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David Ibarra Muñoz y el nuevo camino para México
E

l destacado economista David Ibarra Muñoz cumplió 90 años de edad y continúa mostrando sus virtudes como hombre de bien, capaz, íntegro y patriota. Es un verdadero ejemplo de trayectoria y de vida, cómo para sentirnos orgullosos de él.

Sin embargo, este hombre, honrado, enérgico, estudioso, intelectual sólido, servidor público intachable, de recio carácter, nacionalista y latinoamericanista consumado no ha tenido fácil su caminar, pero ahora como nonagenario se ha convertido en un verdadero ejemplo.

Dueño de ideas que podrían conducir a un equilibrado, viable y promisorio tercer camino para nuestra nación y para América Latina y el Caribe; pues sabe cómo diseñar una vía alterna para transitar entre las posiciones extremas del neoliberalismo y el populismo, ya que una y otra tendencia, por sí solas, son nefastas y por ello inaceptables.

Recuerdo una noche de hace casi 40 años, en un encuentro celebrado en mi casa, don Jesús Reyes Heroles, el gran ideólogo, político y estadista, le decía y le insistía al gran economista, que cierto monetarismo es bueno; siempre y cuando los principios financieros ortodoxos fundamentales se encaucen con seriedad y con buena fe en beneficio de la población, sobre todo de la más desprotegida.

Luego entonces, aceptando la premisa reyesheroleana, en mi opinión es también válido expresar que cierto populismo es bueno, siempre y cuando tenga sustento financiero basado en fundamentos torales como la planeación, el orden, la honradez y la responsabilidad financiera y del gasto, con eficacia fiscal, como condiciones para el desarrollo sustentable.

En América Latina tenemos ejemplos claros de los estragos económicos, financieros, sociales y políticos que han generado ambas tendencias, de uno y otro signo. Es evidente y lacerante, como lo ha señalado David Ibarra durante muchos años, que el ingreso y la riqueza nacionales carecen de una justa distribución, y que la concentración es tan espantosa como ofensiva, lo cual requiere y exige de reformas urgentes –aunque existan intereses poderosos que se oponen– que propicien cambios y mejoras en el actual y tan desequilibrado estado de cosas; hacerlo exige ir más allá del discurso y de las proclamas.

Sin embargo, como bien lo señaló Ibarra en su más reciente participación, lo más importante es definir con seriedad a dónde se quiere conducir al país, en un plano de unidad nacional, sin exclusiones y sin provocar enfrentamientos.

A pesar de las críticas al neoliberalismo –ciertamente superado y en desuso–, sus estrecheces en términos de crecimiento de la macroeconomía algo bueno dejaron a nuestra nación en términos de producción, fomento del empleo y de las exportaciones, pero también debe reconocerse la lamentable herencia de desigualdad y de injusticia económica, al no alcanzar el desarrollo deseado y al haber propiciado una mayor concentración y más desigualdad, no obstante los esfuerzos empeñados y los magros avances para combatir la pobreza extrema y la marginación.

Por supuesto que tampoco debemos olvidar la ruina económica que por desorden y por excesos, nos dejaron las políticas públicas populistas en la década de los 70.

David Ibarra, a su paso por la vida, por la academia y por las instituciones públicas donde laboró, como la Escuela Nacional de Economía de la UNAM, la Cepal, Nacional Financiera, la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Banamex o Petróleos Mexicanos, ha dejado huellas tangibles, por sus planteamientos y por sus propuestas, que le han generado respetabilidad y admiración a escala continental.

En México su logro de mayor rango histórico fue, sin duda, el de la reforma fiscal y financiera que emprendió en su calidad de secretario de Hacienda durante el gobierno del presidente José López Portillo, con el respaldo del Poder Legislativo de entonces; lo cual implicó modernizaciones, del sistema de recaudación fiscal –la creación del impuesto al valor agregado (IVA), entre otros aspectos tributarios– y de la banca y los servicios financieros, con impulso a la banca de desarrollo. En aquel tiempo se opuso al gasto excesivo, por desestabilizador, y a las locuras laborales en boga.

Ibarra, siendo un crítico sólido y valiente, pero constructivo y razonado, jamás ha abrazado el extremismo basado en líneas o tendencias radicales. Sus posiciones derivan de las enseñanzas keynesianas y de las tesis aprendidas de sus mentores cepalinos, más las suyas propias. Ha sido un fiel impulsor y protagonista connotado de las políticas económicas que propicien expansión, crecimiento y desarrollo, pero sin excesos ni locuras gastalonas y desestabilizadoras; su divisa siempre ha sido una implícita mejor distribución del ingreso que conduzca a esquemas de justicia social y económica, con un espíritu democrático, que aliente al capital y a las inversiones que generen empleos bien remunerados, teniendo como base la justicia distributiva, la seguridad y una política industrial, que nos permitan avanzar en la economía, dentro de un marco jurídico estable y confiable.

Así es David Ibarra, quien en el aspecto humano es un hombre sencillo que conserva la humildad y la modestia, a pesar de su innegable arrogancia y exigencia intelectuales.

El joven Ibarra se fue abriendo paso en la vida, como estudiante de escasos recursos, y tras graduarse como contador público y economista por la UNAM, ejerció el magisterio en su alma mater y cruzó la frontera para realizar en Estados Unidos un posgrado en la Universidad de Stanford, en San Francisco, California, en aras de su ansiada superación.

Sus tesis están plasmadas en infinidad de libros, de los que destaca la antología titulada Pensar a David Ibarra; editada hace 10 años como justo homenaje a su obra, edición acompañada de 27 ensayos sobre el personaje, escritos por los más destacados economistas.

Así, hoy le rendimos un sincero homenaje, al tiempo que le deseamos una más larga y fructífera vida en bien de México. Nos queda a deber su propuesta del tercer camino para salir adelante sin tropiezos.