Opinión
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Arte y tiempo

Le no show

C

oncebida y escrita por los canadienses de habla francesa Alexandre Fecteau, Hubert Lemire y Francois Bernier, la comedia Le no show ( El no show) es simpática, agradable, en general bien escrita y bien adecuada a nuestro medio, lo que le permite, manteniendo la estructura original, ser totalmente accesible al público nacional. Sin embargo, no es del todo original como publicitariamente se insinúa, ya que utiliza recursos conocidos que en anteriores ocasiones han producido buenos resultados. El más evidente es el de la interacción con el público, invitar a uno o dos asistentes a subir al escenario o bajarse los actores a, desde su butaca, hacer participar a alguien. Lo que sí es totalmente novedoso (y posteriormente sirve al montaje para hacer avanzar la acción) es el sistema de pagos ya que, entre un mínimo de 70 y un máximo de 700 pesos, el asistente escoge con absoluta libertad la cantidad que desea pagar. El monto de lo pagado no otorga privilegio ni preferencia alguna sobre el lugar a ocupar. Así, alguien con boleto de 70 pesos puede ocupar, por ejemplo, un asiento en la quinta o sexta fila al centro, y uno que pagó 700 puede quedar en la orilla de la fila 20. Con el resto de las cantidades pagadas ocurre igual. Lo importante de esto no es tanto el lugar que se ocupe por lo que se pagó, sino lo que a los actores les permite hacer y lo que implica en y para el desarrollo de la obra.

En general, la historia nos relata las vicisitudes de siete actores, hombres y mujeres, que poco a poco van desgranando hechos de su vida artística y personal y recalcando una y otra vez su inmenso amor al teatro, amor que colocan sobre todas las cosas, justificando así sus veleidades al haber tenido que incursionar en otras esferas del espectáculo, como la televisión.

Conocer sobre la vida e intimidades de un artista ha sido siempre atractivo para el grueso público, y esa curiosidad –morbo en buena cantidad de casos– se utiliza bien aquí en una mezcla atractiva de realidad-ficción en la que, por ejemplo, una actriz cuenta sobre sus experiencias conversatorias con los choferes de los taxis que toma, mientras un actor habla del embarazo de su mujer y nacimiento de su primer hijo. Ambos casos e historias pueden ser ciertos o no, pero están contados de tal manera que se dan por reales. Esto habla de lo bien escrita que está la comedia en el original y de la correcta adaptación que efectuó la compañía mexicana El Ingenio del Caldero que agrupa a los actores, productores y demás gente necesaria para poder realizar un montaje.

Bajo la dirección de Alexandre Fecteau, que entendió bien los gajes de adaptación, las acciones-narraciones van y vienen en colectivo o individuales, involucrando al público en cuestiones que rozan el peligro (no en el aspecto físico de sufrir un golpe, por ejemplo) del rechazo o incomodar más allá de lo prudente, como en el momento en que pasan el sombrero y más de uno aporta, pero otros rechazan porque, por mínimo que haya sido, pagaron previamente un boleto. Igual sucede cuando se pide a alguien que invite, desde su celular, a otra gente a asistir al teatro. Este momento puede ser hasta chusco pero, igualmente, puede convertirse en muy incómodo y provocar reacciones no muy positivas que digamos. Empero, esto es parte del juego que nuestros jóvenes actores aceptan con plena conciencia lo que da verosimilitud al trabajo escénico.

Tenemos así una obra y montaje un tanto distintos que, acorde al tema, da de comer (bien, esperamos) a un grupo de actores y gente de teatro en general, que divierte, entretiene y, una vez más, pone sobre el tapete que, en esto del espectáculo y el teatro, no todo es glamour ni rica bohemia.