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Puntos sobre las íes

Recuerdos // Empresarios (CXVI)

“Q

ué dolor lo de Carnicerito…

“Como a las 11 de la noche abrió los ojos, al verme aún vestida de corto, dijo con interés y cariño: ‘No te preocupes, tú tienes que torear mañana. Debes descansar. Yo estoy bien.’

“Pero al caer en la inconsciencia, clamaba por mí.

“No me dejes –decía–, que siento que me muero como Manolete… me voy con él… ya lo verás… Hace un mes le mandaba yo pésame a su pobre madre… ‘Señora –decía el telegrama–, lo siento…’

“Padecía yo la desesperación de no poder tranquilizarlo… ¿cuándo llegaría la sangre parala trasfusión?

“Eran cerca de las siete de la mañana cuando me dijo ‘¿Sabes? Nomás le ruego a Dios que me dé valor…’

“Protesté: ‘pero José, tú vas a mejorar. Si no tienes nada.’

“Haciendo una mueca, consiguió guiñarme un ojo, sonriéndose.

“Lo siento –repitió como en sueños–, lo siento por mi mujercita y mi madre.

“Le habían aplicado suero y plasma. ¿Cuándo llegaría la sangre?

“Momentos más tarde, al querer arreglarle las almohadas mientras Asunción iba a buscar el oxígeno, se quedó inmóvil. En ese momento entró el gran cirujano, doctor Jardín, que había venido desde muy lejos para hacerle una transfusión de sangre.

“A las ocho de la mañana estábamos frente a su cuerpo en una pequeñita capilla, rezando por su alma, aunque no podíamos creer su muerte. Llorábamos todos, aunque de agotados ni lágrimas teníamos.

Y a las cuatro de la tarde estábamos casi todos los de la capilla en el patio de cuadrillas de Portalegre. Seguramente que en aquella plaza no había enfermería. Pero ¿quién?, antes de torear, iba a preocuparse por aquellos detalles.

***

“Al aproximarse la hora, los toreros empiezan a volverse de espaldas unos a los otros, con el fin de ayudarse mutuamente a colocar el capote de paseo sobre el hombro. Los últimos espectadores ya entran corriendo y saludan de lejos. Un pequeño burburín anuncia que la autoridad ha ocupado su lugar. Se abren las puertas y las barreras dejando entrar el sol a chorros sobre el patio de cuadrillas. Los toreros se persignan discretamente, deseando suerte a los compañeros.

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Aunque fuese sólo por aquel instante, valía la pena ser torero. En la imagen, Uriel Moreno en 2007.Foto archivo de La Jornada

“Cuando conocí estos momentos en la plaza El Toreo, de México, comprendí que en el mundo no había nada semejante. El público en pie lanzaba un grito inexplicable y profundo, que se confundía con las cuatro campanadas del reloj y el toque del clarín. ¡Aunque fuese sólo por aquel instante, valía la pena ser torero!

“Para el público, el clarín es el preludio de la emoción; para el torero, hasta cierto punto, anuncia el fin de la angustia. El paseíllo es delicioso. Se saluda con verdadera simpatía y amistad. La calma es absoluta; la indiferencia hacia lo que existe fuera del ruedo, total. Entonces vuelven a saber bien los trajes apretados y el capote parece una pluma en las manos que minutos antes apenas podían con el peso de los dedos. La arena, firme y áspera, hace un ruido delicado al desplegarse sobre ella el capote.

“Solamente una cosa puede estropear en esos momentos la confianza en el triunfo: el viento El aire, al jugar con los vuelos de una muleta o un capote, es el enemigo más peligroso. Para esto corre el mozo de estoques con el botijo y moja el capote, que así se hace más pesado.

“El clarín toca por segunda vez y la cuadrilla se esconde detrás de los burladeros. Apenas las monteras quedan a la vista. En aquellos instantes los sentidos se agudizan. Se notan las imperfecciones de las tablas de la barrera y se siente su fuerte aroma. Los comentarios en voz baja desde el tendido se oyen perfectamente.

“Las salidas de los toros son siempre una novedad. Las alegres animan y las demoradas emocionan. Ya no importan los detalles, no se sienten los comentarios; todo está en el ruedo. ¡Qué bonito cuando un toro se arranca desde los toriles y remata en el burladero que tiene enfrente!

“¿Habrá algo que se compare con aquel momento, saber que un toro es bravo y que se le puede torear a gusto? ¡No lo hay! Se corre hacia él, se le da el primer lance de tanteo, largándole el capote muy bajo para recogerlo, dándole tiempo para que, a pesar de la velocidad que lleva, se fije en el manto rojo que tiene por delante sobre la arena. Al otro lance se le deja pasar más cerca…”

(Continuará)

(AAB)