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Mar de historias

Día de suerte

O

felia sale del módulo y relee el documento que acaban de otorgarle. Contra lo que supuso, obtenerlo le tomó menos tiempo del que había imaginado. Consulta su reloj: aunque es temprano, en la Casa del Nuevo Horizonte a estas horas ya no se sirven desayunos. Será mejor que coma algo en el centro comercial recién inaugurado, pero aún inconcluso.

A punto de atravesar el pasillo, Ofelia siente que alguien le presiona el hombro. Se vuele rápido y se encuentra con la expresión amable de una muchacha que lleva cubrebocas decorado con la imagen de Frida: Creo que esto es suyo. Ofelia recibe la bolsa de plástico y la abre para verificar su contenido. Sí, aquí traigo mi uniforme. ¿Dónde la encontró? Junto a una silla. No sé cómo pude olvidarla. Lo bueno es que la encontré. Es mi día de suerte. Gracias.

En cuanto la extraña se aleja, Ofelia se dirige a la isla de comida rápida donde hay sólo dos establecimientos. El restaurante está clausurado. Le queda la cafetería y se encamina hacia allá. Entra y ve las mesas desiertas –no tendrá que esperar, sigue la buena suerte y elige la primera. La servilleta individual es también el menú y se pone a leerlo.

Enseguida se aproxima la única empleada: “Aquí todo está bueno, pero la especialidad son los hot cakes con arándano, nuez y chantilly.¿Engordan mucho? Ellos no, la que se los come, sí. La respuesta de la joven y su amabilidad aumentan el buen humor de Ofelia y la certeza de que este es su día de suerte.

Desde su mesa puede ver a las personas que van llegando apresuradas y se suman a la fila ante el módulo. Le gustaría decirles que el trámite de registro es muy fácil y rápido, tanto que a ella, después de hacerlo, le quedó tiempo para desayunar y luego, tal vez, darse una vueltecita por el centro comercial.

II

En las tiendas penumbrosas hay pocos clientes, pese a que en los aparadores abundan las cartulinas con las ofertas del día y frases que incitan a comprar accesorios para los celulares, artículos deportivos, zapatos, cremas reafirmantes, extensiones de cabello y pestañas de mink multicolores. No sabía que existieran, dice Ofelia, y cae en la manía de consultar su reloj. Como siempre que le sobra tiempo, se le está haciendo tarde.

Camina de prisa. Al dar vuelta rumbo a las escaleras llama su atención el único aparador profusamente iluminado. Ofelia se detiene y lee: Sex Shop Paradise. Bajo el letrero se ve una maniquí sonriente. Lleva un diminuto uniforme de enfermera, un estetoscopio colgado al cuello y un fuete de terciopelo en la mano. No puede evitar imaginarse vestida como la maniquí entrando a la oficina del doctor Peralta, y a él mirándola boquiabierto, no con ese gesto fraternal que la anula y destroza sus sueños más íntimos.

Ofelia quiere alejarse de la tienda, pero despiertan su curiosidad una serie de objetos de distintos tamaños regados en el aparador junto con los fuetes de terciopelo. Un ansia perversa la lleva a enrojecer. Interrumpe sus pensamientos un anciano que al pasar le advierte: No deje eso en el suelo: pueden robársela. Ofelia baja la vista, reconoce su bolsa y sonríe segura de que este es su día de suerte. La inquietud que había sentido por la mañana, cuando la licenciada Avilés le dijo que al volver del trámite pasara a la dirección, es sustituida por una fuerte esperanza de mejoría.

III

A través de la ventanilla del taxi, Ofelia mira los puestos callejeros de la avenida Jalisco. En algunos ya se exhiben adornos navideños que la llevan a pensar en las internas de la Casa. Desde que llegó allí como terapeuta ha visto que las ancianas esperan la Navidad con gran ilusión, sobre todo porque tendrán visitantes, entre ellos algunos vecinos que acuden para obsequiarles un detallito.

Más por un impulso personal que por cumplir con una orden, Ofelia decide que en cuanto llegue a la Casa se presentará en la oficina de su jefa para recordarle que ya es tiempo de empezar con los preparativos para la Navidad. Hay que hacer compras especiales de comida y de adornos. Colgarlos en los arbustos del jardín o en las ventanas divierte a las internas y, en cierta forma, les devuelve su infancia.

IV

A Ofelia siempre le agrada visitar a la licenciada Avilés, pero en especial hoy, el que considera su día de suerte. Lo confirma al oír la cálida bienvenida de la directora y el tono amigable con que le dice: Tenemos mucho de qué hablar. Siéntese por favor y dígame: ¿cuento con usted? Ofelia responde con una sonrisa.

La licenciada Avilés adopta un tono grave: Necesito que me ayude en algo delicado: que vaya preparando a las internas para que acepten algo que les disgustará: este año, debido a la pandemia, no tendrán fiestas de Navidad. Las pospondremos para cuando la situación se normalice. Avasallada por la noticia, Ofelia logra decir: Y eso, ¿cuándo será? Pronto. La vacuna está muy avanzada. Ah, y no se preocupe: después de que hable con las abuelitas, lo haré yo.

V

Al pasar frente al pabellón, Ofelia ve a las huéspedes sentadas en derredor de la mesa donde por las tardes organizan sus partidas de lotería y hoy se afanan en hacer las manualidades que intercambiarán en Navidad. Cuando entra a saludarlas todas la reciben con exclamaciones de júbilo y le muestran sus trabajos en espera de aprobación.

Desde su silla de ruedas, Edelmira le pide que se acerque para mostrarle el chaleco que está tejiendo. ¡Qué bonito! ¿Para quién es? Para mi nieto Ray. Hace tiempo que no puede visitarme. Saber que ya pronto voy a verlo es lo único que me da fuerzas para seguir viviendo, concluye, sacudida por un espasmo de tos. No hable. Le hace daño. Me pongo mi uniforme y regreso.

Rumbo a su cuarto, Ofelia piensa en cómo reaccionarán las abuelitas cuando les diga que este año quedan suspendidas las fiestas navideñas. Va muy abstraída y tropieza con el chofer del doctor Peralta: ¿Adónde lleva esa computadora? A ponerla junto con las demás cosas de mi jefe. Lo llamaron con urgencia de otra institución y se fue hace rato. No regresará.

Ofelia sigue su camino y se pregunta por qué será que siempre sus días de suerte duran tan poco.