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Pandemia: vacunas, desafío distributivo
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abricar vacunas contra el Covid-19 suficientes para atender una demanda aún no cuantificada, pero de magnitud sin precedente, constituye el desafío mayor al que se han enfrentado la Big Pharma“ y otros jugadores menores en la industria global de medicamentos. La forma en que lo responda nos concierne a todos de manera vital. La dimensión del reto palidece, sin embargo, ante los más variados y complejos que entraña la distribución y aplicación de las vacunas a escala global en una carrera contra el tiempo.

Las vacunas deberían aplicarse e inmunizar a individuos en riesgo a mayor velocidad que la que corresponde al crecimiento de los contagios. Ésta es la lógica que apoya objetivos como el de proteger a lo largo de 2021 a centenares de millones de personas, proclamado a menudo hacia el término del año de la aparición de la pandemia en que el total de casos se acercó a 80 millones, con adiciones diarias superiores a medio millón hacia mediados de diciembre. La cuenta mundial de decesos también fue desalentadora: un total cercano al millón y tres cuartos al cierre de ese año, con alzas cotidianas del orden de 10 mil en días recientes.

El pasado 22, el diario NYT aclaró que aludir al alcance global de la pandemia es un reflejo de la realidad más que un recurso retórico. Informó con detalle de la aparición de los primeros casos de Covid-19 en la Antártida: alrededor de 40 personas estacionadas en una base naval chilena de investigación. El que se haya filtrado la infección a un ámbito aislado y tan estrictamente controlado muestra a las claras la futilidad de muchas barreras físicas a las que se ha acudido en en este primer año de la pandemia. La Antártida ha dejado de ser el único continente libre del coronavirus.

En el plano de la fabricación de vacunas y medicamentos todo parece apuntar al fortalecimiento del oligopolio de la Big Pharma. Las informaciones sobre las firmas implicadas en las fases de investigación, desarrollo, fabricación y distribución inicial de unas y otros no suelen aludir a más de una decena de ellas, de las que todo mundo ha oído, como Pfizer, Moderna, Jannsen, Sanofi y Astra-Zeneca. Algunas de las mayores han absorbido a firmas o laboratorios, que a menudo han sido los innovadores y cuyo ejemplo más conocido es BioNTech. Merck adquirió acciones de OncoImmune, firma de investigación, para controlar el desarrollo de un fármaco que se espera reduzca a la mitad el riesgo de muerte o falla respiratoria aguda en los casos graves de Covid-19. En una típica conducta oligopólica, según notas de prensa, Pfizer condicionó elevar las dosis ofrecidas al gobierno estadunidense a la garantía de acceso a materias primas y equipos cada vez más escasos y disputados en el mercado.

Los aspectos menos que favorables parecen relegarse a la ‘letra pequeña’ de las informaciones de prensa. ( NYT 18/12/20) dedicó una larga nota a la aprobación de la vacuna de Moderna. Hasta el párrafo 31 (de 42) se alude a unas cuantas pero severas reacciones alérgicas, aparentemente provocadas por un componente común a las dos vacunas hasta ahora avaladas en Estados Unidos. Tampoco es sencillo encontrar información acerca de vacunas o medicamentos desarrollados en otros territorios, como China y Rusia. Es posible que lo mismo ocurra, a contrario sensu, en la prensa de esas naciones, a la que no accedo. Continúa examinándose, por fortuna, el problema mayor del rechazo a la vacuna (a ésta y a otras) por parte de individuos o grupos movidos por prejuicios, creencias religiosas, filiaciones políticas o simple y llana ignorancia.

Es difícil imaginar una primera prioridad para las campañas de vacunación diferente de la que ha sido anunciada casi en todo el planeta: inmunizar primero al total de los trabajadores de salud, de todos los niveles y calificaciones, que ocupan la línea frontal en la lucha contra el Covid-19, en condiciones desde próximas a las óptimas hasta precarias en extremo. Nadie duda que será el personal médico, paramédico y auxiliar de los países ricos el que más pronto (o menos tarde) alcance niveles sustanciales de inmunización.

Hay también una aparente coincidencia en que el segundo rango de prioridad lo ocupan los adultos mayores, a la luz de los distintos grados de vulnerabilidad que dependen de la edad y los que se derivan de comorbilidades, cuya lista no está cerrada. Más allá de un enunciado tan general como este aparecen de inmediato las controversias. El debate será más tenso e intenso en tanto sea mayor la diferencia entre el número de demandantes priorizados y el de dosis efectivamente disponibles.

Se habla, en un siguiente rango de prioridad, de trabajadores esenciales, algunos de cuyos grupos tristemente coinciden con los que laboran en las condiciones más precarias, sobre todo en los países pobres. Los dedicados a la recolección de basura son el caso más citado. Más allá de un esquema público de inmunización bien diseñado y gratuito, es muy difícil imaginar que esos humildes (y empobrecidos) trabajadores encuentren el lugar adecuado que les corresponde. Habría muchos otros ejemplos.