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¿Leer es burgués?
E

ran pocos, aunque muy combativos. Vociferaron al tiempo que arremetieron contra propiedades y personas. Un grito tal vez sea sintomático de algunas motivaciones que tuvieron para embestir la sucursal de la librería Gandhi situada frente al Palacio de Bellas Artes: Leer es burgués. Acaso la consigna era una reivindicación del primitivismo, concibiendo éste como estado idílico, anterior a las transformaciones agrícolas, tecnológicas e industriales que subvirtieron la naturaleza.

Dejo asentado que no todo el progreso técnico ha resultado en mejoría general para la población. Mucho de tal progreso ha sido depredador y la generación que representa Greta Thunberg con toda razón señala como mayor peligro la viabilidad del planeta, causado por un sistema explotador y consumista. Dicho orden debe ser cambiado drásticamente, a través de acciones globales y locales que perfilen una nueva forma de ciudadanía responsable con el uso de los recursos y la sanación del ecosistema.

El capitalismo depredador nos está llevando a la hecatombre ambiental, y no es la mejor forma de enfrentarlo con tribalismos autárquicos, sino a través de acciones y programas globales (en los que, por supuesto, el horizonte local tiene gran importancia), que replantean a fondo lo que se entiende por progreso y pongan drásticos límites a la voracidad saqueadora del sistema/mundo impulsado por élites cuya voracidad es infinita.

Una de las batallas para desmantelar discursos/ideologías que sustenta la globalización depredadora es la de generar conocimiento de cómo hemos llegado al actual estado de extremo peligro. Necesitamos más conocimiento que sea contrapeso efectivo a quienes proclaman, por ejemplo, que lo del cambio climático es un mito. Hoy es más posible que nunca acceder a información y datos que son fundamentales para construir conocimiento sólido que deconstruye las argucias en las cuales se sustenta todo tipo de prácticas opresivas y degradantes. Y una vía para construir el conocimiento liberador es la lectura de libros, revistas, documentos de libre acceso en Internet, blogs y sitios web de grupos interesados en construir un entorno más generoso para todos y todas.

Proclamar que leer es burgués significa rendirse ante los poderes que nos han llevado al actual estado de cosas. Las luchas emancipadoras siempre han ido acompañadas, tal vez sea mejor decir impulsadas, por la difusión de conocimientos que desnudan al establishment y al hacerlo queda demostrado que sí hay opciones distintas al statu quo presentado por sus defensores como único sistema viable. La estridencia de los gritos y sombrerazos –en el caso de los autollamadados anarquistas fueron martillazos y gasolinazos incendiarios– boicoteó tanto la marcha por los cinco años de la desaparición forzada de 43 estudiantes de Ayotzinapa como la efectuda en conmemoración por el 2 de octubre de 1968. Hicieron destrozos sabiendo que no enfrentarían acciones de seguridad para contenerlos.

Dos grandes lectores, Karl Marx y Charles Dickens, documentaron los estragos de la Revolución Industrial en Inglaterra. El primero se trasladó a Londres e invirtió largas jornadas de lectura en la Biblioteca Británica, combinando el estudio con la observación del capitalismo más desarrollado de la época. Su método de abstracción (descomponer las partes para comprender cómo funciona el todo) sentó las bases para entender la construcción histórica del sistema sustentado en la obtención de plusavalía. El segundo exhibió literariamente la forma inmisericorde en la cual funcionaba la economía inglesa que se valía de mano de obra infantil y depauperaba familias. El hábito de la lectura en ambos les permitió elaborar críticas demoledoras contra quienes se benedificiaban de la inhumanidad sistémica.

Leer no es una actividad liberadora en sí misma. No es una varita mágica que cambia todo. Hay lectores y lectoras que privilegian la exclusión, la intolerancia y niegan derechos a otro(a)s. Por otra parte, siempre los defensores a ultranza de un orden opresivo han sido enemigos de la libre circulación y exposición de las ideas y los medios que las contienen. Regímenes de distintos signos han perseguido con inclemencia a los que consideran personas y objetos malditos: libros y sus autores. Lo hicieron la Inquisición con el Índice de Libros Prohibidos, los nazis con la infame quema de libros juzgados disolventes del discurso oficicial, los jemeres rojos en Camboya y su demencial persecución contra los letrados, Pinochet en Chile y un largo etcétera. Para todos ellos leer era sinónimo de peligro que debería extirparse.

Por muchas razones en México sigue pendiente la revolución del alfabeto, en la que como resultado tengamos porcentaje creciente de la población que lee por el mero gusto de hacerlo. Nuestra tragedia es que el sector más escolarizado tiene un nivel de lectura precario. Leer para ser capaces de imaginar otro entorno más justo es un logro emancipatorio y no burgués.