21 de septiembre de 2019•Número 144•Suplemento Informativo de La Jornada•Directora General: Carmen Lira Saade•Director Fundador: Carlos Payán Velver

Sonora, un brevísimo panorama


Sonora: mantener las costumbres y luchar contra el agrocapital. Zaskie

Jesús Janacua Benites

En Sonora, como en muchas otras lamentables partes del país se cierne una sombra: la sombra del deterioro ambiental y ecológico que un capitalismo desenfrenado, arropado por treinta años de neoliberalismo en el gobierno, han dejado tras de sí en ciudades, pueblos, bosques, montañas, lagos y ríos. Y, aunque con distintos matices, la sombra siempre tiende hacia la oscuridad, la pestilencia, la toxicidad y la necrosis.

Si no en todos, sí en la mayoría de los problemas ambientales que están presentes en el estado del norte la constante es casi siempre la misma: en cada uno de ellos yace el I want you, I want it all and I want it now del voraz capital que a su paso va despojando a quienes, por años, cuando no por siglos, han habitado el territorio. Empresas mineras, empresas pesqueras-camaroneras, empresas agroindustriales, empresas turísticas; todas dejan tras de sí un rastro pestilente que en dos mil catorce se concretizó en los cuarenta mil litros de ácido sulfúrico que una minera del Grupo México vertió –de manera accidental, dicen- en el río Sonora en lo que todavía hoy es considerado –y cómo no- como uno de los mayores desastres ambientales del estado y quizá del país entero.

A lo largo y ancho de todo el estado es posible apreciar dos viejas caras de la misma vieja moneda que, al parecer, se rehúsa a morir. Por un lado tenemos una clase adinerada cuyo poder instala y desinstala, a distancia, infraestructura, maquinaria, empresas, industrias, corredores turísticos, plazas comerciales etc, mientras se pasean en parapente o en yate por los mares del golfo de California y, por el otro lado, tenemos a la gente que las opera y que tiene que aprender a chiflar y comer pinole porque muchas veces, tienen que trabajar en aquello que evidentemente daña a su territorio –y cómo no, si ya no tienen tierras. Como sea, además también tienen que sufrir las consecuencias si algo de aquellas operaciones sale mal. ¡A alguien habrá que culpar y no será al empresario que se pasea en yate!

El estado de Sonora, como muchas otras partes del país, es un mosaico de injusticias socio- ambientales que, aunque se manifiestan de distinta manera, al parecer tienen todos una similitud. En casi todos ellos se disputa de alguna manera la tierra, el suelo, el agua, los cuerpos de los que cuidan, beben, aran o habitan el territorio y aquellos que los quieren despojar para construir grandes proyectos de desarrollo. Pues bien, es en contra de este desarrollismo/ progresismo que en Sonora, como en muchas otras partes del país, se han enarbolado y organizado movimientos y luchas sociales en defensa del territorio. Defensa que, de paso, significan un alto a la vorágine capitalista.


Ecosistemas bajo amenaza. Zaskie

Los ejemplos son muchos y muy variados pero, por citar algunos, se puede mencionar la lucha que los Indios Yaqui han sobrellevado no por años, sino por centenares de años (véase a John Kenneth Turner), en contra del espejismo llamado desarrollo y que en 2010 se presentó a manera de “Acueducto Independencia”, proyecto al que el gobierno de Guillermo Padrés describía como una gran obra hidráulica que terminaría con los problemas  de escasez de agua de la importante ciudad de Hermosillo, pero que dejaría a la postre sin agua a la comunidad Yaqui, que interpuso una demanda –no sin un altercado cuerpo a cuerpo y detenidos políticos de por medio- que terminó por atraer la SCJN dando el fallo a su favor. ¿Asunto terminado? No. El Acueducto Independencia funciona hoy en día y queda confirmado que la consulta hacia los pueblos indígenas es un adorno constitucional que se presume en público pero que se calla en casa. Aún así, los Yaqui continúan en la lucha pues el río, además del habitual uso que le dan al agua, tiene un significado ancestral que están dispuestos a defender con la vida misma. No es para menos, allí nacieron, crecieron, vieron morir a sus viejos y han de morir ellos mismos algún día.

No es el único problema ambiental que se cierne sobre Sonora, también el capital ha hecho de las suyas en la Bahía de Guaymas, donde el escurrimiento de lodo combinado con glifosato y una serie de productos químicos utilizados en la industria agrícola de Sonora ha terminado por convertir una otrora hermosa playa en una fangosa planicie de arenas movedizas y pestilentes, escenario digno de una película George Lucas. Los que sufren esta dolencia territorial son los pescadores y pobladores que ahora tienen que caminar trescientos metros entre el pestilente lodo para poder embarcarse en sus lanchas y traer el pan de cada día. Resulta que todo ese lodo es el resultado de los desechos agrícolas que el distrito de riego del río Yaqui, construido por y para los grandes agrocapitalistas, a algún lado tenía que ir a parar y ¡qué mejor que al mar! Y así, río arriba o, mejor dicho, distrito de riego arriba, toda esa industria agrícola a la que, según algunos políticos ignorantes tendríamos que estarle agradeciendo la generación de empleos, es movida por centenares de jornaleros provenientes de estados del sur cuyos derechos laborales, muchas veces, son violentados. Lo que nos lleva al otro ejemplo que ocurre en la comunidad de Miguel Alemán, comunidad de jornaleros migrantes, donde la organización social les ha permitido sobrellevar las batallas contra el gran agrocapital haciéndole frente desde la trinchera jurídica. Otra lucha. Otro territorio: el cuerpo mismo. Además de la tierra, el capital quiere los cuerpos y en Miguel Alemán, como en muchas otras partes del país, los quiere agachados, cosechando fresa, espárrago, brócoli. Y, además, también los quiere callados: que callen las violaciones a sus derechos humanos, violaciones al contrato verbal con el que los enganchadores se los llevan de sus pueblos ubicados en Chiapas, Oaxaca y Guerrero al estado de Sonora.

Las situaciones son graves y la pregunta sólo una: ¿Podremos cambiar este negro panorama que se repite a lo largo y ancho del país?•

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