleno de magia, el más puro, generador de vida y salud.

Para la tribu Pokot la leche materna es lo que sigue para el nuevo ser, no hay más. La única “formula” que los acompaña en su caminar es la Vía Láctea, que los ve nacer y crecer, así como va la vida con sus días, con sus noches. Y así todos crecen, tomando té o leche en la taza de peltre, pasando la tarde. •

Chelimo y sus hijos. María M. Caire