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Pirañas: Los niños de la Camorra

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▲ Fotograma de la película dirigida por el italiano Claudio Giovannesi.Foto cortesía de la Cineteca Nacional
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irañas: los niños de la Camorra (2019), cuarto largometraje de ficción del italiano Claudio Giovannesi ( La casa sobre las nubes, 2009; Flores, 2016), tiene como título original algo más atractivo y menos sensacionalista: La paranza dei bam-bini, que significa a la vez una barca pesquera en el puerto de Nápoles, ciudad donde se sitúa la historia. Los adolescentes, aprendices de criminales, sicarios de poca monta, que protagonizan la cinta de Giovannesi, tienen como función ser los lacayos de los grandes mafiosos, cobrar por y para ellos el dinero de las extorsiones a cambio de una protección diaria. Los clientes suelen ser personas profesionistas, pero sobre todo comerciantes de clase media o vendedores ambulantes que viven al día. Un sistema de corrupción y explotación bien aceitado en el que diversos barrios de Nápoles han quedado bajo el control férreo de familias de mafiosos, muy a menudo rivales entre sí.

Esa arquitectura del crimen la ha descrito con maestría el escritor napolitano Roberto Saviano en su bestseller Gomorra, una crónica periodística llevada con imaginación y acierto a la pantalla en 2008 por el realizador Matteo Garrone. Once años después, otro libro de Saviano, La banda de los niños (Anagrama, 2017), sirve de inspiración para el thriller eficaz que es Pirañas. A pesar de ser Saviano, junto con el director, uno de los guionistas de la cinta, la apuesta narrativa está muy en deuda con las fórmulas genéricas de un viejo cine de gánsteres, sobre todo en la construcción del personaje central Nicolà (Francesco di Napoli), de apenas 15 años, cuya trayectoria en el crimen es remedo estereotípico de la del Tony Camonte en el clásico de Howard Hawks, Caracortada ( Scarface, 1932), y sus derivados. Esto garantiza un manejo puntual del ritmo de los enfrentamientos entre bandas, los ajustes de cuentas, las traiciones. Una generación nueva desplaza las ruitinas y certidumbres de quienes les preceden y que han perdido credibilidad y fuerza para el control de una ciudad. Estupor de los veteranos.

Tómese el caso de la película y el libro Gomorra. Detrás de escenas memorables como aquella en que dos jóvenes, por juego o por desafío, toman por asalto el mar acribillando sus aguas con metralletas, se animaba la crónica de una dura explotación capitalista en los mercados textiles clandestinos. Aquel recorrido por los bajos fondos exhibía con crudeza el modo de operar de los grandes capos y su complicidad con los poderes económicos establecidos. En Pirañas: los niños de la Camorra se transita hacia una mecánica del consumo juvenil enajenado. El sueño de Nicolà y sus compañeros de pillaje y latrocinio es poseer justamente esa costosísima ropa de marca que en la cinta anterior se fabricaba en condiciones infrahumanas, amueblar con el peor gusto posible el interior de las residencias que se comparten con la amante en turno, copiar el comportamiento caricaturesco de sus mayores, no porque sea algo mejor que el propio, sino simplemente porque es todo lo que hay, y ese poco es suficiente para triunfar en la vida. Y en ese mundo que ahora intentan conquistar los adolescentes no hay espacio para los escrúpulos ni las lealtades. Sólo para una ambición sin freno y una lógica del cinismo redituable. Dice el adolescente Nicolà: No quiero ser el cordero que trabaja para ganar un mísero sueldo, sino el león que se come a ese cordero y se queda con su dinero.

Se exhibe en las salas 8 y 10 de la Cineteca Nacional, a las 12 y 16:15 horas, respectivamente.

Twitter: @carlosbonfil1