Opinión
Ver día anteriorDomingo 13 de septiembre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Despertar en la IV República

Nuestra generación: los nacidos en el cardenismo

A

lgunos viejos, y me cuento en ese grupo, nos gusta pensar en términos de nuestra generación. Si nos parece bien la división que hizo Luis González y González, siguiendo el esquema de Ortega y Gasset, que le llevó a dividir a las generaciones mexicanas en tramos de 15 años a partir de la generación de la Reforma y toda vez que la última generación que estudió don Luis en su ronda fue la de 1915 a 1930 (Los revolucionarios de ahora) mi generación se acomodaría en el vagón de 1930 a 1945.

Es difícil darle un nombre a mi generación. Si fuera por el momento de nacimiento o de la infancia, sería la generación del cardenismo. Aún los más viejos, los que nacieron cerca de 1930 pasaron su infancia o primera juventud en la época de don Lázaro. Los nacidos en 1940 y antes de 1945 se habrían expuesto a los efectos del cardenismo en su edad infantil. Yo nací en 1937 cuando el general se había consolidado en el poder presidencial después de deshacerse en forma incruenta del caudillo Plutarco Elías Calles.

Creo que todo el mundo estará de acuerdo en que nosotros no somos los revolucionarios de ahora ni de ninguna forma. La Revolución es un hecho que empezaba a verse ya lejanamente cuando nosotros apenas despuntábamos a la vida.

Tengo que aceptar que mi generación pertenece a la época de la decadencia de la Revolución. Tomo como referencia el célebre ensayo de don Daniel Cosío Villegas, La crisis de México escrito en 1948: nuestra generación podría llamarse La generación de la crisis de México. En su ensayo don Daniel llega a una conclusión bastante amarga: México viene padeciendo desde hace unos años una crisis que se agrava día con día; pero como en los casos de una enfermedad mortal, nadie en la familia habla del asunto o lo hace con un optimismo trágicamente irreal. La crisis proviene de que las metas de la Revolución se han agotado y que el término mismo carece ya de sentido.

Acepto que mi generación sucede a la de los revolucionarios de ahora (1915-1930) hay pocas dudas de que no fuimos ya revolucionarios ni de antes ni de ahora y que al crecer fuimos viendo cómo los revolucionarios perdían su autoridad moral y política.