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El estante de lo insólito

Agatha Christie. La pistas del crimen

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Ilustración Manjarrez / @Flores Manjarrez

A juzgar por la expresión del rostro del muerto, es de presumir que el ataque fue inesperado. Tal vez ha muerto sin saber quién le atacaba.
Agatha Christie. El asesinato de Roger Ackroyd.

F

ue enfermera durante los difíciles momentos de la Primera Guerra Mundial. Se sabe que heridos y moribundos cuentan su vida cuando el final, o la posibilidad de llegar a él, está cerca. ¿Qué confesiones pudo recibir aquella chica mientras intentaba salvar vidas? ¿Cuánto de aquellos soldados y el desahogo de sus recuerdos permitió aliviar dolores y horrores que venían desde el frente de guerra? En medio de las sombras del conflicto que la mayoría rehuye, ella se presentó voluntaria después de que su esposo, Archibald Christie, se agregó a las filas del combate. Su matrimonio no fue duradero, pero ella preservó el apellido para firmar sus futuras creaciones literarias. Ahí, en las portadas de libros que llegarían a todo el mundo, Mary Clarissa Miller firmó para siempre como Agatha Christie.

La personalidad múltiple

Nacida británica (en la provincia de Torquay), de madre inglesa y padre estadunidense, Agatha estudió canto en París, pero no hubo oportunidad de persistir en la carrera artística. Como voluntaria, encontró sitio en una farmacia hospitalaria. Aprendió sobre medicamentos y sus riesgos por combinación y excesos. Supo todo sobre venenos, lo que en principio le sirvió para la prescripción de recetas y, posteriormente, para urdir historias en que algún personaje sufría los efectos de algún compuesto boticario. Una vez divorciada, volcó su tiempo en un ejercicio en principio liberador y estimulante que no contemplaba como profesión: escribir. Su madre la estimuló para la creación literaria, y fue lectora y crítica de sus poemas y primeros relatos, cuando la autora apenas era adolescente.

Escribió mucho; se decidió a intentar la edición de sus trabajos, cosa que logró tras muchos intentos con los primeros relatos de un personaje que sería emblemático y definitivo en su carrera: Hercules Poirot. Se trata de un ciudadano belga afincado en Inglaterra, con una forma distinta de ver la vida cotidiana, capaz de disfrutar como gourmet y no perder la sonrisa mientras conversa con un asesino implacable. La autora se inspiró en un hombre que conoció realmente, si bien nunca se supo su identidad.

El primer libro que impactó el mercado es, hasta la fecha, una de sus obras más apreciadas: El asesinato de Roger Ackroyd. Con una narración que se convertiría en marca de su estilo, la escritora hace un eficaz cambio de óptica con la sorpresa de la voz narrativa. Contando desde la apariencia de quien explica y juzga desde la primera persona, Agatha coloca al protagonista y perpetrador de los sucesos como un aparentemente inofensivo narrador, para tornarlo sorpresivamente como el causante de los hechos.

El mundo de Hercules Poirot y Miss Marple

Poirot tenía un aliado permanente: el capitán Hastings. Asistente, cuestionador, irritable con los extremos del investigador y siempre colocado por la autora desde la perspectiva del lector, para dudar y manifestar sus propias teorías sobre los casos. Funcionó siempre a manera de balance, contrapeso que permitiera el análisis manifiesto de Poirot, sin usar el recurso de la voz narradora que dará cuerpo a la novela negra, ni enclavarlo en el repaso sicológico de su propio proceso mental. Hastings pregunta cómo haría el lector en la escena del crimen, remarca lo evidente, duda donde se debe y se detiene donde cualquier preciso buscador entre líneas cree atisbar una falla. Similar al Watson de Sherlock Holmes, en las novelas de Arthur Conan Doyle, Hastings es la voz agregada de la escritora para mantener una estructura de juego interesante: información y pesquisas, por momentos obvias, que retan, intrigan y, en ocasiones, se desbordan. Muchas veces, Hastings cumple el papel de inocular la duda, y se presta para recibir el fraseo con cierta soberbia de Hercules, quien acostumbra colocarlo en su sitio y, con él, a quien lee el relato: “Usted carece de la inteligencia y de la habilidad de Simpson –un sospechoso en La aventura de la cocinera–”; esa clase de posturas convierten a Poirot en el hombre preciso, apegado siempre a un rígido método de trabajo (insiste en que sin método nada se consigue), tan cuidadoso de las investigaciones como de sí mismo: pantalones planchados, polvo retirado de una solapa, bigote con cosméticos, corte exacto, espejo portátil miniatura, pomada, peine…

A Poirot siguió Miss Marple, señora de edad avanzada con agudeza espectacular para resolver crímenes. Contrario a los modelos heroicos que pululan en la literatura de aventuras, con chicas arrojadas y hombres imponentes expuestos al peligro, Miss Marple es una dama refinada que no necesita de ningún arrebato muscular o acciones bruscas para descubrir lo importante. Christie la construyó con la fuerza de lo cotidiano, siempre al tanto del proceder de sus vecinos en una pequeña comunidad, lo que eleva su capacidad analítica. Miss Marple posee la entereza de ver la claridad en enredos difíciles, con la calma con que se degusta un té. Christie dijo: La señorita Marple tiene una ligera semejanza con mi abuelita.

La escritora tuvo también el deseo de enmascararse para producir seis novelas románticas. Quizá porque consideraba que en ese terreno tenía que ser un personaje distinto de la considerada Reina de la Novela Policiaca; para ello usó el seudónimo de Mary Westmacott. En todas sus narraciones hay conversaciones largas que exponen los hechos en forma magistral, mientras atuendos y lugares suelen pintarse en lo general. Una casa tiene un cierto color, unos adornos en latón, un tipo de madera, y es todo para seguir a lo esencial: lo que pasa con los protagonistas.

Todos los expresos

Asesinato en el expreso de Oriente es probablemente su novela más conocida por sus versiones cinematográficas, pero hay una larga lista de interpretaciones teatrales y audiovisuales de sus historias. Los relatos se han adaptado en numerosas ocasiones al cine, con un primer intento en 1927, con interesantes versiones para la televisión (series, unitarios y telefilmes) y en producciones de una decena de países. Peter Ustinov fue uno de los que mejor interpretó a Poirot, mientras Margaret Rutherford dejó su selló como Miss Marple.

La categoría de su literatura siempre fue inteligente y, aun en los casos más complejos de sus libros, tuvo la característica de no exceder los impactos de la violencia o la crueldad. Quizá porque había visto suficiente en las guerras (también fue voluntaria en la segunda conflagración mundial), Agatha Christie no creó escenas sangrientas o de tintes sadistas. Lo interesante es cómo se resuelve lo expuesto, acentuando la personalidad de los involucrados, aspecto en el que buscó evadir la norma de la novela de su género, donde siempre hay perfiles similares de todos los involucrados, los móviles pueden ser los mismos y el beneficio es común. Ella dirigía la confusión en el seguimiento de pistas.

Si bien casi todo ocurre en atmósferas que escapan de la realidad urbana en las ciudades, eligiendo preferentemente fincas, propiedades en el campo o casas de familias acomodadas –donde herencias están a la orden– la escritora consideraba más que el estatus social, el desorden de los motivos humanos: codicia, engaño, deseo pasional, cólera… todos, conceptos que han regido la conducta personal y nuclear de la gente sin importar su educación o condición de vida. Los valores o las ambiciones son formaciones e impulsos humanos que no son distintos por una leontina valiosa o unos papeles de propiedad. Las precariedades morales pueden exhibirse fácilmente y, en esas oportunidades, el asesinato siempre marca una posibilidad.

La pausa de lo vivido

Con justicia y con razón, se dice que el legado del creador se mide con el tiempo, más allá de su probable éxito instantáneo. Hacer su autobiografía fue una labor que a Agatha Christie le tomó 15 largos años (1950-1965), contra la velocidad que podía tener la cercanía entre uno y otros de sus relatos de misterio. Es claro que la vida, especialmente la propia, revisada y analizada, finalmente, lleva otra pausa. En sus tramas siempre conocía el rumbo, lo que en términos críticos han significado inquinas contra la repetición factual de escenarios y enredos de investigación criminal. Pero en el desahogo de pruebas de su andar en el mundo, seguro que tuvo que hacer muchas pausas, reconsideraciones y omisiones en su evaluación mortal. Llegando a 2020 con celebración por sus 130 años de nacimiento, sus lectores, fieles y nuevos, siguen encontrando que toda historia policiaca tiene interesantes formas de volverse a contar. Las novelas policiacas de la escritora inglesa suman 78, un verdadera casillero independiente para cualquier biblioteca. Cada año, en su inglés natal o en cualquiera de sus numerosas traducciones, un lector comienza a emocionarse, por primera vez, con un libro de Agatha Christie.