Opinión
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No sólo de pan...

De independencia y soberanía

P

reguntábamos, en la entrega anterior: ¿será un complejo de inferioridad nuestro ante la ciencia creada en Europa y Estados Unidos lo que nos hace aceptar una colonización mental que nos impide defender las soluciones creadas y probadas durante milenios por los pueblos del arroz, del maíz y de los tubérculos en materia de alimentación? Colonización mental que sucede a las Colonias materiales, violentas y extractoras, tras las independencias supuestas, porque éstas sólo concernieron el campo de las relaciones políticas. De hecho, hoy existe una dependencia de la mayoría mundial respecto de un puñado de decididores concentrados en organismos e instituciones intern acionales y, sobre todo, una dependencia alimentaria de los pueblos del mundo con relación a empresas identificadas con algunas naciones. Cosa que es una aberración en la historia de la humanidad, sólo comparable con la idea de que el ser humano es asesino por naturaleza, pues lo humano es por definición creador.

La humanidad se construyó a sí misma a través de cientos de milenios gracias a la respectiva autosuficiencia alimentaria de los pueblos que la iban constituyendo (complementada con una creciente interdependencia de bienes diversos, cuyo tráfico comenzó de manera temprana y enriqueció nuestra historia común). Lo relativamente novedoso es la renuncia a nuestra experiencia milenaria en materia de producción y preparación de alimentos, lo cual no sólo es un suicidio cultural, sino una claudicación ante un enemigo disfrazado de benefactor. Si ya se sabe que la lógica guerrera inventó sustitutos de alimentos frescos y sanos para mantener a sus huestes invasoras durante las conquistas en tierras ajenas, no se desconoce que su inseparable compañera, la lógica de la acumulación de capital, inventó (una vez superada la etapa de acumulación originaria) la producción masiva de comestibles creados para expoliar aun más a los pueblos dominados, como darles con una mano un llamado salario (de sal como bien necesario) para, con la otra, reapropiárselo mediante seudoalimentos salidos de sus industrias. Lógica que, llevada a su extremo, acabó a lo largo y ancho del mundo con el aparato productivo de los alimentos locales, al principio desposeyendo a los productores de la mitad de sus tierras para esclavizarlos en cultivos o crianza de exportación y luego arrebatándoles el resto de sus propiedades para proletarizarlos y hacerlos consumidores.

Aquí no hay espacio para mayor análisis, pero sí el suficiente para un alegato comenzado en entregas anteriores: ¿por qué no intentar revivir en México los policultivos de las milpas, dando a quienes conservan los saberes necesarios los recursos para llevar su producción colectiva a la recuperación de la autosuficiencia y soberanía alimentarias, como política paralela y complementaria del progresivo desplazamiento de los comestibles y bebidas chatarra? ¿Por qué seguir haciendo el juego al capital, convirtiéndonos en exportadores de maderables y frutales, y consumir a cambio maíz transgénico y frijol con gorgojos mediante el T-MEC? ¿Por qué no revisar los términos de nuestra producción para la alimentación ciudadana y, de paso, reformular el articulado del SAT para permitir a los campesinos milperos vender sus productos en el mercado interno sin exigirles imposibles facturas? Nuestro futuro como país está en la 4T si la transformación también llega al verdadero campo, al no colonizado por la FAO.