Opinión
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El exilio dorado de Woody Allen
N

adie es profeta en su tierra, y al parecer tampoco un santo. Al menos eso es lo que parecería probar de nuevo Woody Allen, cuya cinta reciente Un día de lluvia en Nueva York (A Rainy Day in New York, 2019), se estrenó en París esta semana, a dos años de iniciado su rodaje, y luego de que la productora Amazon rescindió un contrato con el director y decidió no distribuirla en Estados Unidos a raíz de las reiteradas acusaciones de abuso sexual lanzadas por su hija adoptiva Dylan Farrow. El boicot abierto a la promoción del cine de Allen en su país de origen (con efectos aún inciertos para el resto del continente americano), no parece haber hecho la menor merma a su prestigio artístico en Europa, donde su cine goza desde hace largo tiempo de una acogida francamente favorable. Pareciera tener el efecto paradójico de volverse publicidad gratuita.

Si a todo esto se añade que en el pasado festival de Venecia, la cinta reciente de Roman Polanski, El oficial y el espía, ganó el premio del jurado, desatendiendo las vigorosas reticencias de la directora argentina Lucrecia Martel, presidenta del mismo, y de que American Skin, de otro realizador denostado por pretendidos abusos sexuales, el afroestadunidense Nate Parker, fue aplaudida en el reciente certamen de Deauville, con el respaldo de la presidenta del jurado Catherine Deneuve y de la actriz Scarlett Johanssen, todo indica que los linchamientos morales intentados en Estados Unidos por grupos de presión feministas (con independencia de estar o no justificados) han tendido una insólita alfombra roja para los artistas implicados. En palabras de Melissa Silverstein, del grupo Mujeres y Hollywood, asistimos a un auténtico verano de los agresores, una suerte de dorado exilio europeo para esos nuevos artistas proscritos de Hollywood.

La respuesta de Allen a toda esta polémica ha sido doble, pues denunció el incumplimiento del contrato firmado con Amazon, a la que exige una fuerte indemnización por daños económicos y morales, al tiempo que prosigue su carrera de cineasta y músico de jazz culminando en España su gira con The Eddy Davis New Orleans Jazz Band, siempre con auditorios llenos, y prepara la nueva cinta que filmará en el país vasco durante y sobre el festival de cine de San Sebastián. Esto coincide con el estreno de Un día de lluvia en Nueva York, especie de alegoría romántica sobre las dichosas e infelices peripecias de Ashleigh (Elle Fanning, formidable), joven ingenua de padres republicanos, estudiante de letras en Dakota, que acepta pasar un fin de semana en Nueva York a lado de su condiscípulo y pretendiente Gatsby Welles (Timothee Chalamet). La cándida Ashleigh terminará siendo asediada por Roland Pollard (Liev Schreiber), maduro director de cine con bloque de inspiración y fuertes dudas existenciales, también por Ted Davidoff (Jude Law), guionista desenfadado y fatuo, y finalmente por un joven seductor latino, la rutilante estrella de cine Francisco Vega (Diego Luna).

Con una narración en paralelo de dos historias (Ashley y Gatsby se separan por unas horas y tiene cada uno encuentros fortuitos que ponen en riesgo su frágil relación amorosa), el cineasta refiere la rápida transformación del joven bohemio, adicto a los juegos de azar, la música y el cine de autor, en un hombre escarmentado y sentimentalmente más maduro, lo cual tiene efectos perturbadores sobre su atolondrada novia de ocasión. Un Nueva York luminoso y azotado por la lluvia es el fondo idílico que la lente del veterano cinefotógrafo Vittorio Storaro realza con maestría. Contrario a lo que pudiera esperarse del cineasta de 83 años golpeado por el infortunio y el escándalo mediático, la cinta es una obra muy lúdica y optimista, desprovista de todo rasgo de amargura, alejada de intensos dramas realistas como Jazmín azul o La rueda de la maravilla, pero también de la liviandad anecdótica de títulos como Vicky Cristina Barcelona. A través del personaje de Gatsby Welles –dandi despreocupado y rico que a través de su madre tiene la brusca revelación de algunas durezas de la vida–, Allen elabora su autorretrato romántico como artista joven enamorado de Manhattan, el jazz y la comedia fílmica de los años 50, los clásicos literarios y mujeres tan cándidas y entrañables como la joven Ashley, o tan sensuales y avispadas como Chan, el personaje clave que interpreta Selena Gómez. El resultado es realmente notable.

Twitter: CarlosBonfil1