Opinión
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Black lives matter
C

on el marco de fondo de las multitudinarias manifestaciones y la lucha en contra de la injusticia social, la desigualdad y la brutalidad policiaca en contra de afroestadunidenses, negros, latinos, indios y otras minorías, ha aparecido una serie de libros que enriquecen la literatura sobre uno de los aspectos más importantes de la convivencia, la lucha por los derechos humanos.

Uno que destaca, por su novedosa forma de entender el problema y, además, plantear una vía para encausar esas luchas es: How to be Antiracist ( Cómo ser antirracista), del historiador Ibram Kendi.

Mediante la narración de su historia personal, Kendi da cuenta de cómo llegó a la conclusión de que quienes afirman no ser racistas es insuficiente. Hay que ir más allá y llamar al racismo por lo que es, una rémora cultural que impide llegar al fondo del problema de la discriminación racial.

Requiere superar lo que en verdad esconde la abstracción del término racista, y darle una nueva dimensión que lo identifique como arma en contra de la discriminación. Es necesario tener conciencia de la diferencia entre decir yo no soy racista a la de soy antirracista. Es pronunciarse por la lucha de la igualdad y el respeto a los derechos de los negros –está pendiente la discusión sobre el término negros o afroestadunideses–, una dimensión que vaya más allá de la pasividad y neutralidad, y abra paso a una corriente antirracista.

Los blancos, continúa Kendi, han limitado el término racista a una mera descripción que no incluye la ingente necesidad de acabar con el racismo. El principal obstáculo para entender en toda su magnitud la necesidad de ese cambio se debe a la dificultad que tienen los blancos para entender el profundo sentimiento que los negros sienten sobre sí mismos y el orgullo de ser como son, sin pretender regatear un lugar en el escenario creado por y para los blancos. Parafraseando al autor, el término racista es un concepto acuñado por blancos, y la consecuencia es que negros, latinos e indígenas son obligados a identificarse como tales desde una óptica impuesta que les es ajena. Las interminables marchas y protestas a lo largo de todo Estados Unidos, y la novedad de su composición multirracial, parecieran ser el germen de una militancia antirracista que respete e integre el pensamiento de quienes forman la amplia gama de los colores que dan forma a la nación. Ver en la existencia de diferentes grupos raciales un problema que se debe resolver es una manipulación en la que no se debe caer. Creo que un negro puede ser racista, concluye Kendi.

Miles han vuelto a ganar las calles para remover la conciencia de millones que han ignorado durante años sistema que favorece la discriminación y la violencia en contra de las minorías. Pero la historia es necia y ha enseñado que repetir los mismos pasos tienen un horizonte limitado. La brutalidad policiaca en contra de negros y latinos se repite una y otra vez, a pesar de la lucha de Martin Luther King y César Chávez, entre muchos otros. Por ello, la propuesta de Kendi renueva esa posibilidad de ensanchar el horizonte en la lucha que otros han dado en el pasado, y muchos otros han acogido en el presente. Así lo demuestran las marchas en las que negros, blancos, latinos, asiáticos, gays, de todos los estratos sociales, han caminado codo a codo. La militancia antirracista es cada vez más evidente y pudiera ser un parteaguas que recomponga el desgarrado tejido social. Es la visión que nos regala Kendi. Un cambio anclado en esa visión tal vez no sea tan espectacular ni súbito, pero pudiera ser más efectivo y tener un horizonte amplio.

Es posible que enderezar al árbol torcido de lesa humanidad esté en las manos de esta novel amalgama de edades y colores.