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Miguel León-Portilla
M

i maestro Santiago Ramírez escribió en su Psicología del mexicano sobre el dramatismo del encuentro entre dos culturas sobre el dramatismo del encuentro entre dos culturas y los puntos de vista que defendía el mundo indígena ante el ataque de los conquistadores. Escritos que han sido brindados por primera vez en versión castellana por Miguel León-Portilla, quien falleció el martes. En el libro de los Coloquios, recopilación común y corriente hecha por Bernardino de Sahagún de la documentación encontrada en Tlatelolco sobre las discusiones y pláticas entre los 12 primeros frailes y los principales señores indígenas en 1524.

León Portilla tradujo y poetizó ‘‘su versión” de la argumentación indígena del impacto hispánico y su nombre vivirá por siempre.

Oigámoslo en algunos de los versos:

‘‘Señores nuestros, muy estimados señores: / Habéis padecido trabajos para llegar a esta tierra. Aquí ante vosotros, / Os contemplamos nosotros gente ignorante... / Y ahora ¿Qué es lo que diremos?, / ¿Qué es lo que debemos dirigir a vuestros oídos? ¿Somos acaso algo? / Somos tan solo gente vulgar... / Por medio del intérprete respondemos, Devolvemos el aliento y la palabra /Del señor del cerca y del junto. / Por razón de él, nos arriesgamos / Por eso nos metemos en peligro...

Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra destrucción Es solo adonde seremos llevados. /(Mas) ¿A dónde deberemos ir aún? Somos gente vulgar, / Somos perecederos, somos mortales, / Déjennos pues ya morir. / Déjennosya perecer / Puesto que ya nuestrosdioses han muerto. / (Pero) tranquilícese nuestro corazón y vuestra carne, ¡Señores nuestros! / Porque romperemos un poco, / Ahora un poquito abriremos / El secreto acerca del Señor nuestro (dios).

Vosotros dijisteis / Que nosotros no conocemos Al Señor del cerca y del junto, / A aquel de quien son los cielos y la tierra. / Dijisteis que no eran verdaderos nuestros dioses. / Nueva palabra es ésta, / La que habláis, / Por ella estamos perturbados, / Por ella estamos molestos. / Porque nuestros progenitores, los que han sido, los que han vivido sobre la tierra, no solían hablar así. Ellos nos dieron / Sus normas de vida, / Ellos tenían por verdaderos, / Daban culto, / Honraban a los dioses.

Ellos nos estuvieron enseñando / Todas sus formas de culto, / Todos sus modos de honrar (a los Dioses). Así, ante ellos acercamos la tierra a la boca.(Por ellos) nos sangramos, / Cumplimos las promesas, / Quemamos copal (incienso) / Y ofrecemos sacrificios.

Era doctrina de nuestros mayores / Que son los dioses por quien se vive / Ellos nos merecieron (con su sacrificio nos dieron vida). ¿En qué forma, cuándo, dónde? / Cuando aún era denoche.

Era su doctrina / Que ellos nos dan nuestro sustento, Todo cuanto se bebe y come, / Lo que conserva la vida, el maíz, el frijol, Los bledos, la chía. / Ellos son a quienes pedimos / Agua, lluvia, / Por las que se producen las cosas buenas en la tierra. / Ellos mismos son ricos / Son felices / Poseen las cosas, / De manera que siempre y por siempre, / Las cosas están germinando y verdean en su casa... / Allá ‘‘donde de algún modo se existe”, en qué lugar de Tlacocan. Nunca hay allí hambre, / No hay enfermedad, / Ellos dan a la gente / El valor y el mando...

Y ¿En qué forma, cuándo, dónde, fueron los dioses invocados, Fueron suplicados, fueron tenidos por tales,

Fueron reverenciados?...”

Creo que pocos documentos existen similares al transcrito, donde con veracidad se muestra la tragedia de ese encuentro extraordinariamente sádico, donde una de las partes habría de renunciar a sus formas de vida.

En esa línea de pensamiento está el Manuscrito Anónimo de Tlatelolco, conservado en la Biblioteca Nacional de París, en versión de Ángel María Garibay:

‘‘En los caminos yacen dardos rotos; / Los cabellos están esparcidos. / Destechadas están las casas / Enrojecidos tiene sus muros. / Gusanos pululan por las calles y plazas, / Y están las paredes manchadas de sesos. / Rojas están las aguas cual si las hubieran teñido, / Y si las bebemos, eran aguas de salitre. / Golpeábamos los muros de adobe en nuestra ansiedad Y nos quedaba por herencia una red de agujeros.

En los escudos estuvo nuestro resguardo, Pero los escudos no detienen la desolación, Hemos masticado grama salitrosa, Pedazos de adobe, lagartijas, ratones, / Y tierra hecha polvo y aun los gusanos.”