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Ron Carter, el amigo mágico
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Periódico La Jornada
Sábado 23 de enero de 2021, p. a12

El nuevo disco de Ron Carter es socrático. Está dividido en dos tomos y corresponde a uno de los últimos conciertos que ocurrieron en el mundo en vivo y frente a público, antes de la pandemia: Ron Carter. Foursight. Stockholm Vol. 1 and Vol. 2, grabaciones realizadas en noviembre de 2018 en el club Fasching, de Estocolmo, y que ahora sale a luz.

Presenta un compendio de los saberes y haberes de Ronald Levin Carter (Ferndale, Michigan, 4 de mayo de 1937), violonchelista a los 10 años que viró a contrabajo en la High School y comenzó a tocar jazz en 1959 con Chico Hamilton y enseguida con Thelonious Monk. Sus colaboraciones definitivas ocurrieron con Miles Davis, su mentor.

Colaboraciones. Quienes gustan de los efectos especiales citan el dato del Record Guinness de mayor número de colaboraciones: más de 3 mil.

Haber grabado más de 3 mil discos no habla de quién es en realidad Ron Carter, aunque lo está diciendo.

Hay una figura en la industria discográfica que se llama músico de sesión: todo aquel músico que recibe un llamado para un concierto o, en la mayoría de los casos, la grabación de un disco de alguien muy famoso.

Aprovecho para recomendar el excelso documental The Wrecking Crew, donde se demuestra, entre otras naderías, que los Monkees nunca grabaron ningún disco y ganaron millones de dólares con los esfuerzos de la extraordinaria bajista Carol Kaye, quien se multiplicaba en sus quehaceres como ama de casa y las sesiones de grabación en los estudios donde el gran guitarrista Tommy Tedesco tenía su casa, mientras su familia deploraba sus ausencias domésticas. Y así los éxitos de los Carpenters, The Mamas and The Papas y muchas otras celebridades.

Esos equivalentes a los stunt en los filmes de acción o a los ghost en los libros best sellers, son músicos de primer nivel, anónimos.

No es el caso de Ron Carter. Aunque trabajó durante muchos años para la disquera Blue Note, nunca fue anónimo: conocemos sus grandes episodios como colaborador de, pongamos como ejemplo, Antonio Carlos Jobim y Hermeto Pascoal, dos genios de la música caracterizados por el elevado nivel intelectual de su música, preñada de absoluta sencillez.

Esa combinación describe a Ron Carter: elevado nivel intelectual y absoluta sencillez.

El autor del Disquero tuvo el honor de compartir con él horas intensas en las noches de Manhattan: Ron Carter se presentaba por las noches con su Cuarteto en el Sweet Basil, una de las catedrales del jazz, y de ahí nos íbamos caminando hasta el norte de la ciudad para descender al Hades: el sótano donde está la Meca: el Village Vanguard; ahí, Ron Carter departía con quienes habían terminado su noche de labores y se reunían en el Vanguard para echar la paloma y se iban sucediendo en el pequeñísimo escenario los grandes figurones: esas noches con Ron Carter tocaron el palomazo, entre otros, el pianista invidente Marcus Roberts y el baterista sensación: Paul Motian.

El trayecto del Sweet Basil al Village Vanguard eran sesiones socráticas: Ron Carter tiene una voz de hombre sabio y bueno, que lo es, paciente, pausado, siempre didáctico.

Recuerdo que deseché la idea idiota de pedirle en broma que me permitiera cargar su contrabajo, que llevaba él al hombro y yo lo veía semejante a los rascacielos de Nueva York, pues Ron Carter es larguísimo, como monumental su contrabajo.

Abandoné la gracejada cuando Carter propuso una serie de preguntas en torno a la música: ¿por qué me gusta el violonchelo y al mismo tiempo el contrabajo?, ¿hay alguna figura intermedia entre esos instrumentos?, ¿qué los une, qué los hace diferentes?, ¿por qué una nota sol en el violonchelo hiende tan hondo como una nota re en el contrabajo, y se parecen tanto en robustez, peso específico y fragancia?

Me acordé de Sócrates, quien impartía lecciones de filosofía a sus alumnos caminando. (Costumbre, la de dialogar caminando, que la especie humana parece estar perdiendo.) Le formulé a mi vez muchas preguntas. Sonreíamos. Recuerdo esas escenas como las calles nocturnas y vacías de las calles de Manhattan en el filme Eyes Wide Shut, de su majestad, Stanley Kubrick.

Una de las obras maestras de Ron Carter se titula, no es casualidad, Caminando. Aunque los editores del disco que hoy reseñamos, Foursight Stockholm Vol. 1 and 2, escribieron Cominando y en otro track pusieron Seguaro en vez del original: Saguaro.

Ambas piezas, Caminando y Saguaro, pertenecen al mejor disco de Ron Carter: Piccolo (1977), cuyos intríngulis fueron también tema de las conversaciones con Ron Carter en esas noches de Manhattan y todo el material de ese álbum, Piccolo, era la materia central de sus presentaciones en el Sweet Basil, como lo fueron también de sus conciertos, un par de años atrás, en la sala Nezahualcóyotl de la Ciudad de México (¡ah, llevo grabada en la mente la acústica de ensueño de esa sala de conciertos!, decía emocionado Ron Carter a su aún más emocionado alumno callejero).

Ron Carter inventó un instrumento intermedio entre el violonchelo y el contrabajo y lo denominó Piccolo: suena a violonchelo y suena a contrabajo al mismo tiempo. Es mágico.

Ron Carter ha grabado tantos discos por su inagotable capacidad de dar, de mostrar el camino, de enseñar, de dialogar. Por su mágico don de ser amigo mágico.

“Un músico de sesión –me dijo Ron Carter– es aquel que sabe sostener el pulso rítmico, alargar la respiración, saber seguir al otro y al mismo tiempo mostrarle el camino, saber siempre qué sigue. Saber guiar.”

Es por esas razones que los músicos pedían siempre grabar con Ron Carter. No solamente los hacía sentir a gusto, seguros, confiados, sino que los animaba a extraer de sí mismos lo mejor que abrigan muy adentro. Lo que saben pero que no saben que lo saben; es decir: el método de Sócrates conocido como mayéutica, que practicaba caminando en la antigua Atenas.

En su nuevo disco, Ron Carter. Foursigth. Stockholm. Vol. 1 and 2, nos toma de la mano y nos guía y cambia el decurso de la historia: al contrario de Orfeo, que voltea a mirar si Eurídice aún lo sigue, ella a un paso de salir del Hades, él a punto de rescatarla, Ron Carter no necesita voltear, sabe que ahí estamos, junto a él.

Es un hombre tan sabio que, al tratarse de conciertos en vivo, suele dedicar su música a todos aquellos cercanos a nosotros que han abandonado el concierto, en lugar de mencionar la palabra muerte. Alentadoras resultan más que nunca en estos tiempos sus palabras. Y su música, que son equivalentes.

Destaca en su nuevo disco la participación de Irene Rosnes, extraordinaria pianista canadiense que protagoniza los momentos más brillantes en todas las piezas, en especial My Funny Valentine, que anuncia Ron Carter así: The most beloved song of Miles Davis, who left the concert 23 years ago. En el sax está Jimmy Green y Payton Crossley en los tambores.

El tomo 1 del Concierto en Estocolmo se inicia con la mencionada pieza socrática Caminando y culmina, al igual que el tomo 2 y como todas las noches de jazz de Ron Carter en concierto, con la bellísima pieza titulada You and the Night and the Music.

El tomo 2 se inicia con un prodigio musical bajo el título numérico de 595 y contiene también, enseguida, la pieza favorita del Disquero y de Ron Carter: You Are my Sunshine, donde elabora una larga disquisición improvisada a partir del tema tradicional proveniente del gospel, para hilvanar frases y entrecruzar ese tema con un aire de blues y enseguida con ¡el Preludio de la Primera Suite para Violonchelo Solo de Bach!

Lo dicho: Ron Carter es mágico.

Es el amigo mágico.

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