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¿La fiesta en paz?

Las soberbias faenas de Saldívar / Adiós a las vueltas al ruedo / Otros toreros

F

ueron dos faenas de muy altos vuelos las de Arturo Saldívar en la tercera corrida de la temporada grande en la Plaza México, ante toros con transmisión, calidad y recorrido –Mezcal Blanco, con un noble pitón derecho, y Tequila, más exigente– del hierro de La Estancia. No se trató de la socorrida embestida del torito de la ilusión, tan del gusto de los importados que figuran, sino de comportamientos que demandaron cabeza, mando y determinación en este torero que, de tan bueno, ha tenido que batallar más que otros de su generación.

Dos auténticas sinfonías de estructuración, colocación e inspiración gracias a la confluencia de tauridad, personalidad y despliegue de recursos toreros y de mando con su segundo, al que Saldívar logró sacarle, a base de entendimiento y sentimiento, el fondo de bravura que el animal traía. Pero a veces el destino rechaza apoteosis y lo que debieron ser una y dos orejas respectivamente, se quedaron en mezquinas salidas al tercio por parte de un público que sintió como baños de agua helada las defectuosas estocadas del magnífico torero.

Lo más grave es que aficionados y villamilenials ya se olvidaron de premiar memorables y bellos trasteos como los realizados por Saldívar con vueltas al ruedo para el torero, no por exigentes, sino por mal acostumbrados al abaratamiento de orejas y a las prisas de la época. Si no cortó oreja, ¿para qué una o más vueltas? Pues precisamente para reconocer el talento creativo del diestro hasta antes de tirarse a matar sin ventajas. Pero ahí quedó la gran estatura torera de Arturo Saldívar para ver quién quiere arreglarle su asunto.

Los pensadores europeos que periódicamente tienen la gentileza de venir a explicarnos las cosas taurinas de la Nueva España suelen dar coba a la ciudad donde se presentan, a sus habitantes y al país que tan hospitalariamente los recibe, reflexionar sobre mitologías, bizantinismos y otras minucias culteranas y, desde luego, seguir llevando la fiesta en paz, que los verdaderos enemigos de la tauromaquia están afuera, no dentro. Por ello una torpe consigna generalizada recorre a la crítica taurina y a los aficionados del mundo: no hacerle daño a esta tradición evitando señalar desviaciones, claudicaciones y explotaciones, como si el sucio e inequitativo entramado de su organización no fuera un tema suficientemente elegante para filósofos de tan altos vuelos. Y laus Deo, que yo no oigo ni veo.

Sin embargo, el añejo problema de las dependencias económicas y culturales acarrea en los países dependientes bastantes efectos nocivos que rebasan el entreguismo de los aliados locales y su alegre sometimiento a las reglas del juego dictadas en el extranjero. Con una débil memoria histórica, prefieren olvidar etapas de gloriosa competitividad de diestros nacionales con figuras extranjeras ante toros exigentes y seguir importando por tiempo indefinido diestros buenos, regulares y malos, aunque ya ninguno sea garantía de llenos y de espectáculo emocionante.

Lorenzo Garza Gaona cumple hoy 14 días en huelga de hambre en la puerta principal de la Plaza México. Más triste es la docena de buenos toreros mexicanos hoy relegados por unos criterios empresariales que, al igual que los diestros que figuran, ni ven ni oyen la crisis por la que atraviesa la fiesta de toros que ellos han creado. Merecen venir a la México Juan Luis Silis, Pepe Murillo, Antonio Romero, Juan Pablo Llaguno, Israel Téllez, Juan Fernando, Luis Conrado, Jorge Sotelo, Francisco Martínez, José María Pastor, Luis Ignacio Escobedo y Brandon Campos.