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Economía moral

Contar bien los contagiados // Cuarentena y hacinamiento en transporte y casa

L

as cifras de personas contagiadas con Covid-19 en México y otros países periféricos son muy poco confiables. Esto es así por varias razones. Peter Townsend, el más importante estudioso de la pobreza, dedicó algunos años de su vida a estudiar la desigualdad en materia de salud en Gran Bretaña, país con un servicio nacional de salud único, universal y totalmente gratuito. Se pensaría que, en esas condiciones, la desigualdad habría desaparecido totalmente. Pero el servicio y el financiamiento se descentralizó a los counties (condados) y, por tanto, la oferta de servicios es desigual. Pero Townsend encontró también que la demanda de servicios de salud es más baja entre los pobres, porque acuden al médico sólo cuando los síntomas son muy fuertes, mientras en otras clases sociales se acude con síntomas más leves. Podría interpretarse esto como parte de la adaptación a la pobreza, en la que sufrir es lo cotidiano. He aquí una primera razón de la baja confiabilidad del dato de los contagiados entre los pobres en cualquier país. Pero la cantidad de personas con el virus que no acuden al médico, incluso ante síntomas fuertes, en un país en que, como en México, existe una desigualdad enorme en el acceso a los servicios de salud, crece enormemente a pesar de ciertos puentes digitales recientemente puestos en marcha, por las barreras económicas e institucionales de acceso. Para colmo de males, la actitud adoptada por la autoridad sanitaria de minimizar las pruebas del Covid-19 al mínimo, lleva a aumentar el riesgo del error de no aplicar la prueba a los que sí están contagiados y que, incluso, los médicos los regresen a casa o al trabajo, donde contagiarán a otras personas.

En alguna entrega de Economía Moral pedí, parafraseando a Alfonso Reyes que pidió el latín para las izquierdas, la estadística para las izquierdas. Ahora creo que me quedé corto, tenemos que pedir la ciencia para las izquierdas. Aparte de eliminar el pensamiento mágico (como el asociado a las estampitas del sagrado Corazón de Jesús como defensoras contra el virus), y dejar de pensar que somos especiales y no puede afectarnos el virus (Omar Santiago, quien trabaja como cargador en una cremería, le dijo a Ulises León, reportero de Reforma, que no toma precauciones porque personas como él no pueden contagiarse) es necesario aplicar la prueba del Covid-19 a una muestra, al azar, de la población para estimar la incidencia del contagio en el país. En función de los resultados se diseñaría una estrategia de detección sistemática del virus y una estrategia de prevención y atención. Esto lo puede llevar a cabo, de manera muy eficaz, el Instituto Nacional de Salud Pública. La accesibilidad a la realización de la prueba aumenta la demanda de la misma y la detección de casos, como lo muestra la experiencia reciente en la UNAM. Hace unos días la UNAM inició un servicio de diagnóstico molecular del Covid-19. Realizó más de 120 exámenes y detectó 7 casos positivos. Todas las universidades del país podrían hacer lo mismo. En conclusión, la Secretaría de Salud cree y nos ha hecho creer, que la incidencia del Covid-19 en México es la más baja del mundo. Como el avestruz: escondemos los ojos para no ver y como no vemos, decimos que hay muy pocos casos.

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▲ Personal de seguridad toma la temperatura a pasajeros en el AICM como parte de la medidas contra el Covid-19.Foto María Luisa Severiano

Parece predominar una visión clasista del Covid-19 como enfermedad de ricos (Barbosa y Omar Santiago dixit). También hay una visión clasista implícita cuando se habla de quedarse en casa para no extender la pandemia. Quedarse en casa se piensa como algo malo por el aburrimiento, pero la visión implícita es que podemos relajarnos, leer, hacer ejercicio, regular nuestra interacción con los otros miembros del hogar: estar con ellos sólo cuando queremos estar, lo cual supone que todos los habitantes de casa tienen su propio espacio (o que en la casa hay un jardín o patio). También supone que el refrigerador y la despensa están abarrotados y que tenemos los recursos para mantenerlos así. Eso puede ser cierto, para la mayoría, en Suecia, Noruega o Suiza, o en nuestros barrios ricos (Las Lomas o el Pedregal de San Ángel) o de clase media (como la colonia Del Valle). Pero en México, 91 millones de personas, de 125 millones, es decir, 73 por ciento, vive en pobreza y 46 millones (37 por ciento de la población) en pobreza extrema. Todos ellos viven al día y para sobrevivir necesitan mantener su flujo de ingresos. El 69 por ciento de las viviendas del país (24 millones) sufren de carencias. De los 35 millones de hogares, 72 por ciento cuenta con uno o dos dormitorios (espacios que se usan para dormir), y 29 por ciento (10 millones) con un único dormitorio. En los 4.8 millones de viviendas que cuentan con un único dormitorio, habitan 19.4 millones de personas hacinadas (tres o más personas en cada dormitorio). En total, en el país viven hacinadas 51.3 millones de personas, 41 por ciento de la población nacional. Para todas ellas quedarse en casa de manera continua suele ser causa de grandes tensiones y puede llevar a la violencia. Si alguien se contagia en esos hogares, no hay manera de evitar que los demás también lo hagan, mientras en las viviendas con varios dormitorios sí es posible aislar a la persona contagiada. Además, 28 por ciento de las viviendas del país carecen de agua entubada al interior y 29 por ciento no reciben agua diariamente. Como se aprecia, ni Susana Distancia ni el lavado frecuente de manos tienen las mejores condiciones para cumplirse. Sus moradores, como Omar, van a trabajar en transporte público donde Susana Distancia y Manos Limpias son imposibles. Omar regresará a una vivienda hacinada. Su contagio, será el contagio de todos los miembros del hogar. Y aun así nos quieren hacer creer que la incidencia de Covid-19 es la más baja del mundo. No sabemos cuántos contagiados hay porque el gobierno federal ha decidido no contarlos.

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