Opinión
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Días raros
H

an sido días raros, y eso que apenas vamos adentrándonos en el encierro.

Anteayer di mi seminario usando Zoom. Empecé pidiendo a mis estudiantes que dijeran dónde estaban, y que nos contaran cómo se encontraban. Mi universidad –Columbia– decretó que sus clases se tendrían que impartir por este medio, cada quien (estudiantes y profesor) desde su casa, por lo que falta del semestre, y pidió a los estudiantes que pudieran regresarse a sus casas que así lo hicieran, para evitar que los dormitorios estudiantiles pudieran convirtirse en focos de infección.

Nunca había dado clases a distancia, ni conocía bien la plataforma del Zoom, de modo que estaba un poco incómodo con el formato propuesto, pero pues ni modo. A falta de pan, tortilla (y viceversa). Les expliqué que había venido a México a pasar el spring break y me había quedado a pasar la pandemia, y que todo bien, afortunadamente, etcétera. Había tal vez unos cuatro o cinco estudiantes que estaban todavía en Nueva York, porque son de ahí o no viven en dormitorios de la universidad; otros se habían ido a casas de sus parientes o amigos en varios pueblos o ciudades de Estados Unidos; dos habían vuelto a Francia, uno a Madrid, otro a Estambul y una a Guatemala. Cada quien se reportó desde su lugar.

En Nueva York, todos llevaban ya un par de semanas recluidos en sus departamentos, con todos los negocios no esenciales de la ciudad cerrados. Nadie sabe cuál vaya a ser la fisiosonomía de su barrio cuando ya se decrete la reapertura de los negocios –cuántos restaurantes habrán quebrado, cuántos comercios... Ni tampoco cuántos compañeros no puedan volver a clases en septiembre porque sus padres hayan quebrado, o hayan perdido becas... Hace algunos días construyeron un hospital de campaña en el Central Park, como a 30 cuadras de mi casa, mientras el gobernador de Nueva York declaró que a la ciudad le quedan medicamentos para apenas una semana más.

Uno de esos estudiantes no había salido de su casa desde hacía tres días. Salió por fin al super esa mañana a comprar algo de comida, pero cuando llegó vio una larga cola para entrar –por aquello de la sana distancia, que hace que los pequeños supers neoyorquinos sólo ingresen a pocos clientes a la vez– se desesperó y volvió a su casa sin haber hecho la compra: Al fin que tengo avena para varios días más, nos dijo. Le pedí, por favor, que volviera al super al día siguiente y que se llevara sus audífonos y música. Me preocupó ver que llevaba ya días solo, encerrado, comiendo avena y estudiando.

Un alumno consideró que la epidemia es un resultado indirecto de la estructura política de China. Los famosos mercados en que se venden animales raros –murciélagos, pangolines, monos, etcétera– atienden a cierta idea de la medicina tradicional china, que receta la ingestión de especies raras para curar males, o aumentar la virilidad, etcétera. Pero lo interesante, nos contó, es que ­regalar esta clase de especies salvajes o en vías de extinción se ha ido convirtiendo en una práctica bastante socorrida para co­rromper a burócratas, que los ingieren con el mismo deleite con que Jorge Hank Rhon recibía tigres de bengala para su zoológico particular. Así, el paso del virus de los animales a los humanos fue, en primer lugar, un efecto secundario (indeseado, pero real) de la corrupción política, que luego se salió de control por la política oficialista de silenciar la epidemia, como parte de su política generalizada en contra de la transparencia. En resumen, la pandemia que asola al mundo fue provocada por la complicidad del mundo entero con el totalitarismo y la corrupción en ese país.

Luego se reportó otra estudiante, contándonos lo que sucede en su país, India, donde el primer ministro Modi (otro autócrata más...) decretó que los trabajadores temporales deben regresar de inmediato a sus estados de origen. Se trata, literalmente, de millones de trabajadores y los están echando y obligando a volver a sus pueblos. Casi todos son jornaleros, viven al día y los pobres se están yendo a pie y en circunstancias que no permiten una sana distancia posible. Por su parte, el estudiante que está en Madrid lleva semanas en el encierro más radical y tiene a los padres de varios de sus amigos más cercanos en unidades de terapia intensiva.

Mientras, de mi parte, todo bien, por suerte. Leo los periódicos y veo que nuestro Presidente quisiera canalizar los efectos de la pandemia a una moral que sea legible a partir de la dualidad entre el pueblo y los conservadores. Son abstracciones que no significan demasiado en el mejor de los casos y significan todavía menos ahora. Leo también cómo muchos comentaristas se interesan por la manera en que esta crisis afectará los proyectos del Presidente antes que por ir reaccionando ante la realidad que comienza a asomarse en todo el mundo. Y confirmo lo pequeña que es la política nacional –en México y en todas partes– y lo cerrado que son sus horizontes, que imaginan que todo, hasta los efectos sociales de un virus, sirve, ante todo, para apuntalar una serie de posturas políticas que están obsoletas.