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Guillermo Almeyra: luchar hasta el final de las fuerzas
L

a conciencia de este hombre lúcido que acaba de morir a los 91 años se manifiesta hasta en el final de sus fuerzas redactando un escrito para advertir a sus lectores sobre el tremendo trance que afrontará en los próximos días. No está solo. Su compañera por más de 60 años y su hijo están junto a él en ese tramo al que duda sobrevivir y por eso escribe sobre sus convicciones; lo hace serenamente: Tengo el honor de haber dejado una ínfima huella en los movimientos obreros de Argentina, Brasil, Perú, Italia, México y en la República Socialista Árabe de Yemen del Sur. Intelectual de altos vuelos, no escribía como los sabihondos que creen merecer pleitesías o aquellos convencidos de estar por encima de los otros utilizando un lenguaje críptico. A pesar de su extraordinaria capacidad intelectual, Almeyra fue un hombre cercano a la gente, un militante por las causas de la clase obrera. En sus escritos se podían leer análisis sobre la situación de los trabajadores que iban de lo local a lo transcontinental de América Latina, acicateando a las vanguardias sindicales, a partidos o a los gobiernos de filiación izquierdista para que construyeran una democracia desde abajo con los trabajadores, hombres y mujeres apoderándose de sus unidades de producción, fábricas, empresas, campos agrícolas, vecindades, tomando decisiones sobre su propio trabajo y la producción, consensando las mejores maneras de preservar el entorno medioambiental. Al leer los planteamientos de este autor venía a mi mente lo que Engels y Marx pensaban de las clases obreras inglesa e irlandesa en el texto Emigración forzada y de cómo su pensamiento dio un vuelco de 1848 a 1867. Los pensadores del siglo XlX habían determinado a la clase obrera como el sujeto transformador por excelencia de la historia, y en el 48 pensaban que la liberación de los trabajadores de los países industrializados, en este caso Inglaterra, conduciría a la liberación de los obreros de las colonias, en este caso Irlanda. Sin embargo, en 1867, merced a su experiencia en La Internacional y la observación de las naciones donde se desarrollaba la expansión colonial, los teóricos vinculan la cuestión nacional y la lucha de clases dentro de la nación dominante y la nación dominada. La clase obrera inglesa por intereses materiales resultó aliada de la clase que la oprime y enemiga de la clase obrera irlandesa colonizada. Esto los lleva a una conclusión diametralmente opuesta a la del 48, en el sentido de que la liberación de la clase en los países colonizados supondrá la liberación de la clase trabajadora de los países industrializados. Desesperado, Marx no dejó de fustigar a los trabajadores ingleses por lo que consideraba una alta traición contra los trabajadores de Irlanda, y en esto hay un parecido entre la impaciencia que algunos de los escritos de Almeyra traslucen sobre los movimientos populares y la clase trabajadora latinoamericana, sin que este autor deje de examinar circunstancias y factores influyentes de cada caso. En varias ocasiones tuve el privilegio de intercambiar opiniones e información mediante Internet con este personaje entrañable. En 2016 ante la emergencia de la embestida que Donald Trump, ya como presidente electo perfilaba en sus declaraciones contra México, Almeyra mostró su preocupación sobre las repercusiones del estilo político inaugurado por el magnate de los casinos y bienes raíces.

En enero de 2017, el año del gasolinazo que puso en rebelión a casi toda la República, mantuve intercambio con el maestro informándole del ritmo y el desarrollo del movimiento en Sonora, especialmente en Hermosillo y Nogales. Recuerdo haberle comentado que uno de los oradores del mitin cívico, micrófono en mano, aconsejó leer el artículo de Guillermo Almeyra referido al movimiento, publicado en La Jornada precisamente el día de esa concentración. Un año después Almeyra, residente en Francia, dio a luz una serie de textos sobre las movilizaciones de los chalecos amarillos en París y en otras plazas que en una primera oleada de movilizaciones derrotaron los planes de jubilaciones del presidente Macron, contrarios a los intereses de los trabajadores. Se trató de artículos que explican a los chalecos amarillos (https://www.jornada.com.mx/2018/12/30/opinion/012a1pol) como una manifestación de la conciencia histórica profunda que hace que los trabajadores y los sectores populares reproduzcan siempre los momentos del pasado en que se vieron a sí mismos en toda su fuerza y capacidad potenciales. Su análisis fue certero en la medida en que la derecha neoliberal francesa creía poder aplastar los derechos de los trabajadores. En esa entrega Almeyra sublimó el análisis político retrocediendo en el tiempo para develarnos la naturaleza real de ese acontecimiento, ligado a la Revolución de 1789, a la huelga insurreccional de los tejedores de seda de Lyon, a las barricadas en los barrios obreros de París en 1848 que restauraron la república, sin olvidar a la Comuna de París de 1871, el Frente Popular de 1936 y el impulso renovador del movimiento estudiantil parisino del 68 que terminaría por extenderse a buena parte del planeta, incluyendo México. Dueño de una cultura vastísima, en los 35 años en los que La Jornada fue su trinchera estratégica, y como autor de numerosos libros, recorrió todos los temas de la vida nacional e internacional, respondiendo al pensamiento hegemónico neoliberal que invadió como marea los medios de difusión e incluso a las universidades. En este sentido ningún tema le fue ajeno como la inteligencia artificial, apremiando en uno de sus últimos artículos a incorporarla con más énfasis en los programas de estudio de las universidades del Estado ante el riesgo de que las corporaciones internacionales la dirigieran contra las masas, a conveniencia de las clases dominantes del sistema mundial. Honor a quien honor merece, las reflexiones de este pensador harán sentir su ausencia en una Latinoamérica que a semejanza del inicio de las independencias nacionales se debate entre la soberanía y la sumisión. Déjenme recordar aquí las palabras de Raúl Roa como un homenaje a nuestro latinoamericano universal: “Quien fue fiel a su tiempo, quien lo vivió entrañablemente será de todos los tiempos… La gloria no estriba en un retórico racimo de laureles póstumos, sino en haber puesto un grano de esfuerzo en el mejoramiento del mundo”.