Opinión
Ver día anteriorLunes 7 de diciembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Desde el otro lado

Elemental

T

al vez uno de los principales problemas que tendrá Joseph Biden en su intento de zanjar la división que erosiona cada vez más las bases de la sociedad es ¿cómo hacerlo? Si se piensa que el problema ha sido exclusivamente la perniciosa forma en que Donald Trump gobernó, se caerá en cuenta que él solamente aprovechó esa división en beneficio propio. Detrás de su falta de ética y moral no hay ninguna ideología; se montó en una ola que venía de lejos y la convirtió en tsunami.

En cambio, la ideología sí fue el germen para la formación del Tea Party, una corriente del Partido Republicano, a la que se adhirieron otras aún más intolerantes y radicales. Fue la repuesta de algunos republicanos a los llamados de Barack Obama para dar un respiro a un régimen que hace agua por doquier. Creyó necesario ampliar el acceso al sistema público de salud para resolver las carencias de millones en ese rubro; propuso una reforma migratoria, incluido el DACA, pensando en la justicia elemental para millones de migrantes que habían llegado al país en busca de refugio a sus carencias, pero también para subsanar las necesidades de la industria, el comercio y los servicios. Por esa razón, propuso una reforma que les otorgara la protección de la ley como a cualquier estadunidense. Fueron medidas que estaban en sincronía con las aspiraciones demócratas del New Deal y The Great Society de los años 40 y 60, no socialistas radicales, como gustan proclamar las corrientes extremas que se han adscrito al Partido Republicano e insisten en preservar exclusiones sociales propias del siglo XVI. Su negativa a que el gobierno aplique las leyes que garantizan igualdad de derechos y convivencia civilizada la confunden erróneamente con el Big Brother ilustrado por Orwell. Un ejemplo es la necia oposición de ciertos grupos sociales a las medidas que los especialistas recomiendan para evitar la propagación del Covid. En ese contexto, asusta que la Suprema Corte haya desestimado la prohibición del gobierno de Nueva York para hacer reuniones masivas en iglesias y sinagogas. Los ministros que la suscribieron antepusieron sus creencias religiosas, disfrazándolas con un supuesto ataque a la libertad de expresión.

Hay disposiciones que dividen y no necesariamente tienen un trasfondo ideológico. Es elemental entender que han sido y son la única garantía de convivir más o menos civilizadamente. No es nimia la tarea que espera al próximo gobierno en un ambiente tan intolerante.