Opinión
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La muestra

Varda por Agnès

A

unque Varda por Agnès, última película realizada por la recién fallecida directora de La felicidad (1965), sea el cierre crepuscular de su intensa trilogía autobiográfica que dio inicio con Las playas de Agnès (2008), y tuvo como punto intermedio la lúdica cinta polifónica Rostros y lugares (2016), en realidad la práctica en Agnès Varda del documental vuelto autoficción ha incluido retratos colectivos tan íntimos como su debut fílmico en el sur de Francia, La Pointe-Courte (1955) o la entrañable radiografía de sus vecinos en la calle parisina Daguerre donde vivió largo tiempo, y que con un juego de palabras llamó Daguerrotipos (1976), o su registro de la actividad comercial de la vieja calle Mouffetard en su corto Ópera-Mouffe (1958). También el emotivo retrato artístico que trazó de su compañero sentimental, el director Jacques Démy (Los paraguas de Cherburgo, 1964), en Jacquot de Nantes (1991).

En Varda por Agnès (2019), la documentalista elabora, en colaboración con Didier Rouget, a manera de collage, un resumen de lo que fue su vigorosa carrera profesional, revelando anécdotas sobre sus motivaciones para romper esquemas narrativos en la emblemática Cléo de 5 a 7 (1962), cinta filmada en tiempo real, o sus métodos de trabajo, como la exigencia feroz hacia los actores, que revela, entre divertida y contrita, al discutir con una madura Sandrine Bonnaire Sin techo ni ley (Sans toit ni loi,1985), una de sus cintas de ficción más exitosas. El repaso lúcido y generoso que una Varda nonagenaria hace de su carrera, en una master class ilustrada y comentada, parecida a cualquier cosa menos a un soporífero manual técnico de cinematografía, no se complace en evocaciones meramente nostálgicas ni mucho menos en estériles ajustes de cuentas con otros directores. Lo que pone en evidencia, más allá de las confidencias sobre su quehacer artístico, es la naturaleza y vigencia de su fuerte compromiso político con las causas sociales que más le interesaron, desde las luchas feministas –en particular el debate sobre el derecho al aborto– hasta su solidaridad con las minorías raciales, plasmado en su documental Black Panthers (1968), sobre la lucha de los Panteras Negras en Estados Unidos.

Son pocas las cosas que habrá de descubrir un fiel seguidor de la obra de Agnès Varda en este malicioso filme testamentario. Excepto tal vez apreciará de nuevo la manera que tenía la documentalista de organizar la realidad, algo que le llevó a transformar muchas de las secuencias en sus cintas recientes en auténticas instalaciones artísticas, rebosantes de originalidad e inventiva, con la recuperación y resignificación de objetos, con la improvisación que entremezcla cine, pintura y fotografía, convidando a los habitantes de un lugar a ser partícipes de una obra en proceso de creación o asistentes al ritual de desaparición de algún trabajo efímero. Todo un elogio al arte en movimiento y a la creación participativa. Alejada desde muy joven de los cenáculos y las corrientes artísticas de moda, dueña de un punto de vista muy personal y de una vitalidad –lúdica, incómoda, inquieta– siempre inagotable, Agnès Varda fue una figura de excepción en el paisaje fílmico francés. Ese afán prometeico femenino, Varda por Agnès lo recupera y sintetiza admirablemente.

Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 14:45 y 20:30 horas.

Twitter: @CarlosBonfil1