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Nosotros ya no somos los mismos

Sucesión en la UNAM // Los retos de Ignacio Chávez// José Narro entre panistas y Graue

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▲ Enrique Graue se postuló para un segundo periodo en la rectoría de la UNAM. Hay otros dos candidatos, entre ellos Angélica Cuéllar.Foto Yazmín Ortega Cortés
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o lamento, en verdad que lo lamento. De entrada debo advertirlo: esta columneta contiene una pésima noticia para el señor doctor Enrique Graue Wiechers. Lo pensé y me parece que, lo menos que puedo hacer, es ofrecer desde los primeros renglones una explicación veraz, objetiva y suficiente de las razones que motivan esta malhadada premonición.

La historia comienza los meses últimos de 1960 y los 31 días del siguiente enero. Finaban los tiempos del rectorado del segundo periodo del doctor Nabor Carrillo. La circunstancia de que una tercera relección no estaba permitida tensaba más el ambiente sucesorio. Había varios contendientes, aunque los dos únicos candidatos con posibilidades reales eran Efrén C. del Pozo, a la sazón secretario general de la UNAM y mano dura y salvadora de todos los problemas que las eminencias que rodeaban al rector Carrillo no lograban solucionar. El otro, un cardiólogo michoacano de nombre Ignacio Chávez. El primero contaba con toda la fuerza de la nomenklatura universitaria. El segundo, con un prestigio de dimensión universal: 95 universidades de todo el planeta lo habían honrado con un doctorado honoris causa. Y una circunstancia nunca dada anteriormente: el presidente de la República, Adolfo López Mateos, había sido con don Alejandro Gómez Arias luchador imbatible por la autonomía universitaria. López Mateos honró los ideales de su generación y, rara avis, dejó en plena libertad a la Junta de Gobierno para que decidiera a conciencia y con toda libertad quién debía recibir el honrosísimo cargo de rector de nuestra universidad: el 13 de febrero de 1961, Chávez juraba servir al límite de sus capacidades y fuerzas a su alma mater.

Mi candidato fue derrotado, pero mi verdadera angustia era esclarecer si tomar rectoría y obligar al doctor Chávez a asumir el cargo en la Facultad de Medicina era realmente la forma indicada de pelear eficazmente por la democratización de la universidad.

Sigamos platicando al respecto. Me urge saber si aprendo y maduro o chocheo y me reblandezco. Allá por 2016 fui invitado a una gratísima comida en la que mi compañero de mesa era el secretario de Salud, José Narro Robles. Basta esta mención para decir que la reunión fue gratísima, de las no olvidables. Pepe Narro es al tiempo que un profesionista de alto nivel, un maestro y académico reconocido y respetado y también un servidor público eficaz e innovador, como ahora se dice. Antes se desempeñó como director de Salud Pública del DF, subsecretario de Salud, secretario general del IMSS y subsecretario de Gobernación.

Al final, cuando llegó nuestro último Martini, no pude más y dije: Pepe: necesito hacerte una confesión para seguir bebiendo como amigos. –Pues si es para eso, confiesa lo que quieras, contestó. Pepe, balbuceé, en 2007, cuando tu primera candidatura a la rectoría… yo no estuve contigo. La reacción que me pondría en conflicto y rebasando vergüenza propia esperaba, no llegó. Dio un pequeño sorbo a su copa y ciertamente sorprendido, pero también festivo, me contestó: –No voy a preguntarte a estas alturas quién fue el candidato de tus preferencias, pero sí te pido que me digas ¿cuáles fueron las razones por las que yo no te parecí el indicado? No fueron varias –contesté– solamente una: ¡Eres demasiado priísta!

La respuesta lo dejó atónito, perplejo, anonadado. ¿Y eres tú quien me lo dice? ¡No puedo dar crédito! Yo lo único que alcancé a decir fue: pero yo nunca fui candidato a rector. A tan amplia distancia de todo lo relatado debo dejar una constancia de carácter personal: José Narro, durante sus ocho años como representante y máxima autoridad de nuestra alma nutricia, mantuvo una posición independiente y digna frente a la multiplicidad de poderes de todo nivel y condición para los que influir en la vida de nuestra casa de estudios ha sido siempre una perversa obsesión.

La inquietud que experimenté temiendo que la sana distancia entre la universidad y el PRI pudiera alterarse no tenía mayor fundamento. Del 2007 al 2011 convivió con un analfabeto funcional, casi un ágrafo irredento: el panista Felipe de Jesús. El resto de sus años trató con Enrique Peña y con Luis Videgaray. ¿Qué tienen que ver el PRI?

Como de costumbre no llegue a la mala noticia, pero me tranquiliza que la elección será a mediados de noviembre y el doctor Graue tendrá otra semana de paz y tranquilidad.