Opinión
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Ruidos en el sótano
E

n la planta principal del gran edificio nacional ocurren los hechos más contrarios. Muchos son luminosos, muchos más son lamentables, dolorosos, pero desde la perspectiva de la historia, gobierno y sociedad los perciben y distinguen en la medida que fueran más estrepitosos. Todos los males y ningún bien se atribuyen a lo hecho en los 20 años pasados.

Salvo para incriminar no hay retrospectiva, olvidamos lo ocurrido, nos seduce lo atronador cotidiano. Para las víctimas de la violencia diaria clamar por su drama es plenamente justificable. En esa dualidad pasa la vida en el gran edifico de lo nacional. Es un drama lírico.

Simultáneamente se advierte que los fundamentos del Estado nacional trepidan. Las fiestas patrias nos trajeron mil banderas, héroes, himnos, cantos, exhibiciones de poderío. Todo fue evocador de la Suave Patria, pero pasada la remembranza vale pensar ¿en dónde quedó todo aquello?

La majestad de la nación, la suprema dignidad de lo patrio parece que está siendo suplida por lo efímero. Trivialidad de legisladores, unos inertes, otros mudos, o de seguimiento, inestabilidades en el Poder Judicial Federal, no pocos locales son verdaderos albañales.

Devaneos ministeriales, partidos opositores en el poder están rajados por la mitad, gobernadores unos de conveniencia, otros de clara vergüenza: Bonilla y Alito. Salvo la CNTE que hace lo que es su trabajo, en la defensa del trabajador los sindicatos son invisibles. Súmense la tremenda violencia, universidades estafadoras, el imperio del celular, desprecio por valores inobjetables, exhibicionismo como miseria, afán por el consumismo, penoso esnobismo, violencia sin fin predecible y mejor no hablar más. Parece estar fallando la especie mexicana.

Habría razón para pensar que mientras eso pasa otro México está en gestación. Un país futuro que como todo lo venidero debe verse con el respeto a lo que se ignora. Debe verse con respeto, pero no con pasividad. Las ciencias políticas ofrecen fórmulas de indicios reveladores, las ciencias exactas con sus análisis predictivos ayudan también.

Grandes órganos académicos y sociales tienen centros de investigación estudiando los sectores vitales del país y sus entornos. No se advierte a los órganos políticos que debiendo encabezar la preocupación estén en ello. Entonces ¡algo pasa! Algo pasa que alguien, algunos no estamos descifrando.

Si la vida de los hombres no espera, la de los países menos. Su dinámica tiende a ser independiente y sus gestores, salvo excepciones, suelen correr tras de ella. Un reto constante es poseer reflexividad, capacidad de anticipación, de corrección gradual y replanteamiento de metas, aunque siempre es difícil.

El país dispone de recursos humanos para la tarea, su problema es su desarticulación. La antigua visión mexicana de existir gobierno y sociedad en dos hemisferios separados lamentablemente es un atavismo vivo que debe partirse de reconocerlo no sólo en la grandilocuencia.

Si un día la marcha del país pudo regirse por parcelas de poder político y económico trabadas por intereses, ese tiempo se acabó. Ejemplo de ello es el esfuerzo del gobierno por restar absolutismo al sector empresarial que por los últimos 20 años se le toleró.

El fondo a considerar es el inocultable ruido en el sótano. Se escuchan voces roncas, crujidos que no son necesariamente negativos, pero que como todo lo desconocido debe ser objeto de atención. Esos ruidos anuncian un cambio y todo cambio responsablemente debe ser conducido, al menos como intensión.

Dejar hacer y dejar pasar nunca dejó nada bueno, pero parece que en ello estamos. Los mexicanos estamos convertidos en una comunidad tribal, no de orden étnico sino clasista con efectos desastrosos. Somos una nación cada vez más desintegrada. Lo somos por las tremendas diferencias sociales, consecuentemente carecemos de proyecto participativo.

A sus actores el argot callejero nos ha dado nombres burlescos, chapuceros, pero en lenguaje simple somos el pueblo, los acaudalados y el poder político y parece que los ruidos aludidos a ninguno de nosotros han inquietado.

El gobierno montado en la transformación no advierte que por debajo de él algo se mueve inercialmente, a los prósperos sólo les preocupa el nerviosismo de los mercados y el pueblo admirable está dedicado a subsistir. Entonces, ¿quién se preocupa por lo que en el fondo está pasando? Ese dinamismo transformador parece no tener ni intérprete ni claro destino.

Alguien que tampoco lo entiende propondría: mientras lo desciframos, mientras lo concebimos, ¡denle al pueblo educación y justo sustento! Esa es la clave. Recordar que toda revolución fue gestada por la miseria y el abuso.