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Bolivia: ¡ojo con los republiquetos!
¿A

causa de qué la escasa atención de la historia universal, frente a las republiquetas que tras el sofocamiento en Chuquisaca (hoy Sucre) y La Paz de los primeros gritos libertarios en la América hispana (mayo de 1809), tomaron las armas y durante 15 años asediaron a los disciplinados ejércitos españoles?

Sin ánimo despectivo, el término republiqueta fue empleado por el historiador y general Bartolomé Mitre (1821-1906), dos veces presidente de Argentina. En uno de sus libros, Mitre escribió: La guerra de las republiquetas es la historia de las insurrecciones del Alto Perú, una de las guerras más extraordinarias por su genialidad, la más trágica por sus sangrientas represalias y la más oscura por sus sacrificios deliberados.

Paradójicamente, las republiquetas no eran republicanas. Exigían el retorno de Fernando VII al trono, siguiendo el ejemplo de las guerrillas que en España obligaron a la retirada de Napoleón (1808-14). Táctica militar sin estrategia política, pero que según la investigadora Rosa Gil Montero sostuvo la resistencia en los momentos en que todo parecía perdido ( Revista Andina, No. 45, Cuzco 2007, pp. 93-114).

Mientras, en las ciudades, los patriotas impulsaban el proceso de legalidad, precipitado por la victoria del mariscal Antonio José de Sucre (lugarteniente de Bolívar) en Ayacucho, batalla que puso punto final al dominio español en América (9 de diciembre de 1824).

Sucre llegó a La Paz en febrero de 1825, y lo primero que hizo fue convocar a una Asamblea Deliberante para dirimir tres opciones: 1) integrar los vastos territorios altiplánicos y amazónicos en la Gran Colombia; 2) ser argentinos, y 3) la que pidió permiso a Bolívar para proclamar una nación libre y soberana.

Partidario de la primera opción, el Libertador había advertido a Sucre de la inconveniencia de crear un país independiente. Pero el lisonjero espíritu de los asambleístas pudo más, jurando que nunca obrarían sin oír los sanos y paternales consejos de su excelencia.

Así, Bolívar asistió al nacimiento de Bolivia, cuya acta de independencia (6 de agosto de 1825) fue redactada por el presidente de la Asamblea, José María Serrano, quien había representado a Chuquisaca cuando las Provincias Unidas del Río de la Plata declararon su independencia (Congreso de Tucumán, Argentina, 9 de julio de 1816).

¿De dónde, las reticencias del Libertador? Posiblemente, de su amarga experiencia con los doctores, licenciados, hacendados, mercaderes y burócratas del viejo régimen colonial, ninguno de los cuales había alzado un fusil o tomado una pala. Pero que montados en el desangre de las republiquetas, se convirtieron en republicanos en un abrir y cerrar de ojos.

En efecto, apenas habían sobrevivido nueve de los 103 caudillos que lideraron aquellas guerrillas compuestas de indígenas y mestizos. Y sintiéndose libertadores, los nuevos republiquetos impusieron un dominio de casta que se hizo cargo de la cosa pública en aquella luctuosa madrugada de nuestra vida republicana (Carlos Montenegro, Nacionalismo y coloniaje, Ed, Pleamar, Buenos Aires 1967, p. 66).

Bolívar permaneció cinco meses junto a su hija predilecta. No obstante, en vísperas de su regreso a Lima, encomendó a Sucre continuar con la tarea iniciada: reconstruir la economía destruida por la guerra, organizar un sistema de rentas y tributos nacionales, crear una contaduría para el manejo de los fondos públicos, abolir el tributo indígena, confiscar los bienes de la Iglesia y elaborar un proyecto educativo a cargo de su maestro Simón Rodríguez (1769-1854, el Paulo Freire del siglo XIX).

Airados, los ex monárquicos devenidos en republiquetos, invocaron la soberanía e independencia de Bolivia, oponiéndose a toda intervención de los venezolanos en el manejo de la riqueza nacional (sic, cualquier semejanza con nuestra época es algo más que mera coincidencia). Sucre presidió el país tres años, hasta que en abril de 1828, los flamantes republiquetos le pegaron un tiro, hiriéndolo en un brazo que quedó inmovilizado de por vida.

En Un puñal en la noche, obra del dramaturgo y pensador boliviano Guillermo Francovich (1901-90), el caudillo paceño José Miguel Lanza (jefe sobreviviente de la republiqueta de Ayopapa) se dirige al mariscal Sucre:

–¿Ha perdido usted la fe, mi general?

Sucre: He perdido, acaso, la ingenuidad.

–¿Hemos peleado entonces con fantasmas? Dígame, mi general: ¿si pudiera usted volver al punto de partida, iniciaría usted la lucha?

Sucre: “Veo surgir tales monstruos por todos lados, veo tan vacilantes las instituciones que hemos creado y que parecen tan frágiles los sueños por los que hemos luchado, que no sabría qué responderle en estos momentos… ¿Pero de qué sirve pensar en lo que no ha de poderse mudar? Felizmente, en la historia no se puede volver a los puntos de partida. El pasado ya no es nuestro”.