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Ciudad perdida

La trampa llamada Culiacán

H

an pasado cinco días y el tufo a DEA en el caso Culiacán es cada vez más fuerte.

Y es que todo apunta a que el jueves, en aquella ciudad se tendió una trampa con la que se pretendía hacer que el gobierno federal condenara la ineptitud de la milicia y con ello se lastimara la armonía entre las fuerzas armadas y la Presidencia de la República.

Las acciones sucedidas el día 17 parecen indicarnos que los únicos que no estaban preparados para los sucesos eran precisamente los soldados, quienes en un exceso de inocencia y de ambición pretendieron efectuar un operativo de muy alto riesgo con el material humano y la capacidad de fuego por debajo de los índices mínimos de seguridad que se han mostrado en otros movimientos con los que se atacó un objetivo parecido al de Culiacán.

Fueron minutos en los que el contraataque se fraguó y se hizo como si se tuviera ensayado. Cada grupo delincuente tenía una asignación; cada quien sabía qué hacer. Se movieron con la precisión de una muy bien montada coreografía. Todos sabían cuál sería su papel, y nadie se equivocó, ni los que amedrentaban a las familias de los militares ni los que se exhibían frente a las cámaras en las calles. Nadie falló.

Estaba claro: esa no sería la noche en la que atraparan a Ovidio. Mas parecía un señuelo, la carnada que invitara a los soldados a iniciar una acción precipitada, sin plan y sin apoyos; una trampa en la que la única posibilidad de que los militares salieran vivos era el intercambio de vida por vidas. Situación de armonía muy pocas veces vista.

Tal vez hasta las consideraciones políticas de la última decisión –dejar vivo y en libertad a Ovidio– estaba calculada. Considerar que entre el presidente López Obrador y la milicia podría haber un desacuerdo, quizá era, como ya dijimos, uno de los fines perseguidos.

Hoy, aunque los ánimos aún siguen muy altos de temperatura, los resultados no parecen los deseados en esa trampa. López Obrador respaldó la decisión militar y con ello se afianzó, aún más, la relación entre ellos, y aguantó la lluvia de críticas negativas que se lanzaron tan rápido como la reacción de los delincuentes, y Culiacán ha regresado a la normalidad –así, entre comillas–, porque desde hace muchos años, pero con énfasis en el gobierno de Carlos Salinas, Culiacán y todo Sinaloa ha ido acumulando anormalidades que ahora deberán ser expulsadas. Eso ya es un plan de gobierno.

Desde luego no tenemos ningún dato preciso para culpar a la DEA de todos estos hechos, aunque el modus operandi se parezca, y mucho, al que usa la agencia estadunidense. Tampoco tenemos información que no sea la de las imágenes y las declaraciones que se han dado al respecto sobre el hecho para decir que nuestra teoría sea cierta, pero sin duda es como todas las otras en las que se condena, desde la especulación, el accionar de López Obrador.

De pasadita

El laboratorio del neoliberalismo tronó en Chile. En aquellas tierras donde los Chicago Boys, protegidos por el régimen de Augusto Pinochet, experimentaron sobre la economía que regiría al mundo, la gente ya no soportó más el dictado de las empresas; salió a las calles y protestó.

Pero como en cualquier régimen de ese tipo, las fuerzas armadas también salieron a reprimir a quienes protestan, pero parece que el toque de queda y las armas llamadas contra motines ya no frenan el descontento que se inició por el aumento en el precio del transporte en manos de la iniciativa privada. Ojalá y más allá de la violencia salga algo bueno de ese caos. Veremos.

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