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En el documental Ya me voy, un Nueva York de migrantes a través de la historia de un mexicano
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▲ Fotograma del documental de Lindsey Cordero y Armando Croda.
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 15 de marzo de 2020, p. 6

La ciudad de Nueva York es, probablemente, una de las más retratadas y filmadas del mundo, por lo que la memoria colectiva de la cultura occidental rebosa con referencias a esta urbe, famosa por sus grandes rascacielos escalados por gorilas gigantes, sus puentes entre islas, Central Park y su monumento a John Lennon; por la Estatua de la Libertad que recibió a los migrantes transatlánticos e incluso por el vacío dejado por las Torres Gemelas tras los atentados terroristas.

Sin embargo, su sistema límbico y circulatorio, sus entresijos y sus callejones, sus pasillos invisibles para el transeúnte y sus túneles y sótanos, albergan vida y movimiento frenético, dan vida, oxígeno y sustentabilidad a esa gran plancha de asfalto. Precisamente, son esas las veredas y los pasadizos por los que Felipe Hernández transitó durante casi 16 años, cantando rancheras al estilo de Vicente Fernández, con sombrero de mariachi, al mando de un carrito de supermercado que rellenaba con latas y envases.

El personaje atrajo inmediatamente la atención de los cineastas Lindsey Cordero y Armando Croda, quienes, tras encontrarlo en las calles del condado de Brooklyn, comenzaron a entablar una relación amistosa, a estudiar su vida y a seguirlo en sus distintos empleos, desde hacer la limpieza en los Mikve o baños de purificación en una sinagoga, hasta cargar y ordenar un deli de productos mexicanos, o en el patio trasero donde sembró chiles y jitomates para formar un retrato que ofreciera la otra cara de la moneda de los migrantes mexicanos.

Resultado de cuatro años de trabajo, un par para la filmación y otro para la edición es Ya me voy (I’m Leaving Now, Estados Unidos-México, 2018), un documental de 74 minutos, producido por Ya Me Voy lcc, que formó parte de la sección largometraje mexicano en el 16 Festival Internacional de Cine de Morelia y desde fines de febrero se exhibe en la cartelera mexicana con distribución de Calouma Films.

Aquí no vemos su lucha por llegar a Estados Unidos y todas las peripecias que se encuentra en el camino, sino cómo vive y qué tan difícil es hacerle frente a la soledad y retratar esa odisea de intentar regresar. La ilusión de llegar a poner un negocito para mantenerte, pensar que había hecho un ahorro en esos 16 años de su vida en los que estuvo manda y manda dinero, tristemente resultó en una realidad muy fuerte: la familia no había ahorrado lo que estaba enviado y tuvieron que vender la casa que con mucho esfuerzo había, esa fue una experiencia difícil, explica Lindsay, antropóloga cultural por la Universidad de las Américas Puebla con maestría en Bellas Artes por la Universidad Hunter de Nueva York.

Alegría contagiosa

Una ventaja de contar con un personaje tan extrovertido como Felipe, que caminaba con alegría contagiosa y cantaba a la menor provocación, es que les permitió explorar otros barrios de judíos, chinos, puertorriqueños, dominicanos y afroestadunidenses, recuerda Croda, comunicador por la misma institución poblana, con un máster en documental por la Universidad Autónoma de Barcelona.

Tenemos varias escenas con un sordomudo jamaicano, que no salió en la película, también con policías, y otros personajes increíbles, que lo veían como la alegría del momento. Eso influyó mucho en la manera en cómo nos acercamos fotográficamente; queríamos retratar el barrio a través de sus ojos porque era muy rico. También habla de un lugar en el que se integran las razas y donde no se discrimina, y aunque evidentemente no es así todo el tiempo ni en todos lados, así era como él lo vivía, añade el fotógrafo y editor.

La eterna promesa incumplida de volver a México –que incluso dio título al filme– finalmente ocurrió. El lustro que ha pasado desde su regreso lo tiene contento porque se reencontró con la familia, especialmente con el menor de sus hijos, Cesarín, a quien dejó a los seis meses de nacido y con quien ahora vive.

Aunque todavía es frío y no me acepta bien a su lado, ya me dice padre e incluso ha asistido conmigo a algunas actividades de la película y se siente orgulloso de lo que estos muchachos me hicieron el favor de plasmar, esa cara de mi vida allá, de lo que yo estaba sufriendo, para mostrársela a César y para que él se sintiera orgulloso de mí, finaliza Felipe Hernández.