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¿La fiesta en paz?

Elevadas cifras de un espectáculo disminuido / Precisiones del ganadero Javier Iturbe

P

ara variar, los taurinos no se dieron cuenta, pero al hacer públicas, en días pasados, las elevadas cifras que se mueven en la fiesta de los toros de México pusieron en evidencia el notable contraste entre esas cuantiosas cantidades y los discretos resultados, no de distribución, claro, sino de posicionamiento y atractivo logrados por quienes hace tiempo promueven una tradición con 494 años en junio próximo.

Según cifras del organismo Tauromaquia Mexicana, la promoción (sic) y realización de festejos taurinos en el país producen anualmente 6 mil 900 millones de pesos. Asimismo, la tauromaquia genera más de 80 mil empleos directos y 146 mil indirectos, lo que representa más de 800 millones de pesos por concepto de impuestos. Chale, carnal.

Cómo se distribuyen esos casi 7 mil millones de pesos anuales es información confidencial que los taurinos que manejan el pandero no están dispuestos a divulgar, pero es evidente que la tauromafia –grupúsculo que defiende sus intereses sin demasiados escrúpulos a costa de la originalidad, equidad y competitividad del espectáculo–, cuyos métodos no han cambiado en más de medio siglo, parte, reparte y se queda con la mayor parte. Podrán cambiar los nombres de los empresarios que dicen arriesgar su dinero, pero el sistema taurino defendido por Tauromaquia Mexicana, los crónicos positivos y lo que va quedando de la autoridá no cambian, pues el mismo sistema se vale de ellos para continuar con su torpes aunque para ellos redituables métodos. Los de la tauromafia podrán argumentar, pero a la fiesta hace tiempo le faltan productos, animales y humanos, suficientemente atractivos para reposicionarse y, de paso, taparles la boca a tantos animalistas, antitaurinos y politicastros subvencionados. Aunque remoto, ojalá que tras el numerito de la pandemia los taurinos se pusieran las pilas y entendieran la urgencia de cambiar sus métodos, para beneficio de la fiesta, no sólo de ellos.

Javier Iturbe González, propietario junto con su hermana Rosa María del hierro de Magdalena González, una de las fracciones de la representativa ganadería de Piedras Negras, tuvo la gentileza de enviarme algunas precisiones sobre un triple concepto casi olvidado en la crianza de reses de lidia: bravura, estilo y fuerza, que por su interés comparto con los lectores.

“...la línea que divide la fiesta entre un espectáculo grandioso y un espectáculo pobre y deleznable es sumamente delgada, y todo tiene que ver con el toro, rey de la fiesta, base y sustento de la misma. Existe actualmente lo que consideramos un falso debate entre toristas y toreristas, que catalogan a las ganaderías bravas y encastadas como duras, y a las ganaderías más pastueñas, como descastadas. En la ganadería Magdalena González creemos que la bravura y el buen estilo (o calidad, como se dice ahora) no son antagónicos ni se excluyen el uno al otro, sino que, por el contrario, se complementan y potencializan, por lo que coincidimos y continuamos con la escuela de nuestros antepasados, al calificar por igual bravura, estilo y fuerza.

Por lo que respecta a la presentación de toros y novillos, siempre hemos pensado que los ganaderos somos escultores en materia viva, que en lugar de bronce o mármol utilizamos la genética, la nutrición y la medicina para que al salir el toro al ruedo luzca su belleza y trapío en su máximo esplendor. Es muy gratificante cuando logras plasmar en vivo el toro que sueñas o tienes en la cabeza, convirtiéndose así en una obra de arte efímera pero real. A tomar nota, aficionados.