Opinión
Ver día anteriorSábado 16 de noviembre de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Phil en Palacio
H

ay que agradecer a Gustavo Dudamel no sólo haber traído su Filarmónica de Los Ángeles a la Ciudad de México para concelebrar el centenario de la orquesta, sino también haber propuesto programas serios, retadores y para nada complacientes. (Me refiero a sus dos programas en Bellas Artes; el del Auditorio Nacional es, claramente, harina de otro costal).

Dudamel abrió el primero de sus dos conciertos en el Palacio con una obra insólita, Sustain, del estadunidense Andrew Norman. Se trata de un extenso oleaje conformado por bloques de texturas, timbres y dinámicas, que en lo general evade los asuntos tradicionales de temas, variaciones, desarrollo, etcétera. Sustain es, entre otras cosas, un hipnótico viaje al mundo sonoro de los contrastes, impulsado en una diversificada y experta orquestación anclada en el trabajo unificador de dos pianos. El bien calibrado vaivén de crescendi y diminuendi, combinado con el caleidoscopio de colores orquestales y la compresión del tempo, termina por enganchar y fascinar.

Bajo la estricta batuta de Dudamel, los músicos de la LA Phil tocaron Sustain con convicción, claridad instrumental y buena respuesta a los complejos matices de la partitura. En particular, un muy buen manejo de la variada sección de percusiones, utilizada siempre para colorear, nunca para marcar pulsos y ritmos. Momento especialmente sugestivo, y destacadamente bien logrado por Dudamel y sus huestes, la sección de caos controlado que precede a los últimos compases de la obra. El dilecto público se mostró predeciblemente desconcertado; es claro que hubieran preferido la obertura de La urraca ladrona.

Para la segunda parte del concierto, Dudamel propuso una obra fundamental del repertorio, de un compositor con el que ha estado particularmente involucrado en tiempos recientes: la indispensable Cuarta sinfonía de Anton Bruckner. Hoy día escuchar cualquiera de las sinfonías de Bruckner, y muy especialmente la Cuarta, conlleva la fascinante y a la vez pesada carga de un antecedente imborrable: las portentosas versiones que hizo Sergiu Celibidache, en particular las que dirigió al frente de la Orquesta Filarmónica de Munich. Si bien es cierto que algunos directores contemporáneos han intentado explorar una vía semejante a la del gran director rumano (con poco éxito en general), la mayoría prefieren adherirse a interpretaciones más ortodoxas, por una razón muy sencilla: la esencia del ‘‘estilo Bruckner-Celibidache” no es sólo cuestión de tocar más lento, porque eso lo hace cualquiera, sino realizar la disección profunda, de perfiles casi filosóficos, de aquello que está escondido debajo de las notas.

Dudamel optó, entonces, por una lectura más tradicional de la Cuarta de Bruckner, con buenos resultados en general, pero con una falencia fundamental: la sección de cornos de la LA Phil, empezando por su líder, no tocó con la precisión, cohesión y empaque tímbrico requeridos, cosa que es de importancia suprema en esta sinfonía. Los problemas comenzaron desde el inicio mismo del primer movimiento, y se presentaron en varias ocasiones más. Justo es decirlo, la sección se redimió en buena medida en las páginas finales de la sinfonía, pero la primera impresión no dejó un buen sabor de oído. En contraste, los alientos-madera de la orquesta californiana demostraron solidez y precisión a lo largo de toda la obra.

Por su parte, Dudamel se mantuvo en un justo y equilibrado medio en cuanto a los tempi y las dinámicas de esta majestuosa obra, logrando una versión sólida, compacta y sonora de la Romántica de Bruckner.

El director venezolano demostró con creces que comprende la esencia bruckneriana, a diferencia, por ejemplo, de la detestable versión-basura que Hansjörg Schellenberger hizo de la Primera sinfonía de Bruckner en 2015 en el mismo recinto. Entre las discretas pinceladas personales que Dudamel añadió a esta Cuarta de Bruckner, la más interesante surgió de un lugar inesperado: los timbales, con su énfasis destacado del pulso en los últimos compases de las secciones exteriores del scherzo de la sinfonía.