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Santiago Genovés pasó de ser observador a objeto de interés en experimento propio

En La balsa, Marcus Lindeen recrea investigación antropológica de 1973

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▲ Fotograma del documental realizado por Lindeen, que reunió a participantes originales del estudio de Genovés sobre el comportamiento humano.
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 23 de febrero de 2020, p. 5

La década de los 70, entre muchas otras cosas, se caracterizó por una vena experimental sin precedente; ya fuera en la música, el cine, lo político, lo social o lo sexual. En la ciencia, los ecos de dichas características también tuvieron un auge, encontrando en el antropólogo hispano-mexicano Santiago Genovés un exponente tan conocido como controversial.

Después de haber pasado un tiempo con su familia en un campo de concentración francés, víctima de los estragos ocasionados por la Guerra Civil española, Genovés llegó muy joven a México, donde se convirtió en uno de los antropólogos más reconocidos de su época. Y aunque en el mundo académico sus estudios eran ya importantes referentes, nada se comparó con el frenesí mediático que ocasionaría su experimento social más controvertido.

Antes de la era de los reality shows o las redes sociales, que parecen haber erradicado los límites entre lo público y lo privado, Genovés estuvo en la mira del mundo entero cuando en 1973 se embarcó en algo nunca antes visto.

Embarcación a la vista

Después de haber sido víctima del secuestro de un avión en el que viajaba, su interés por la violencia humana lo llevó a planear lo que hoy en día no suena tan disparatado, aunque para entonces se trataba de una apuesta cuyos riesgos y resultados ni siquiera él mismo anticipaba.

Bajo su observación, un grupo de hombres y mujeres de diferentes partes del mundo, estratos sociales, religiosos y académicos zarparon a bordo de una balsa bautizada Acali –en náhuatl, casa en el agua–, en la que durante tres meses, los pasajeros serían analizados y provocados por el antropólogo para intentar descubrir de dónde proviene la violencia humana. ¿Es algo aprendido, genético, inherente o evitable?

Si bien el experimento terminó por dejar más disgustos que logros a Genovés, quien documentó todo el viaje en filme y un diario escrito, es casi 50 años después que podemos conocer el otro lado de tan controversial historia en La balsa.

De la mano del cineasta sueco Marcus Lindeen, los diarios de Genovés –fallecido en 2013 y aquí interpretado a través una voz en off por Daniel Giménez Cacho– se contraponen con los testimonios reales de los tripulantes que durante tres meses convivieron en la balsa con el antropólogo presente. Por ello, a raíz de su estreno en los cines de nuestro país, donde el Tonalá se ha dado a la tarea de distribuirla después de su paso por festivales como FICUNAM, platicamos con Lindeen sobre la labor de revivir con los tripulantes dicha historia y desmitificar la figura de Genovés en el trayecto.

–Sin duda, se trata de una historia que, al momento en que te la cuentan, identificas que tiene los elementos para ser una película. Tú, ¿cómo la conociste y cuál fue el proceso para llevarla a la pantalla?

–Yo estaba haciendo la investigación para un nuevo documental y mi objetivo era encontrar un grupo de gente que hubiera hecho algo muy radical durante su juventud. Me acerqué a grupos de teatro y comunas políticas de personas que habían tenido su auge en los 70, al mismo tiempo que leía un libro sobre los 100 experimentos más extraños de todos los tiempos, entre los cuales encontré la aventura del Acali. De inmediato supe que esa historia era la que iba a contar.

Empecé la investigación y lo primero con que me familiaricé fue el hecho de que la capitana era sueca, como yo. Esa fue mi puerta de entrada a la investigación y todo el material, aunque no fue nada sencillo localizar a las personas que estuvieron en el experimento. Santiago Genovés acababa de morir cuando empezamos a investigar y, aunque ya habíamos conseguido el libro donde llevaba registro del experimento, todos los pasajeros eran anónimos en ese documento, además de que vivían en diferentes puntos del mundo, desde Japón hasta Estados Unidos. Me tomó alrededor de dos años ubicar dónde estaban y quiénes eran.

–Más allá de lo extraño del experimento, creo que el documental revela algo que ni el mismo Santiago esperaba, ya que se hace evidente cómo él mismo terminó siendo parte de su investigación. ¿Crees que hubiera cambiado el resultado del documental si Santiago hubiera vivido para contar su versión de los hechos?

–Primero que nada, debo decir que a mí me hubiera encantado conocerlo personalmente. Se trata de un personaje muy interesante, carismático, lleno de personalidad y con una historia de vida fascinante. Estoy seguro de que además hubiera contribuido con mucho material para la película; al mismo tiempo que estoy convencido de que su ausencia me dio muchas libertades.

“No dudo de que Santiago hubiera intentado moldear la historia y controlar todo para que su versión fuera prioritaria. Conforme avanzaba la investigación, me di cuenta de cuán diferente era lo que él había escrito en sus libros respecto a la versión de los demás tripulantes. Al contrario de lo que él esperaba, el conflicto más fuerte a bordo no se dio entre los miembros del grupo que él iba a estudiar, sino entre éstos y él mismo. Pienso que terminó siendo un acierto narrar así la historia, porque los participantes no habían tenido la oportunidad de contar su lado de la misma.

–¿Y esta versión de la historia es algo que ya sabías antes de filmar o se fue develando durante el rodaje?

–Como lo podrán notar, el proceso de producción y rodaje de la película no están dentro de las convenciones de los documentales. Lo más fácil hubiera sido sólo ir y venir entre las entrevistas y las imágenes de archivo; sin embargo, yo decidí reconstruir la balsa en un foro de teatro para hacer que los participantes realmente volvieran a revivir ese espacio como un apoyo a su memoria.

“Eso hizo más costoso el proceso porque no sólo reconstruimos la balsa, sino que tuvimos que hacer volar a todos los participantes en un avión para lograr reunirlos ahí. En términos de logística y de costos, eso convirtió el rodaje en algo más complicado, por lo cual fue más práctico entrevistarlos a todos de forma individual antes de filmar, pero también me permitió darme cuenta a tiempo de que había un mar de historias que no se habían contado alrededor de este experimento.

Por ponerte un ejemplo, en los libros de Santiago nunca se menciona el episodio de conspiración que organizaron los tripulantes en su contra. Sin saberlo, ahí hubo evidencia de lo que él buscaba investigar sobre la violencia, aunque nunca estuvo enterado al respecto.

–Ahora que conoces todas las versiones, ¿dirías que habiendo sabido de episodios como ése, Santiago hubiera conseguido una conclusión más satisfactoria o cercana al objetivo propuesto en el experimento?

–Creo que su error más grande fue haber ignorado el impacto que tendría su propia presencia a bordo. Realmente nunca logró disociarse del grupo, lo cuál le restó objetividad a su intención de zarpar y verlo todo a la distancia una vez que estaban en altamar. Era imposible.

Por eso ahora se vuelve muy interesante como, casi medio siglo después, aquellos que Santiago pretendía estudiar y analizar terminaron siendo quienes lo analizan a él con tanto escrutinio. Al final, la película se trata de cómo estas personas sí pueden tomar distancia y ser críticas respecto a los errores que él cometió como científico y ser humano por igual.